3 de julio de 2020 CASA GENERAL

H. Ben Consigli, Consejero general, reflexiona sobre la pandemia de coronavirus

No te desanimes por la fragilidad del mundo. Todas las cosas se rompen. Y todas pueden ser reparadas. No con el tiempo, como dicen, sino con la intención. Entonces, ve, ma intencionalmente, extravagantemente, incondicionalmente. El mundo roto espera en la oscuridad la luz que eres tú”. (L.R. Knost)


Un momento de cambio perdurable

Desde el brote de la pandemia de coronavirus, ha habido una sensación general de que el mundo se encuentra en un hito histórico, un momento en el que sucede algo que causa una transformación, un cambio de rumbo irrevocable. Desde mi punto de vista, el mundo está en una encrucijada y tiene que tomar una decisión: ir hacia una dirección u otra. Continuar recto por el mismo camino que condujo al desastre actual no es una opción realista o atractiva. Las consecuencias de la pandemia provocada por la Covid-19 están y estarán definidas por elecciones. Algunos sociólogos y analistas políticos creen que ambas opciones implican más actores estatales y globales, pero el cambio real vendrá de movimientos y presiones populares, de abajo hacia arriba, y no de directivas y maquinaciones, de arriba hacia abajo.

A medida que la cifra de contagios y muertes disminuya en algunas partes del mundo y aumente en otras y comencemos a hacer un balance de las pérdidas de vidas humanas, las consecuencias emocionales, sociales y económicas provocadas por la epidemia, nos enfrentaremos con algunas preguntas existenciales que tendremos que afrontar y responder: como pueblo, ¿adoptaremos el nacionalismo, el aislacionismo, el egoísmo, la intolerancia religiosa y racial, y el neofascismo absoluto o elegiremos una perspectiva global, más humana, abierta y compasiva que supone “estar juntos” para un destino común? Las respuestas se encontrarán en las elecciones que haremos como familia global.

¿Cómo Maristas, a dónde nos llevan estas preguntas?

Nuestra historia como Instituto ha estado llena de nuevos comienzos y elecciones. Nuestra Regla de Vida nos recuerda que en enero de 1817, cuando Marcelino entró por primera vez en la casa de La Valla, con dos niños sin educación, eligió responder a las necesidades de su tiempo y lugar (Introducción a “Dondequiera que vaya: Regla de La vida de los Hermanos Maristas). Su decisión inicial de abandonar la casa parroquial y mudarse con los Hermanos fue una elección que tuvo un impacto profundo y duradero no sólo en los Hermanos de la época de Marcelino, sino también en aquellos líderes maristas que lo siguieron y vieron su estilo de liderazgo cómo un acompañamiento personal cercano a los hermanos confiados a su cuidado. La elección de Marcelino de construir el Hermitage, cuando disponía de recursos limitados y pocas vocaciones, parece hoy providencial, pero en 1820, muchos consideraron esta elección una imprudencia.

Muchas veces, algunas personas o circunstancias determinaron el camino que el Instituto recorrería y el destino al que llegaría. Esto fue lo que sucedió a principios del siglo XX, cuando nuestros Hermanos en Francia se enfrentaron a una nueva ley sobre la Separación entre la Iglesia y el Estado y enfrentaron un desafío similar lleno de opciones (Introducción a “Dondequiera que vaya: Regla de La vida de los Hermanos Maristas). Si nuestros Hermanos en Francia hubieran elegido permanecer en la educación y mantener sus escuelas, habrían tenido que ser completamente laicos (o al menos laicos pro forma) o permanecer como religiosos, abandonar sus escuelas y exiliarse en otros países. Ninguna de las opciones garantizaba la seguridad ni un aparente camino a seguir, sin embargo, tomaron una decisión.

Entre 1901 y 1905, casi 1,000 Hermanos abandonaron Francia y se abrieron más de 30 fundaciones en Europa, América, Oceanía y África. Al final, esta crisis histórica constituyó un paso significativo en la capacidad de nuestro Instituto para cumplir su misión de dar a conocer y hacer amar a Jesucristo en nuevas tierras, con nuevas posibilidades.

Ahora, una vez más, nos encontramos ante un punto de inflexión histórico. Una pandemia ha determinado las opciones que tenemos ante nosotros. Con la inminente crisis económica mundial y la posibilidad de que cientos de millones de trabajadores pierdan sus empleos y se empobrezcan aún más, no se debe subestimar el potencial de rebelión popular y que un pensamiento tribal insular se apodere del sentimiento público, especialmente si la pandemia persiste. Una rápida lectura de los titulares mundiales en los medios de comunicación respalda esto. En algunos lugares, el impulso para mirar hacia un cambio de aislamiento y  egoísmo ya ha sido puesto en marcha por la cultura híper populista y nacionalista de los últimos doce años, cuyos líderes cínicos populistas están explotando fácilmente en varios países de todo el mundo para solidificar su base de poder.

