Cómo nuestras vidas cambiaron al hacernos misioneros maristas
Abel y Christina participaron en el programa Ad Gentes como misioneros maristas durante casi cinco años. Ahora que han regresado a su hogar en Corea, nos hablan de su experiencia.
Abel Eom
Soy un hombre de muchos “títulos” Sr. Eom, misionero laico marista, voluntario, profesor, ex hermano marista, trabajador social y hasta pionero AMAG, pero yo sigo llamándome Abel, ese fue el nombre que escogí para mi ceremonia bautismal. Desde ese momento, he llenado mi vida de la palabra de Dios y de Su amor.
En este sentido, mi experiencia al servicio de AMAG, como laico marista durante cuatro años y medio fue un don (…) me encantó el arduo trabajo de allí como profesor en el orfanato, en la escuela de fin de semana, en la casa de formación y como miembro del grupo de oración juvenil. Pero los momentos más felices para mí eran cuando podía pasar tiempo con los hermanos, por ejemplo durante los retiros anuales. Creo que es en esos momentos cuando compartimos el mismo espíritu, la misma visión e identidad, que raramente encontramos en otros lados.
Cuando pensaba en regresar a Corea me invadía una sensación de aceptación- tenía que aceptar la realidad de mi vida y seguir adelante. Al mismo tiempo, me sentía feliz porque regresaba a casa con muchos dones. Estos dones no eran solo símbolos de amistades entrañables y de experiencias significativas, sino que representaban un periodo de crecimiento espiritual.
Desde mi bautismo, he tenido sed y hambre espiritual y fue probablemente por eso que me uní a AMAG. Pero ahora me doy cuenta que recibimos los dones de Dios no solo por nuestras obras o esfuerzos intencionales sino a través del amor y la misericordia de Dios. Ahora solo siento deseos de dar gracias a Dios por su generosa respuesta durante todo este tiempo como laico marista, es por eso que regresé a Corea con una preciosa semilla en mi corazón. Yo rezo para que pueda alimentarla, dejarla crecer sana y fuerte durante el resto de mi vida, por la gracia de Su misericordia.
En Corea trabajaba como trabajador social y me ocupaba de niños con discapacidades. Allí, junto a mi esposa, me uní al programa marista para misioneros en Asia. Cuatro años y medio después, regreso a casa, a Corea y así esté en los mismos lugares, circundado de las personas del pasado, yo ya no soy la misma persona que una vez fui. ¿Qué es lo que más cambios ha traído a mi vida?
Christina Kim
El viaje empezó con un curso de un año en las Filipinas. Esta fue mi primera experiencia de vida comunitaria y, gracias a ella, aprendí a reconocer y a aceptar las diferencias de cada uno de nosotros. Un día soleado nos sentamos a comer alrededor de la misma mesa y algunas personas empezaron una acalorada discusión. Mi mente coreana se preguntó “¿cómo puedo seguir compartiendo el arroz con estas personas? La mañana siguiente los vi abrazándose unos a otros y pidiendo disculpas desde lo más profundo de su corazón, bajaban lágrimas por sus mejillas. Este incidente me dio la oportunidad de pensar una vez más acerca del verdadero sentido de comunidad.
Nuestro primer país de misión fue India. Cuando me asignaron esta tarea, mi corazón rebozó de alegría y sentí el gozo del Espíritu Santo, solo al imaginarme junto a los niños más pobres, caminando entre las favelas, como solía hacer la Madre Teresa de Calcuta. Cuando llegué a nuestro lugar de misión, pude darme cuenta de lo ingenua que había sido, ya que en lugar de ello tuve que luchar contra los mosquitos y la contaminación ambiental.
Un día vi a un hermano, de otra parte de nuestro mundo, esforzándose por comer su porción de arroz y le pregunté porque se sentía tan incómodo. Él me dijo que no estaba acostumbrado a comer arroz y que a veces le producía nauseas, pero dado que era la comida que el hostal daba a los niños él se la comía también porque quería ser como ellos. Cuando le escuché decir eso me quedé sin palabras y sentí un profundo respeto por este hermano, hasta en un pueblito remoto de la campaña india él compartió nuestra espiritualidad marista, poniendo en práctica el mandamiento de amor de Jesús.
Ya estamos de regreso a nuestra casa en Corea, pero vivir con los Hermanos Maristas por cuatro años me enseñó una nueva manera de relacionarme con los demás, de compartir alegremente mi vida con ellos, en el estilo de María, estando atenta a sus necesidades.
Las personas que me conocen me dicen “pareces diferente después de haber pasado esos años en el extranjero. ¿Qué te cambió?” Pero esta es una pregunta que siempre me pareció difícil de responder. No fue una persona o un único acontecimiento lo que generó esta transformación en mí. Fue más bien el proceso de entrar en contacto, de impregnarme de la espiritualidad del Instituto marista; pero me parece difícil decir exactamente cómo he cambiado. Con el tiempo, los recuerdos de las actividades en las que participé y de las personas que encontré se irán desvaneciendo, pero hoy veo en ellos un gran don, una gracia infinita. Mi apostolado marista durante los últimos cuatro años me enseñó una lección maravillosa que siempre llevaré en mi corazón. Aquí en mi escritorio hay una cita de San Agustín: “Llénate primero a ti mismo, solo entonces serás capaz de dar a los demás.”
Desde lo más profundo de mi corazón doy gracias a Dios por ofrecerme esta oportunidad y experiencia y quisiera expresar mi más sincera gratitud a todas las personas que me ayudaron a llenar mi vida de sentido durante estos años maravillosos, en los que mi esposo y yo vivimos en comunidades maristas.