11 de mayo de 2021 CASA GENERAL

Las Tres Violetas: humildad, sencillez y modestia

Todos conocemos las tres pequeñas violetas, pero ¿qué significan estas? ¿De dónde viene este símbolo? Veamos en qué consiste este símbolo marista tan importante.

De hecho, la idea fue de Marcelino y ha formado parte de nuestra tradición marista desde los primeros días. Su propuesta era que los maristas fomentaran un tipo de discipulado cristiano fundamentado en tres actitudes espirituales básicas: la “humildad”, la “sencillez” y la “modestia”. Estas conforman la esencia de lo que significa ser Marista.

No es una novedad que eligiera la humildad como la primera de las tres. Desde los tiempos de los padres y madres del desierto, ésta ha sido siempre reconocida como la disposición más fundamental y principal para cualquiera que se tome en serio el progreso en la vida espiritual. Es reconocer a Dios como Dios. Es estar impresionados, verdaderamente dóciles, ante la inmensidad y la infinitud de Dios, la omnipotencia y el misterio insondable de Dios, la misericordia y la fidelidad inquebrantables de Dios. Es confiar en esto.

Los orgullosos no conocen a Dios – simplemente no pueden – los mojigatos, aquellos atrapados en su propio poder e importancia, aquellos ciegos y sordos, porque ellos mismos, no se permiten ver y escuchar. Las metáforas de la trayectoria espiritual a menudo usan términos como sed, hambre, anhelo, sequedad; es a Dios a quien buscan, pero lo más importante, saben que necesitan buscar. Bienaventurados los pobres de espíritu, es la primera línea de Jesús en Mateo 5, porque de ellos es el Reino de Dios.

La sencillez era más novedosa como actitud espiritual. San Francisco de Sales, una de las fuentes esenciales del desarrollo de la espiritualidad de Marcelino, fue alguien que enfatizó esto. Es ser uno mismo ante Dios: abierto, genuino, confiado, vulnerable. Esto no es esconder algo, fingir algo, enmascarar algo. Esto es no engañarse a uno mismo o presumir de engañar a Dios.

Es tener una relación ordenada con Dios, algo directo y transparente como cualquier relación genuinamente amorosa, una sin mucha exaltación, accesorios o pruebas. Sin secretos, sin juegos, sin agenda oculta. Es usar el lenguaje y los símbolos accesibles, incluso afectivos e íntimos. Algunos dirían que la sencillez es el rasgo esencial de los Maristas. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

Y la modestia. Algunas personas tropiezan con esto porque lo confunden con falta de confianza en sí mismas o con poca autoestima. Nada podría ser más opuesto. La modestia se trata de tener un autoconcepto que sea lo suficientemente seguro y maduro como para no sentir la necesidad de entrometerme o imponerme al otro, no gritarlos con mi voz, hostigarlos con mi presencia, utilizarlos para satisfacer mis emociones, o usarlos para lograr mis fines.

Es preferible poner al otro en el centro, respetuosamente, desinteresadamente y no posesivamente. Es centrarse en los demás y no en uno mismo. Donde la humildad es reconocer a Dios como Dios, la modestia significa permitir que Dios sea Dios y que actúe en nuestras vidas como Dios. Es trabajar para aprender acerca de Dios, estar alerta a la presencia y al movimiento silencioso y sutil de Dios en nuestras vidas, y dejar que nos influya, incluso que nos transforme. Bienaventurados los mansos.

Uno de los mayores errores que los maristas han cometido – incluidos entre ellos, algunos de los primeros Hermanos de Marcelino -, fue pensar que la humildad, la sencillez y la modestia tenían algo que ver con comportamientos que reducían o disminuían la completa expresión humana de lo que cada uno de nosotros es como persona. Para nada.

Estos no son guías de comportamiento, sino más bien, actitudes espirituales. Y claro que si los alimentamos en nuestra vida de fe – en la forma en que nos acercamos a Dios -, es probable que se reflejen en nuestra pastoral. Es decir, nos acercaremos a los jóvenes y a nuestros compañeros, y a todos, del mismo modo como nos acercamos a Dios: con el respeto que proviene de la humildad, con la autenticidad que proviene de la sencillez, y con el deseo de dejarlos brillar, lo cual viene de nuestra modestia. Nos acercamos a ellos  con un delantal, un lavatorio y una toalla. Para Amar y servir.

Para que un símbolo represente todo esto, Marcelino recurrió a las pequeñas flores que crecen silvestres en esa parte de Francia. Estas flores no son de las que gritan por su color, su tamaño o su olor: “¡Mírame! ¡Mírame!” No, son pequeñas, diminutas flores de color púrpura esparcidas en los campos verdes. Pero cuando se descubren, se puede ver que tienen su propia belleza, su propia integridad y su propia declaración silenciosa de quiénes son. Y como resultado, los campos son diferentes.

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H. Michael Green

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