21 de septiembre de 2015 LíBANO

Los maristas de Siria inspiran a prominente psicólogo

Un prominente psicólogo estadounidense que estuvo asesorando a los hermanos maristas de Siria y al grupo conocido como “Maristas Azules” en un encuentro de cuatro días realizado en el Líbano a principios de septiembre escribe sobre dicha experiencia que fue para él muy inspiradora.

El Doctor Robert J. Wicks, profesor emérito de la Universidad Loyola de Maryland en Baltimore, se refiere a los Maristas Azules como “maravillosos e inspiradores” y habla sobre la resiliencia en la columna de opinión que sigue a continuación.

Subraya que es necesario enfocarse sobre la fidelidad y no sobre el éxito y pone de relieve distintas formas de ubicarse positivamente ante las experiencias de pérdida, traición, ansiedad, estrés y oscuridad.

El autor, condecorado con la Cruz pro Ecclesia et Pontifice, la más alta distinción que el Papa puede conceder a un laico por su servicio a la Iglesia, también recalca que las claves de la resiliencia son la comunidad, la fidelidad, la oración y la humildad.

 

Quienes se han quedado
Los fieles educadores y asistentes cristianos de Alepo, Siria – Robert J. Wicks

Regresé hace poco de Beirut, Líbano, donde impartí un taller sobre la resiliencia a un grupo de asistentes y educadores que viven y trabajan en Alepo, Siria. El evento fue idea del hermano Emili Turú, Superior General de los Hermanos Maristas. En mayo pasado, el hermano Emili se reunió con los tres hermanos de la comunidad de Alepo y notó que, aunque se encontraban “bien”, estaban sobrellevando el enorme estrés de la guerra que habían padecido durante más de cuatro años y le pareció que convenía buscarles algún tipo de apoyo. Les propuso que organizaran alguna actividad que les diera luces sobre cómo lidiar con la situación, no solo a los hermanos, sino al grupo denominado “Maristas Azules”, llamados así porque se identifican con una camisa azul cuando prestan su servicio a la gente. Así es como acudieron a mí, debido a que el hermano Emili conocía mis escritos sobre la resiliencia, y a que uno de sus provinciales, el hermano Brendan Geary, había sido mi alumno de doctorado en la Universidad Loyola de Maryland. Me invitaron a dirigirles un taller, acepté y fui a Beirut para impartírselo.

Al volver a casa después del taller, los medios de comunicación describían los desafíos que enfrentan los refugiados sirianos y el sufrimiento que deben soportar en su viaje esperanzado hacia un futuro mejor. Sin embargo, leía y escuchaba poco sobre posibles iniciativas para dar ayuda y consuelo a quienes se han quedado en Siria. También ellos tienen poca agua, son peones en una batalla mundial que probablemente podría haberse evitado, y sufren el bombardeo periódico de sus casas, lugares de trabajo e infraestructura.

Estando en Siria, algunas personas del taller me decían: “Dejando de lado las faltas de nuestro presidente, ¿por qué el presidente Obama y otros líderes occidentales quieren quitarlo? ¿Acaso vamos nosotros a los Estados Unidos o a otros países para tratar de eliminar a sus líderes?” Estas personas se dan cuenta de que Alepo, la segunda ciudad de Siria y centro de su actividad comercial, ha sido reducida a ruinas, ha perdido la mitad de su población y cuenta con muy pocos médicos. En una ciudad donde casi no había indigentes, muchos hoy se aferran a lo que ha quedado de sus vidas, sin tener un lugar seguro donde vivir. Los participantes del taller han visto a los ricos, luego a la clase media, y finalmente a los pobres hacer todo lo posible por salir de la ciudad. Ven que incluso sus sitios arqueológicos y de culto cristiano están bajo ataque. Sin embargo, se han quedado para ofrecer esperanza y asistencia material a los cristianos y musulmanes que acuden a ellos. Los Maristas Azules son maravillosos e inspiradores.

