
H. Seán Sammon, Superior general
Pascua es la fiesta que prueba si somos o no verdaderamente cristianos. Porque, seamos honestos: hace falta creer firmemente para vivir con la convicción de que se resucita de la muerte. Quizás en la ficción es más fácil creerlo, o mejor todavía, en la ciencia ficción. ¿Pero un predicador itinerante judío que vivió hace más de 2000 años? Si, la fe de que Jesús de Nazaret resucitó de la muerte exige un esfuerzo de nuestra imaginación. Pero, justamente éste es el punto: la fe nunca significó algo racional, algo que se puede calcular, analizar, dominar. Para hacer una comparación, se necesita la fe cuando los otros nos dicen que es inútil luchar contra la injusticia, que es ingenuo creer que no sólo es necesario un mundo mejor sino que también es posible, que es irrespetuoso sostener que la autoridad deba ser responsable, incluso en nuestra Iglesia.
Y así, es triste decirlo, basándose en lo que decimos y hacemos en nuestros momentos débiles, uno debe preguntarse si realmente creemos en Pascua. Porque hemos domesticado muy bien nuestra fe, haciendo respetable nuestra religión. En muchos lugares de nuestro mundo hoy las Iglesias están llenas de buena gente, gente trabajadora, gente con valores, gente que merece la admiración de toda la comunidad. Y probablemente nosotros nos colocamos entre estas personas. No hay nada malo en esto, salvo que Jesús insistió en que fuéramos una luz, levadura, y en que amáramos a todos. Y hacer esto, a menudo, no es compatible con la respetabilidad.
Veamos sólo algunas de las lecciones que nos ha dado. Una, su afirmación de que los pecadores y las prostitutas tenían más probabilidad de entrar en el Reino de Dios que nosotros. ¿Aceptamos esta enseñanza, nosotros que somos considerados personas respetables? Quizás nos consolamos a nosotros mismos creyendo que Jesús trataba de captar la atención hablando de manera hiperbólica. Pero el Señor no era muy dado a la hipérbole. Él quería decir exactamente lo que dijo.
Segundo, la enseñanza acerca de aquellos que comienzan el trabajo a la undécima hora recibiendo la misma recompensa de aquellos que trabajaron y penaron todo el día bajo el sol. Esto quizás nos resulta difícil de digerir a los que somos respetables. Pero una vez más, el Señor nos recuerda que sus caminos no son nuestros caminos.
Si, la fiesta de Pascua plantea preguntas inquietantes sobre el mensaje del evangelio y el modo en que lo vivimos. Aunque en muchos países tenemos diversas manifestaciones con motivo de esta celebración y fiestas, y grandes almuerzos familiares, la Pascua tendría que sacudirnos hasta las raíces, forzarnos a responder a ciertas preguntas difíciles sobre nuestras prioridades, sobre aquello en lo que vale la pena gastar nuestras energías, sobre los valores por los cuales queremos entregar nuestras vidas.
Marcelino Champagnat tuvo también que afrontar el misterio que está en el corazón de la fiesta de Pascua. Pero el fundador tenía ya alguna experiencia con lo que es anticonvencional. Después de todo, había pasado sobre un andamio la mayor parte de los dos años que duró la construcción del Hermitage. No era precisamente el lugar donde se encontraban muchos de los religiosos o sacerdotes de su tiempo. Él era también bastante bueno con el hacha y el martillo, con los ladrillos y el cemento. Sabemos también que Marcelino detestaba la pretensión. Y que tenía fe en Dios, que confiaba en María, y que estaba embebido de la virtud de sencillez. Justo los ingredientes que uno necesita para enfrentarse al desafío de Pascua.
Porque la fiesta de Pascua no habla con rodeos, ella rechaza una reinterpretación del mensaje evangélico que no trastorne toda nuestra visión del mundo. Sí, la fiesta de Pascua es un desafío para nuestras creencias. Sigue diciendo que amemos a nuestros enemigos, que reparemos los daños hechos a los pobres, que no hagamos la vista gorda ante el sufrimiento, que no explotemos a los más débiles. Sí, la fiesta de Pascua puede ser un peso porque es inequívoca en su mensaje: la venida de Jesús cambió nuestro mundo, trajo consigo una Buena Nueva desconocida hasta entonces. La fiesta de Pascua exige que le respondamos en consecuencia.
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H. Seán Sammon, Superior general