Carta de Marcelino – 164

Marcellin Champagnat

1837-12-12

Para el Padre Champagnat constituía una verdadera alegría comunicar todas las noticias que recibía de los Padres y Hermanos en ruta hacia las misiones de Oceanía. El uno de enero ya había dado a conocer la carta del Hno. Marie-Nizier (ver n.° 79). La del Padre Servant se encuentra en su poder desde hace, por lo menos, tres semanas (cf. n.° 158). Ignoramos qué circunstancias provocaron este aplazamiento. La fecha de la carta del Padre Servant presenta algunos problemas. Según la biografía de Mons. Pompallier, los misioneros habrían llegado a Valparaíso el 29 de junio de 1837 (cf. Chronologie, p. 75). En Mons. Bataillon et les missions de lOcéanie Centrale, del R. P. Mangeret, de la Sociedad de María, leemos: «La Delphine (navío que transportó a los misioneros), entró en este puerto (Valparaíso) el 28 de junio de 1837. Al día siguiente era la fiesta de San Pedro; Mons. Pompallier ofició de pontifical en la capilla de los Padres de Picpus-(1).» (T. I, p. 48.) ¿Cómo puede el Padre Servant fechar su carta desde «Valparaíso, 14 de junio de 1837? Sobre todo cuando dos páginas más adelante leemos: «la travesía había durado ya seis meses: la escala en Valparaíso se prolongó también más allá de todos los cálculos... Esta permanencia involuntaria en Valparaíso volvió sus corazones hacia la patria ausente, y cada uno empleó su ocio en escribir cartas...» (id. p. 50). Por consiguiente, no podemos fiarnos de las fechas sin reservas. Del original de esta carta no encontramos rastro alguno.

Carísimos hermanos:
Hemos tenido el consuelo de recibir noticias de nuestros queridos misioneros de Polinesia por una carta del Padre Servant. Contiene noticias muy interesantes para nuestra Sociedad. De momento no podemos darles más que un resumen, reservándonos el comunicársela completa cuando la ocasión se presente:

?Valparaíso, 14 de junio de 1837.
Querido Padre Superior: Aprovecho la presente ocasión para darle motivos de bendecir a la divina Providencia que vela por nosotros con bondad muy especial. Aunque de ordinario son suficientes tres o cuatro meses para la travesía de Le Havre a Valparaíso, hace ya seis meses que surcamos los mares. Ya conoce usted nuestra escala en Santa Cruz (isla de Tenerife). Los vientos contrarios nos han retenido mucho tiempo en el cabo de Hornos, pero nos acercamos, por fin, a las Islas deseadas, y ésa es la causa de nuestra alegría. Suspiramos por esas islas que la voluntad divina debe hacernos mirar como nuestra verdadera patria.
La verdad es que, de vez en cuando, tenemos tribulaciones: las enfermedades llegan para algunos de nosotros, los elementos se oponen a nuestro trayecto, las tempestades, los accidentes nos producen temor, pero ¡qué dulces y ligeros son los males contemplados a la luz de la voluntad de Dios! Los elementos más contrarios resultan hermosos, considerados dentro del orden de la divina Providencia.
Entre las cruces de las que le hablo, hay una cuyo sacrificio nos ha costado muy caro. El Padre Bret, que ya se había sentido enfermo al final de la escala en Santa Cruz, es presa de la fiebre cuando abandonamos la rada. Redoblamos los cuidados y atenciones para con él; por algunos días, el mal parece remitir, pero, muy pronto, se agrava más que nunca. El Lunes Santo por la mañana, siguiendo su costumbre, se levanta un momento y dice al Padre Chanel: «¡Ah!, veo muy claro que es el final«. No se equivocaba. Por la tarde entraba en una dulce agonía y a las 7 se dormía en la paz del Señor. ¡Qué admirable era su paciencia en los sufrimientos!, ¡cómo prefería no hablar de sus incomodidades!, ¡qué agradecido era por todos los servicios que se le hacían!, ¡qué exacto para tomar los medicamentos, incluso los de gusto más desagradable!
A pesar de todo, ¡cuántas gracias nos envía Dios en medio de nuestras pruebas!, ¡cómo sabe consolarnos y resarcirnos de nuestras penas! De vez en cuando, tenemos la dicha de celebrar los sagrados misterios, de recibir la sagrada Comunión, el pan de los fuertes! ¡Oh, qué contento estoy en la vocación! ¡Qué consolador es entregarse a la conversión de las almas, más valiosas que todos los bienes del mundo! Me parece, mi querido Superior, ver a los buenos Hermanos del Hermitage que, con sus oraciones y sus acciones realizadas dentro de la obediencia, hacen a María una santa violencia y contribuyen así al servicio de la misión!
A la espera de la salida de Valparaíso, que llegará cuando Dios quiera, vivimos en la Casa Central de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús y de María . Me acuerdo del lugar de retiro de aquellos buenos Hermanos que tanto amo, de mi nombre escrito en una lista guardada en la representación del corazón de la mejor de las madres, de las fiestas de la gran protectora de la querida Sociedad de María.
Hemos sido hijos privilegiados de la divina Providencia durante todo el trayecto de Le Havre a Valparaíso y no hemos dejado de ser favorecidos cuando entramos en esta ciudad. ¡Necesita Monseñor de Maronea información sobre nuestras diferentes islas?, llega de Tahití el Vicario General del Obispo de Nilópolis, ¡Busca a alguien para que le ayude inmediatamente en los preparativos de la salida?, llega de California el Uno. Columban, de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús y de María, que es experto en este tipo de negociaciones y puede ser de gran utilidad.
Lo que podría decir de la tierna Madre está por encima de toda expresión. Le ruego que destaque una sola cosa: el sábado era un día privilegiado, el viento casi siempre era favorable.
Los Hermanos que nos acompañan han tenido todos sus pequeñas pruebas: el Hno. Michel ha sufrido mucho de los dientes; el Hno. Marie-Nizier ha tenido dolores de cabeza, pero, en lo tocante a enfermedades, ha sido de los más privilegiados. Ahora todos están de maravilla; me encargan decirle que están contentos, muy por encima de lo que pueden expresar. Le presentan sus muy humildes respetos y sus saludos para cada uno de los Hermanos.
Su afectísimo en el Corazón de Jesús y de María,

Servant, Misionero Apostólico».

El 27 de noviembre pasado, se celebró en la capilla de Notre-Dame de lHermitage un oficio solemne por el Sr. Bret, fallecido el 20 de marzo en la travesía de Santa Cruz a Valparaíso. Sírvanse hacer en cada casa lo que la Regla prescribe por un Hermanos profeso y encomendar a Dios la misión y los misioneros de Polinesia.
Los abrazo en la caridad de Nuestro Señor Jesús Cristo y de su Santa Madre.
Su afectísimo,

Champagnat.

Notre-Dame de lHermitage, 12 de octubre de 1837.

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