Mantener una actitud de resiliencia en medio de estas circunstancias requiere mucha fuerza en la fe, la cual debe ser enfocada correctamente si quiere durar y florecer en lugar de quemarse, como sucede con tantos esfuerzos en situaciones oscuras. Con todo, cuando la resiliencia se profundiza y crece, quienes la experimentan se dan cuenta de que no es la intensidad de la oscuridad en el mundo o incluso en nosotros mismos lo que importa; al final de cuentas, es el modo de situarnos ante la oscuridad lo que hace la diferencia.

El trauma, ya sea que provenga de adentro o de afuera, no tiene necesariamente la última palabra. En realidad puede ser la primera palabra que suscita un nuevo sentido de fe y de vida. Sin embargo, para establecer el escenario adecuado que permita esto, conviene que seamos muy conscientes de la situación. De lo contrario, nuestra intención de ser fuertes durante el dolor y el sufrimiento será algo así como tratar de deshacerse de un boomerang: cuanto más lo intentemos, con más fuerza enfrentaremos innecesariamente lo que estamos tratando de eliminar.

Y así, en el encuentro con los “Maristas Azules” de Alepo el objetivo era el de ofrecerles “palabras de resiliencia” que les permitieran poner en perspectiva su vida y trabajo, de modo que su experiencia de fe resultara lo más rica posible incluso (y especialmente) en medio de la oscuridad que los rodea y a veces los abruma. Dichas palabras son valiosas para ellos y en su situación, pero también nos ayudan a todos durante las experiencias de pérdida, traición, ansiedad, estrés y oscuridad. Cuatro de ellas son: comunidad, fidelidad, oración y humildad.

Sobre todo en los Estados Unidos, donde la eficiencia y el individualismo son tan fuertes, nos cuesta ver que la comunidad y la colaboración sean un bastión espiritual y psicológico cuando enfrentamos grandes desafíos. Nos haría bien recordar aquel refrán camerunés: “si quieres ir rápido, camina solo; si quieres llegar lejos, camina en grupo”. Por eso les pedí a los participantes en la conferencia que fueran sensibles a cuatro “voces” o “amigos” de su comunidad, a saber: el profeta que nos pregunta “¿de quién es la voz a la que estás dando escucha para decidir tu camino en la vida?”; la animadora del equipo deportivo (cheerleader) que nos ofrece una voz simpática y nos ayuda a ver el amor de Dios reflejado en las cosas; el burlón que nos ayuda a recapacitar cuando inadvertidamente nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio, so pretexto de ayudar a los demás y de tomar en serio nuestra fe; y por último, el amigo espiritual que nos llama a realizarnos plenamente, sin hacernos sentir vergüenza por nuestra situación en el momento presente.

Fidelidad es otra de las palabras que nos guían, especialmente cuando sentimos que estamos enfrentando grandes dificultades. Cuando fui a Sudáfrica para hablarle a un grupo de agentes de pastoral sobre la resiliencia, una trabajadora social dijo con vehemencia: “¡no puedo seguir con esto, debo dejar lo que estoy haciendo!” Le pregunté en qué consistía su servicio y me dijo: “Trabajo con mujeres que han sido víctimas de abuso y violación. A menudo se trata de madres solteras pobres que apenas pueden permitirse pedir un día de permiso en el trabajo para presentar su caso en la corte. Cuando finalmente llegan donde el juez, éste con frecuencia da una ojeada a los papeles, frunce el ceño y dice: ‘no he tenido tiempo de mirarlo, haga otra cita’. No estoy teniendo éxito en lo que hago. Soy un fracaso”.

