19 de agosto de 2011 ESPAñA

La cruz de los jóvenes en el vía crucis con el Papa

Hoy, 19 de agosto, la noticia de la mañana estaba fuera de la ciudad. El Papa se reunió en el Patio de los Reyes del Monasterio de El Escorial con más de 1.600 religiosas jóvenes. Entre ellas había unas 400 monjas de clausura. Ante este selecto auditorio de la Vida Consagrada, resaltó la labor de las mujeres que consagran su vida a Dios y a la pertinencia, y destacó que el “relativismo y la mediocridad” deben ser combatidos mediante la “radicalidad” evangélica. La radicalidad evangélica es estar "arraigados y edificados en Cristo, y firmes en la fe" que en la Vida Consagrada significa ir a la raíz del amor a Jesucristo con un corazón indiviso, sin anteponer nada a ese amor, con una pertenencia esponsal como la han vivido los santos, al estilo de Rosa de Lima y Rafael Arnáiz, jóvenes patronos de esta Jornada Mundial de la Juventud. Dicha radicalidad evangélica de la Vida Consagrada se expresa en la “comunión filial con la Iglesia” y en la “misión” que Dios ha querido confiaros, concluyó el Papa.

A continuación, el Santo Padre se reunió con miembros de la comunidad académica menores de 40 años. Es la primera vez en la historia de las jornadas mundiales de la juventud que un Papa se reúne con jóvenes docentes. Ante ellos advirtió de los “abusos” de un ciencia sin límites y subrayó la gran responsabilidad de los docentes universitarios. “Los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinario; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino de la verdad”, les dijo. El Papa, que en su día también fue profesor universitario, alertó a sus jóvenes colegas docentes contra el pecado de vanidad: “No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos”.

Por la tarde, el Papa presidió el vía crucis en el que participaron cientos de miles de jóvenes en medio de un impresionante silencio. En los aledaños de la plaza Colón arreciaba el calor. Algunos grupos dormían la siesta en los parterres, mientras otros se refrigeraban en las fuentes aledañas. En algunos rostros comienzan a aparecer señales del cansancio acumulado durante estos días. Pero no decrece la alegría.

Las catorce estaciones estaban señaladas en la calle Recoletos con la presencia de varios pasos de Semana Santa traídos desde varias localidades de España. La cruz de las jornadas mundiales, llevada en hombros por muchachos de diversos países, razas y lenguas, fue dando unidad al relato y recuerdo de la Pasión del Señor. El Papa dirigió la palabra a los jóvenes al final del vía crucis, en el que se recordaron los padecimientos que soportan muchas personas en varias partes del mundo –guerras, enfrentamientos fratricidas, marginación, persecución por motivos religiosos, terrorismo, enfermedades, catástrofes naturales-, para invitarles a estar cerca de los que sufren. “No paséis de largo ante el sufrimiento humano”, les dijo. “Las diversas formas de sufrimiento, que a lo largo de este vía crucis, han desfilado ante nuestros ojos son llamadas del Señor para edificar  nuestras vidas siguiendo sus huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación”, comentó el Papa.

Fue impactante el desgarro de una saeta cantada por un joven. Hubo gente que se arrodilló en tierra y que permaneció ahí, recogida, con la cabeza entre las manos, durante este vía crucis.

Hoy, muchos han emprendido, ya de buena mañana, el desplazamiento hasta el aeropuerto de Cuatro vientos donde esta tarde y noche se encontrarán con el Papa en la vigilia de oración.

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