19 de febrero de 2024 CASA GENERAL

Acordaos en la nieve

En febrero de 1823, Marcelino Champagnat estuvo a punto de desfallecer bajo la nieve, pero en vez de perder la esperanza, rezó el “Acordaos” y se encomendó a la Virgen María.

Este momento es renombrado por los maristas con la evocación “Acordaos en la nieve” que trae a la memoria el exhausto itinerario bajo la nieve que el H. Champagnat y el H. Estanislao hicieron de regreso a casa, tras haber visitado al H. Juan Bautista, que estaba enfermo. Al darse cuenta de que era imposible continuar y que estaban perdidos, el H. Marcelino se encomendó a la Virgen y empezó a rezar el “Acordaos”.

“Fiel al nombre que llevas, deja que María inspire y modele tu espiritualidad (…) María, tu hermana en la fe, acompaña discreta y cercanamente cada paso de tu camino, y lo va iluminando” (Regla de Vida, 28)

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Memorare

Acordaos,
oh piadosísima Virgen María,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido
a tu protección,
implorando tu asistencia
y reclamando tu socorro,
haya sido abandonado de ti.

Animado con esta confianza,
a ti también acudo,
oh Madre,
Virgen de las vírgenes,
y aunque gimiendo
bajo el peso de mis pecados,
me atrevo a comparecer
ante tu presencia soberana.

No deseches mis humildes súplicas,
oh Madre del Verbo divino,
antes bien, escúchalas
y acógelas benignamente.

Amén.


A continuación, un fragmento del libro “Vida de José Benito Marcelino Champagnat” que narra la protección de María en favor del Padre Champagnat:

Corría el mes de febrero de 1823. Uno de los Hermanos de Bourg-Argental se hallaba gravemente enfermo. El Padre Champagnat no quería dejar morir a su hijo sin el consuelo de verlo y darle su bendición.

Hacía mal tiempo y el suelo estaba cubierto de nieve, lo que no le arredró para emprender el camino a pie e ir a la cabecera del enfermo, en cuanto se enteró de que estaba en peligro. Después de bendecirlo y consolarlo, se dispuso a regresar a La Valla, por más que porfiaron en disuadirle, por la cantidad de nieve caída aquel día y del persistente temporal. Llevado de su audacia, el Padre decidió no hacer caso de los ruegos de los Hermanos ni de los consejos de sus amigos, Pronto se arrepentiría.

Para regresar a La Valla, en compañía del Hermano Estanislao, tuvo que cruzar los montes Pila. Apenas habían transcurrido dos horas de marcha, se extraviaron. Incapaces de dar con rastro alguno de camino, anduvieron a la deriva o, más bien, a la buena de Dios. Una fuerte cellisca les daba en la cara y les impedía ver hacia dónde caminaban, hasta el punto de que no sabían si adelantaban o retrocedían. Después de varias horas de andar perdidos, el Hermano se sintió tan desfallecido, que el Padre Champagnat tuvo que tomarlo del brazo para guiarlo y mantenerlo en pie. Pero pronto, transido de frío y asfixiado por la nieve, también él se sintió desfallecer, y tuvo que detenerse. Se dirigió al Hermano y le dijo: “Querido amigo, si la Santísima Virgen no viene en ayuda nuestra, estamos perdidos. Acudamos a ella y supliquémosle que nos saque del peligro en que nos hallamos de perder la vida cubiertos por la nieve, en medio de estos bosques.” Al decir estas palabras, sintió cómo el Hermano se le iba de las manos y se desplomaba de cansancio. Lleno de confianza, se pone de rodillas al lado del Hermano, que parecía haberse desvanecido, y reza fervorosamente el Acordaos. Después, trata de incorporar al Hermano y hacerlo caminar. Apenas habían dado diez pasos, vieron una luz que brillaba no lejos de allí, pues era de noche. Se encaminan hacia la luz y llegan a una casa, donde pasan la noche. Ambos estaban congelados de frío; y el Hermano, sobre todo, tardó en recobrarse.

El Padre Champagnat confesó en diversas ocasiones que, de no haberles llegado la ayuda en el momento preciso, ambos hubieran perecido, y que la Santísima Virgen los había librado de una muerte segura.

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