12 de agosto de 2016 CASA GENERAL

El año Fourvière

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Al ser el 2016 el año Fourvière, era apropiado evocar como acto fundacional de la Sociedad de María el 23 de julio de 1816. Es tanto más importante cuanto que, durante mucho tiempo, los Hermanos Maristas han subestimado este acontecimiento al otorgar preferencia al 2 de enero de 1817.

En un artículo muy sobrio, el P. Justin Taylor, exégeta, reúne lo esencial de lo que conocemos sobre esta declaración de intención del 23 de julio que aún deja bastantes preguntas sin respuesta, especialmente en lo referente a las influencias e inspiraciones que se ejercieron sobre los primeros maristas. Me refiero concretamente a san Pablo (2ª Corintios); tal vez a María de Ágreda y también a los  reglamentos de las AAs (Asambleas de Amigos) y de las “pequeñas sociedades”, pequeños grupos fervorosos establecidos en todos los seminarios. También creo que el modelo lasallista inspira sólo muy parcialmente el proyecto de fundación de los Hermanos por M. Champagnat. He correspondido brevemente con el P. Justin Taylor a propósito de estos temas, sobre los que habría que debatir más ampliamente. Dicho lo cual, el artículo del P. Justin Taylor tiene la ventaja de presentar logros sólidamente establecidos por la investigación marista sobre el acto fundacional de la compañía de María en Fourvière

El artículo del H. Aureliano Brambila sobre la refundación parece muy complementario de lo anterior, ya que une orígenes y tradición en el concepto patrimonio. Y esta reflexión, que sitúa al laicado como un elemento importante de la revisión, nos introduce en el tema principal de este número de CM: el laicado marista.

Ciertamente, este tema ha suscitado bastantes intervenciones, pero CM se había manifestado muy discreto al respecto. El año 2016 nos permite ofrecer un conjunto de reflexiones y testimonios que, cada uno a su manera, concretará esta realidad una y diversa.

El artículo del H. Javier Espinosa contempla, de manera muy completa, la realidad del laicado marista, al mismo tiempo que sugiere un futuro construido sobre el concepto de iglesia-comunión y por lo tanto de un Instituto, él mismo, comunión. Los hermanos, de hecho, no son propietarios de su carisma; y el compartirlo no es un empobrecimiento, sino una oportunidad de renovación. Ya no se trata sólo de “ampliar el espacio de la tienda” sino de construir una nueva. De ahí la necesidad de repensar nuestro modelo institucional, con el objetivo de lograr una mejor organización del laicado marista.

Heloïsa Afonso de Almeida Sousa nos introduce en una problemática sobre los laicos que responde a una pregunta, a menudo implícita, que se hacen bastantes hermanos maristas: ¿Qué es lo que hace de un laico una persona apasionada por la espiritualidad marista? ¿Es su compromiso con la misión? ¿El conocimiento de la espiritualidad y de la vida de los hermanos? ¿Una especial llamada de Dios? Cuatro laicos maristas (dos hombres, dos mujeres) nos ofrecen diferentes respuestas a esta pregunta: unas con predominio de una dimensión existencial; otras más especulativas. Me parece que muchos lectores podrán sintonizar con uno u otro de estos cuatro testimonios e incluso con varios de ellos.

Con Rosangela Florczak, Marcelino Champagnat es considerado, de alguna manera, fuera del universo religioso: como un modelo de comunicadores y de liderazgo. Al leer su artículo, pensé en la circular de convocatoria de la Conferencia General del H. Seán Sammon el 7 de octubre de 2004: “Un liderazgo que genera vida”. En mi opinión, los dos documentos son notablemente complementarios.

No me detendré en los restantes artículos ni en los documentos propuestos. Son más tradicionales o son documentos que cada cual podrá apreciar según su interés. 

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 H. André Lanfrey

 

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