Como cristianos, estamos llamados a creer en un mundo mejor

Nuestra fe cristiana nos invita a ser personas llenas de esperanza, ni “gentiles ni judíos; siervo o libre”, sino un pueblo unido por nuestra herencia de Cristo como hijos de Dios. Un mundo mejor es posible y el primer paso necesario para instaurarlo es imaginar cómo debería ser ese mundo mejor y cuál debe ser nuestra misión como pueblo de Dios. Las crisis con las que ahora luchamos nos invitan a repensar los fundamentos de nuestras vidas – trabajo, escuela, economía, gobierno, familia, fe y comunidad – y a reimaginar el tipo de mundo en el que nos gustaría vivir. Algunos que han comenzado a plantearse estas preguntas lo han hecho de manera tosca y delicada, haciendo grandes preguntas, como ¿qué significa vivir en una sociedad?, ¿cuáles son nuestras responsabilidades mutuas?, ¿puede la humanidad sobrevivir al cambio climático?, y también preguntas muy específicas: ¿cómo satisfacer las necesidades de los que pasan hambre, de los desempleados y de las personas sin hogar en nuestro medio?

La pandemia y sus consecuencias exigen que nosotros, como Instituto, reconsideremos todo y que nos unamos para enfrentar los desafíos que surgirán. ¿Cuáles son las mayores necesidades en nuestra comunidad? ¿Cómo éstas serán atendidas? ¿Cómo garantizar de que los más vulnerables entre nosotros sean visibles y oídos? ¿Cómo queremos o necesitamos replantear nuestras prioridades teniendo en cuenta las crisis actuales? ¿Cómo la pandemia ha moldeado nuestra comprensión y capacidad de imaginar lo que queremos y lo que necesitamos a la luz del Evangelio y de lo que es posible y necesario? ¿Qué nos gustaría reemplazar / cambiar en un mundo pos pandémico? ¿Qué se debe dejar y qué se debe mantener tal cual?

¡Viajando juntos como una familia global!

No es suficiente para nosotros reflexionar sobre estas preguntas individualmente. Necesitamos hacerlo juntos. Como maristas, tenemos las llamadas del último Capítulo general para orientarnos mientras meditamos estas preguntas de forma colectiva. Las llamadas son tan válidas hoy como lo eran hace tres años. La diferencia será nuestra respuesta a las llamadas. No podemos volver a lo “normal”; necesitamos tener una visión que vaya más allá de la “recuperación” de esta pandemia.

Al recordar el 22º Capítulo General, a veces es fácil olvidar que este Capítulo fue el primero que se realizó fuera de Europa, ampliando nuestra visión del mundo desde la perspectiva del hemisferio sur. Los participantes formaron una comunidad rica y diversa, reunidos de todos los continentes, de todas las provincias y distritos, hermanos y laicos maristas. Nuestro Capítulo se enriqueció con algunos momentos y experiencias muy especiales. Estuvimos con aquellos que, en ese tiempo, se vieron afectados por la devastación de los huracanes, terremotos y violencia, y nos enfocamos en las realidades cruciales actuales y emergentes en las diversas partes del mundo donde trabajamos. Nos desafiaron a abandonar las viejas costumbres, de conforto y seguridad, y responder con audacia a las nuevas necesidades (XXII Capítulo General).

El Capítulo nos llama a ser una familia carismática global, un faro de esperanza en este mundo turbulento, a ser el rostro y las manos de la tierna misericordia de Jesús, a ser constructores de puentes para caminar con los niños y jóvenes marginados de la vida y responder audazmente a las necesidades emergentes (XXII Capítulo general). Estas llamadas siguen teniendo implicaciones concretas en todas las dimensiones de nuestra vida y misión.

¿Qué nos pide Dios hoy?

Marcelino Champagnat también se sintió conmovido por las necesidades y posibilidades de su entorno y escuchó atentamente al Espíritu, para descubrir lo que Dios le pedía en ese momento. Hoy, del mismo modo, tenemos el desafío de responder a dos preguntas fundamentales en un mundo devastado por una pandemia:

  • ¿Quién quiere Dios que seamos en este mundo emergente?
  • ¿Qué quiere Dios que hagamos en este mundo emergente?

Responder estas dos preguntas nos ayudará a lidiar con muchas otras, tales como: ¿Cómo podemos ser una familia carismática global cuando las fronteras nacionales están cerradas, cuando el miedo irracional al inmigrante, al “otro”, se extiende desenfrenadamente? ¿Cómo podemos ser faros de luz y constructores de puentes en un mundo dividido y, a veces, violento? ¿Cómo podemos caminar con aquellos que están al margen de la vida, a medida que el margen sigue creciendo y la pobreza aumenta? En un mundo que profesa el “yo primero” y culpa a los demás, ¿cómo podemos ser el rostro y las manos de la tierna misericordia de Dios?

Nuestras respuestas a estas preguntas afectarán profundamente el trayecto de quiénes somos y lo qué haremos como maristas en los años venideros. Como L.R. Knost señala de manera tan elocuente, no es el tiempo sino la intención lo que afecta el cambio. Pueden pasar días, semanas y meses, pero ¿qué es lo que pretendemos hacer en este momento, en el tiempo que se nos da? ¿A quién podemos inspirar, tocar o ayudar con nuestras palabras o acciones?

Suceden grandes cambios cuando se juntan muchos pequeños cambios. Esta es la onda de la pequeña piedra que lentamente se propaga en el agua. Entonces, necesitamos decidir cuál será nuestra intención, nuestra elección, y debemos recordar que “el mundo roto espera en la oscuridad la luz”.

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H. Ben Consigli, Consejero general

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