24 de abril de 2021 CASA GENERAL

¡Caminemos Como Familia Global! Reflexión del Hno. Ben Consigli, Consejero General

“Cuando nos encontramos con otra persona enamorada, aprendemos algo nuevo de Dios”.  Papa Francisco

La vida es un gran viaje que constantemente nos invita a salir de nosotros mismos y a seguir ciertos deseos que nos impulsan a continuar adelante. Ciertamente, a lo largo de este tiempo de pandemia en que todo parece detenerse, el viaje de nuestra vida tiene un significado distinto al que tenía hace unos cuantos meses. Pero incluso el viaje del año pasado nos ha presentado desafíos y nuevos retos. El viaje cristiano es un proceso constante de aprendizaje y crecimiento. Consiste en llegar a conocernos a nosotros mismos y a Dios con honestidad y profundidad.

Nuestra historia como pueblo de Dios es un viaje de crecimiento en Dios, aprendiendo a entender quién es Dios y quiénes somos nosotros. A lo largo de la Cuaresma y Pascua de los dos últimos años las lecturas de la liturgia nos revelan que ser pueblo de Dios significa aprender a ser un grupo distinto de personas, totalmente diferente y radical: gente que sitúa a Dios como una prioridad en sus corazones y en sus vidas, que se preocupa de los extranjeros y de los más vulnerables, que se interesa por los demás y que respeta la figura de Dios en el otro. Este es el viaje que el Capitulo General XXII nos propuso hace ya casi cuatro años.

Nuestras Constituciones Maristas nos recuerdan que tenemos que ser “buscadores del Dios vivo” y que nuestra oración “no debiera limitarse sólo a ejercicios de piedad o se identifique con nuestro trabajo apostólico”. Por lo contrario, nuestra espiritualidad se debe basar en la presencia y en ser uno con Dios, que se acerca a nosotros cada vez que atendemos a las necesidades de los demás. (Const. 45). También ahí encontramos una llamada a viajar hacia el “crecimiento en Dios”, pero no hacemos este viaje solos.

La Regla de Vida hace referencia a una historia del Antiguo Testamento: Es la historia de Ruth y Noemí. El Libro de Ruth nos cuenta que Ruth y Orpah, dos mujeres de Moab, se habían casado con los dos hijos de Elimelech y Noemí, judíos que se habían asentado en Moab huyendo de la hambruna de Judá. Los respectivos maridos de las tres mujeres habían fallecido. Noemí, piensa regresar a su pueblo, Belén, y pide a sus nueras que regresen a su tierra. Orpah así lo hace, pero Ruth, por el contrario, insiste en acompañar a su suegra Noemí, diciendo (Ruth 1:16-17), “Donde tú vayas iré yo, donde tú vivas, viviré yo, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Allí donde mueras, moriré yo y allí seré enterrada.” Ruth viajó con Noemí a Belén y más tarde se casó con Boaz que pertenecía a la familia de su suegro. Ruth es un símbolo y ejemplo de auténtica lealtad y devoción.

Estas tres palabras de Ruth – Donde tú vayas – tienen una fuerza intensa, una capacidad de aguante, perseverancia, … superación”, y viaje. Nuestra Regla de Vida nos dice que las palabras de Ruth pueden ayudarnos a “expresar algunos de nuestros más profundos anhelos en el recorrido del viaje de nuestra vida.” (Donde tú vayas. Regla de Vida de los Hermanos Maristas, Roma, Italia, 2020, Introducción).

Para mí, una de las cosas que más me ayuda a pensar en nuestra vida Marista y cristiana es verla como un viaje. En la Biblia nos encontramos muchas veces con esta misma imagen. Tal vez uno de los más importantes sea la peregrinación del Pueblo de Israel durante cuarenta años buscando la libertad desde Egipto hasta la tierra prometida de Canaán. También podemos leer en cómo Abraham, en un acto de fe, sale de la tierra de sus padres en busca de otro lugar elegido por Dios para él. No sabía dónde tenía que ir, pero sí sabía con quién iba – y eso era más que suficiente para él.

