Beatification of the 68 Marist Martyrs – Br. Emili Turú

Words of Br. Emili Turú, Superior General of the Marist Institute, in the celebration in honor of the 68 Marist Martyrs that took place on 12 October 2013, a day before the beatification in the Marist College of “La Inmaculada” in Barcelona, Spain

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Dentro de 4 años, en enero de 2017, vamos a celebrar los 200 años de la fundación del Instituto Marista. Como preparación a ese acontecimiento, a lo largo de los próximos años queremos hacer memoria agradecida de quienes nos han precedido y cuya herencia tratamos de hacer fructificar.

En efecto, nos llena de gozo constatar que el Instituto marista se ha construido sobre la base de miles de hermanos que han dado su vida silenciosamente al servicio de los niños y jóvenes, tras las huellas de Marcelino Champagnat y de nuestros primeros hermanos. Entre ellos, se cuentan los 68 mártires que hoy recordamos con afecto entrañable.

La celebración de este fin de semana encaja, pues, en este itinerario hacia 2017, que quiere proyectarnos hacia el futuro de la vida marista.

Un motivo especial de alegría en el día de hoy es poder contar entre nosotros con familiares de nuestros hermanos. Es fácil imaginar el terrible impacto que tuvo que suponer para todos –familias e Instituto marista- el asesinato de esos 68 hombres, cuyas edades oscilaban entre los 19 y los 63 años (dos tercios de ellos tenían menos de 40 años)… Hoy, muchos años después de esos trágicos acontecimientos, nos reencontramos, convocados por la calidad de sus vidas y convocados también por nuestra fe común en el Dios de la vida.

¿Qué podemos llevarnos de estas celebraciones? ¿Qué nos dice hoy, a la luz de la fe, el sacrificio de nuestros mártires?

A mí se me ocurren dos palabras que ofrezco a su consideración:

FIDELIDAD

Recuerdo muy bien la pregunta que me dirigió un hermano de Sri Lanka hace más de 10 años, sorprendido por el gran número de hermanos sacrificados en España. Me decía: ¿cómo pudo pasar eso? ¿por qué los mataron? La verdad es que en ese momento no supe responderle, y no lo hice más que vagamente. Pero su pregunta quedó en mi interior, y me dio mucho que pensar.

No resulta fácil encontrar las razones por las que nuestros mártires fueron asesinados, dada la complejidad del momento histórico en el que vivían. Pero es extremamente fácil, en cambio, adivinar los motivos por los que ellos dieron generosamente su vida. Discípulos de Jesús, que había dicho: Nadie me quita la vida, sino que la doy por mi propia voluntad (Jn 10,18), ellos habían entregado su vida mucho antes de que les fuera arrebatada. Su muerte no fue más que un acto de continuidad con una vida generosamente ofrecida día tras día.

Habían decidido tomarse en serio el mensaje de Jesús, que se nos ha recordado hace unos momentos en la lectura del evangelio: pobreza de espíritu, mansedumbre, sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, paz, perdón… Trataron de ser fieles a esos valores durante su vida y, coherentemente, lo fueron también en situaciones extremas, cuando fueron obligados a tomar claramente partido.

Sí, fueron fieles hasta el final. Y en su fidelidad, las víctimas triunfaron sobre sus verdugos: éstos les quitaron su vida, pero no pudieron impedirles que fueran coherentes con la vida que habían decidido abrazar libremente. Hubieran podido exclamar, como lo hizo Martin Luther King unos años más tarde: Diremos a los enemigos más rencorosos: A vuestra capacidad para infligir el sufrimiento opondremos la nuestra para soportarlo. A vuestra fuerza física responderemos con la fortaleza de nuestras almas. Haced lo que queráis y continuaremos amándoos; no cooperaremos con el mal, pero tened la seguridad de que os llevaremos hasta el límite de nuestra capacidad de sufrir. Un día ganaremos la libertad, pero no será solamente para nosotros… nuestra victoria será una doble victoria.

En contra de las apariencias, descubrimos que ser fiel hasta la muerte es un camino de libertad y no de servidumbre; es una victoria y jamás un fracaso.

PERDÓN

Cuando uno lee los relatos de los martirios de nuestros hermanos se sorprende por la violencia ejercida sobre personas indefensas y pacíficas, cuya vida estaba al servicio de los demás. La historia de la humanidad nos ofrece, de vez en cuando, muestras de cuán crueles pueden ser las personas.

Y, sin embargo, en esos mismos momentos, como réplica a la violencia por parte de quienes la sufren, vemos florecer también lo mejor del corazón humano. Resulta conmovedor recordar las palabras de perdón en labios de nuestros mártires, como Jesús que, desde la cruz, suplica al Padre: Perdónales, porque no saben lo que hacen.

Si a la violencia se le responde con más violencia, se entra en un círculo vicioso que, indefectiblemente, lleva a la destrucción. El perdón, en cambio, contiene en sí la potencia de quebrar ese círculo destructivo y abrir espacios para la reconciliación.
Como cristianos, abrazados por la ternura de un Dios que es amor, creemos profundamente en el amor sin condiciones como único camino para la humanidad; esa es la Buena Nueva de la que debiéramos ser portadores, especialmente con nuestra vida.

Como decía Pablo VI: La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio… Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva.

FIDELIDAD y PERDÓN. Dos actitudes vitales que pueden convertir a todas las personas de buena voluntad en semilla y fermento de un mundo mejor: ¿seremos capaces de incorporarlas a nuestra propia vida?
Ante el testimonio de nuestros hermanos mártires, quizás más de una persona se pregunte cómo hubiera actuado, de estar en su lugar: ¿habría optado realmente por la fidelidad y el perdón, como lo hicieron ellos? A ese propósito, Monseñor Tonino Bello decía de sí mismo, con ironía: Si ser cristiano fuese un delito y yo fuese llevado ante un tribunal acusado de ese delito, sería absuelto por falta de pruebas.
Encomendémonos mutuamente a la protección de nuestros Beatos, de manera que cada uno de nosotros pueda decir, retomando las palabras de Tonino Bello: Orad por mí, de manera que si de veras ser cristiano fuese un delito, se me encuentre con tantas evidencias, que no haya ningún abogado dispuesto a defenderme. Y entonces, finalmente, compareceré ante los jueces como reo confeso del delito de seguir a Cristo, con todos los agravantes de una reincidencia genérica y específica. Así obtendré la anhelada condena. A muerte. Mejor dicho, a vida.

María, peregrina de la fe, te sentimos cercana a nuestro caminar, hecho de avances y retrocesos, de euforias y dudas. Sopla sobre las brasas de nuestra fe, porque queremos, como tú, como nuestros mártires, vivir una vida feliz y plena, entregada sin condiciones por la causa de Jesús, nuestro hermano. Amén.

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H. Emili Turú, Superior General
Co.llegi La Inmaculada
Barcelona – 12 de octubre de 2013