Esperé un momento para dejar que se tranquilizara y luego le dije: “¿quién estaba al lado de estas mujeres en esos momentos de derrota quizás momentánea?” “Solamente yo”, respondió. “Entonces, ¿sería una exageración decir que estabas más cerca de ellas que nadie más el mundo en ese momento?” Tras una breve pausa, contestó: “No, no sería una exageración”. Luego, con la voz más amable que pude, le pregunté: “¿y quieres dejarlo?” Y luego, tras otra pausa de silencio, añadí: “¿no te das cuenta de que no es el éxito lo que realmente importa, sino la fidelidad?”

La oración es la tercera palabra clave para poder vivir la resiliencia. No sólo hace falta una regla de oración como la de los Abbas y Ammas, padres y madres del desierto del siglo IV, para evitar que nuestra fe sea domesticada, sino que necesitamos una vida de oración que nos dé la apertura para ver a Dios y encontrar un sentido nuevo y más profundo de las cosas cuando la vida se vuelve traumática o difícil. Un profesional de la Cruz Roja que vive la dimensión espiritual y trabaja con personas en crisis postraumática contaba una vez que una mujer había encontrado el sentido de Dios cuando el autobús en el que viajaba había sido bombardeado. La reacción inicial de esta mujer fue la de preguntar dónde estaba Dios y cómo permitía que algo así sucediera. Después de un rato, sin embargo, había caído en la cuenta de la realidad y la compartía luego con el grupo: “¡Dios estaba en el autobús conmigo!”

La última palabra que ofrezco aquí, y que también ofrecí a los abnegados trabajadores de Alepo, es humildad, que consiste en la apertura para ver la realidad en maneras nuevas. Esta virtud cardinal del desierto nos ayuda a evitar los extremos de una inseguridad desmedida y de una excesiva confianza en nosotros mismos. Sin embargo, la humildad es difícil de encontrar incluso cuando de verdad la deseamos. Tomo un ejemplo de mi propia vida. Mi hija es trabajadora social y se ocupa de ayudar a los veteranos de Irak y Afganistán que regresan gravemente heridos. Un día, cuando sus dos hijas eran todavía pequeñas, les preguntó: “¿Qué dones creéis que os ha dado Dios para compartirlos con los demás?” Con gran energía expusieron la gran cantidad de dones que creían tener. Mi yerno, después de escucharlas, les preguntó: “bueno, ¿y dónde queda la humildad?” La más pequeña le dijo: “¿qué quieres decir exactamente con humildad?” Mi yerno abrió el diccionario, leyó la definición y les preguntó quién les venía en mente al escuchar la descripción. Inmediatamente, mis dos nietas y mi hija exclamaron: “¡Mom-Mom!”, refiriéndose a mi esposa. Entonces mi yerno preguntó: “¿y qué hay del abuelo?” Todas dijeron que no moviendo la cabeza de lado a lado y añadieron en voz baja: “No, Pop-Pop no…”

Incluso cuando de verdad queremos conseguir esta virtud, no es que sea fácil. Con todo, si de verdad nos interesa la resiliencia, debemos buscarla, porque al combinar humildad y conocimiento obtenemos la sabiduría, y si añadimos la compasión, obtenemos el amor. Dios es amor y el amor es el corazón de nuestro servicio a los demás, el corazón de toda la vida.

Los “Maristas Azules” que trabajan y viven en Siria están atravesando una gran oscuridad y, sin embargo, se han quedado para ayudar. Algunos de ellos se irán tarde o temprano, y probablemente así debe ser. Sin embargo, aunque se queden o se vayan, han hecho ya experiencia de fe profunda a través del servicio que han prestado, y han aprendido a mantener la resiliencia frente a la oscuridad. Toda la gente que han atendido los recordará, y definitivamente los recordaré también yo. Fui a servirles y regresé profundamente inspirado.

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El Dr. Robert J. Wicks es autor de varios libros en inglés sobre la resiliencia: Riding the Dragon; Bounce, Living the Resilient Life; Spiritual Resilience y la novela Conversations with a Guardian Angel. Es también profesor emérito en la Universidad Loyola de Maryland y vive a las afueras de Filadelfia.

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