En este libro, El Camino de Liberación de los Profetas Judíos: Antes y Ahora, Nahum Ward-Lev narra que los profetas judíos eran hombres y mujeres de su tiempo que desafiaron el sistema establecido, recordando a los Israelitas que el éxodo, el continuo viaje de liberación de la opresión hacia nuevas tierras da sentido a la alianza de Dios con su pueblo. Hay dos principios que emergen de la investigación que Ward-Lev hace sobre los temas de libertad: 1) La vida es un viaje de liberación: 2) El destino de ese viaje es la relación entre unos y otros. El viaje es un compromiso con Dios vivo y es mutuo. (The Liberating Path of the Hebrew Prophets: Then and Now, Orbis Books, Maryknoll, New York, 2019, p. 24). Igualmente, el Nuevo Testamento apunta que el término usado para referirse a los cristianos era “los que pertenecen al Camino” (Acts. 9:2). Se les consideraba viajeros en camino hacia la Nueva Jerusalén.

Un viaje es un proceso personal o comunitario de desarrollo, no se trata sólo de ir de un sitio a otro. Viajar a otra tierra lejana tiene un objetivo y un propósito internacional. Tenemos que creer que este viaje vale la pena emprenderlo. En sí mismo, el viaje nos ayuda a profundizar en nuestros compromisos y objetivos. Mientras viajamos tenemos la oportunidad de reflexionar en nuestro objetivo y prevenir la llegada. Anticipar la alegría del objetivo alcanzado nos ayuda a seguir en nuestro viaje. A lo largo del viaje, el viajero se convierte en el testigo del amor de Dios, y es este amor el que fortalece al viajero y le ayuda a vencer los momentos de debilidad y a mirar hacia el futuro con amor y esfuerzo.

El viaje hace mucho más que guiarnos hacia nuestro objetivo; el viaje, sin lugar a dudas, nos cambia. La vida nos mueve, nuestros encuentros nos transforman. El viaje es en sí un proceso que nos permite crecer y desarrollar según vamos llegando a nuestro objetivo. Ciertamente cuando viajamos en la vida lo hacemos para llegar a un fin, con toda la alegría y placer que esto conlleva, pero también tiene que ver con la experiencia personal y el crecimiento espiritual en nuestro interior. Este viaje vital es un proceso que nos ayuda a crecer como personas y como creyentes.

El viaje nunca se hace solo. De una manera u otra es siempre una experiencia comunitaria. Jesús envía a sus apóstoles de dos en dos porque ese es el inicio de una comunidad. A lo largo del camino ellos hablan, comparten, discuten, toman decisiones juntos. Este hacer mutuo es necesario para que no sea uno el que “se haga cargo” del viaje; queda de manifiesto que no es uno el que tiene el control. Los discípulos también iban juntos para ser testigos el uno del otro porque la única manera de dar valor a las palabras de cada uno de ellos es teniendo un testigo. Con dos, uno ayuda al otro, pues a lo largo del viaje también hay momentos de desánimo y flaqueza.

En el Camino a Emaús, dos seguidores de Jesús iban caminando hacia Emaús, envueltos en una discusión seria y solemne cuando Jesús se les une. No fueron capaces de reconocerle y le identifican con un extranjero. Jesús les deja que hablen de sus temas y preocupaciones, les deja que se lamenten. Jesús les deja que se desahoguen de sus angustias y dolor, sus crisis y sus dudas y con paciencia les va guiando de la “desesperación a la celebración”. Vale la pena destacar que los discípulos se mostraron acogedores y amables con el extranjero, Jesús, a quien invitan a quedarse con ellos a compartir la comida y la amistad. En este viaje mutuo, Jesús alimenta la fe de los dos discípulos hasta tal punto que ellos le reconocieron al partir el pan. Poco después, los dos se dieron cuenta que su corazón “ardía” cuando conversaban con Jesús a lo largo del camino hacia Emaús y en especial cuando les explicaba las Escrituras. Habían seguido un camino que simbolizaba su cambio de corazón de la “tristeza” hacia el “ardor”, e inmediatamente regresaron a Jerusalén a compartir su experiencia con los demás.

Nuestra propia historia marista tiene acontecimientos marcados por un viaje. Uno de ellos es la historia del Acordaos en la nieve. Conocemos bien los detalles del acontecimiento:  El joven H. Jean-Baptiste Furet, de 16 años, enfermó gravemente durante su trabajo como profesor en la escuela de Bourg-Argental. En cuanto Marcelino se enteró de la enfermedad de este Hermano, se puso inmediatamente en camino hacia Bourg-Argental, que estaba a más de 20 km de distancia por un terreno muy accidentado. El H. Estanislao le acompañó, pero en el viaje de vuelta se perdieron en una zona muy boscosa en plena tormenta de nieve. Ambos eran jóvenes y fuertes, Marcelino tenía 34 años y Estanislao 22, pero después de vagar por horas perdidos por las laderas del monte Pilat estaban agotados. Se hizo de noche y la muerte por el intenso frío parecía una clara posibilidad. Al cabo de un rato, el joven Estanislao tuvo que ser ayudado por Marcelino, pero finalmente incluso él se cansó y tuvo que detenerse. “Estamos condenados”, dijo, “si la Santísima Virgen no viene en nuestra ayuda” (Henri Bilon, Anales del Instituto: El Acordaos en la nieve, Hermanos Maristas de las Escuelas, 1884, p. 50). Juntos, bajo la nieve, y soplando un fuerte viento, recitaron el “Arcordaos”, una oración para pedir la ayuda de María en situaciones desesperadas. Al poco tiempo, a lo lejos, divisaron una lámpara encendida. Durante el resto de sus días, Marcelino consideró su salvación y la del hermano Estanislao – desde entonces, el Acordaos en la nieve – como un acto de la Providencia.

¿Qué llevó a Marcelino a emprender su viaje en primer lugar? El cuidado y la preocupación por un hermano enfermo. Su gran amor por sus “hermanos pequeños” fue una de sus cualidades más significativas. Marcelino vivió y “recorrió” un “cristianismo práctico”. Para Marcelino, el amor se traducía siempre en acciones concretas. Si un hermano estaba enfermo, el fundador se ponía en camino para visitarlo.  Pero no viajó solo. Dios y María le acompañaban… y normalmente uno de sus “hermanitos”.

Viajar juntos como familia global se convierte en una excelente ocasión para aprender a vivir, a dejar que la vida se ocupe de nosotros y a descubrir la providencia secreta escondida en el orden de las cosas que nos enseña a actuar como si no estuviéramos solos y a saber que necesitamos del otro. Debemos aprender a no depender únicamente de nosotros mismos, lo que significa recordar que debemos crear un espacio, incluso un vacío, dentro de nosotros para que otro pueda ser acogido allí. El viaje es la celebración y la participación en una relación.

Al final de todo viaje, hay un momento de reinterpretación: los discípulos se reunirán en torno a Jesús y aprenderán a entender lo que ha sucedido, pasando las páginas de los recuerdos que han conservado en sus corazones. En el caso de nuestros primeros Hermanos, se reunían en torno a Marcelino para entender la providencia de Dios y la protección de María en medio de ellos. A veces, sin embargo, nos vemos obligados a pasar de una experiencia a otra sin tomarnos un respiro, sin poder detenernos a reflexionar sobre lo que acabamos de vivir. Pero siempre debemos buscar un momento, al final del viaje, en el que podamos detenernos para volver a ponernos en marcha.

Esta pandemia nos ha dado tiempo para detenernos y reflexionar sobre lo que hemos vivido en estos meses y seguimos viviendo. Ahora, en nuestras vidas, en nuestras comunidades y en nuestras familias, tenemos que discernir de nuevo lo que significa “caminar como una familia global” en el mundo de hoy.


H. Ben Consigli, Consejero General – Abril 2021

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