Carta a Marcelino

P. Jean-Claude Courveille

1826-06-04

El P.Jean-Claude Courveille se asoció al P.Champagnat en mayo de 1824. Más tarde, desde agosto de 1825, cuando la casa de l?Hermitage empezó a ser habitada, también el P.Terraillon vino a unirse al Fundador, ayudándolo en el servicio espiritual y en la formación de los Hermanos. En el mes de mayo de 1826, en consecuencia de deslices de conducta, el P.Courveille necesitó dejar l?Hermitage, yendo a refugiarse en el Monasterio Trapense de Aiguebelle, en la región del Drôme, sudeste de Francia. De allá escribió esta carta, dirigida al P.Champagnat, al P.Terraillon y a los Hermanos. Expresa alabanzas a la vida austera y regular de los Monjes, insinuando veladas críticas al tipo de vida religiosa de la comunidad de l?Hermitage. Anuncia que pretende quedarse en la Trapa por más tiempo, a menos que, explícitamente, el P.Champagnat y los Hermanos pidan su vuelta. Por la descripción que hace de las virtudes y cualidades de un Superior, se percibe que le gustaría tener tal cargo en l?Hermitage. El P.Terraillon, única persona que conocía los motivos verdaderos de la salida precipitada del P.Courveille, convenció a los Padres Champagnat y Colin a no llamarlo de vuelta para l?Hermitage. (Cfr. H.Ivo Strobino, nota introductoria al texto, ?Cartas Passivas?).

Carísimos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo y en María su santa Madre.

[1] No sabría decirles lo contento que me siento de mi peregrinación a la santa casa de Nuestra Señora de la Trapa. En ella he hallado la santa paz del alma. He cumplido con Dios las promesas que le había hecho, y aquí me tienen ahora dispuesto a todo.

[2] Es cierto que no se halla en estos buenos religiosos esa gran ciencia, que muy a menudo, como dice el Apóstol, hincha el corazón; pero también les puedo asegurar que se halla aquí la verdadera ciencia de los santos, la única necesaria para la salvación; y de ambas, aunque yo fuera muy tonto en todas, no tengo siquiera las primeras nociones.

[3] Estos buenos religiosos me han recibido con esa caridad que caracteriza a los santos; tienen toda clase de atenciones con los extraños, y se ve que guiados por la fe, los reciben como si recibieran a Nuestro Señor.

[4] Todo en esta santa casa predica el fervor, la piedad, y se puede decir, todas las virtudes verdaderamente religiosas y cristianas.

[5] No podría expresarles cuánto me ha impresionado la regularidad que reina en todo; ese silencio admirable y continuo que al prohibirles el habla entre sí, les enseña muy bien a conversar con Dios; nadie habla sino el superior y el Padre de la hospedería encargado de recibir a los forasteros, y aún eso muy brevemente, pues se limitan en contestar a lo que se les dice o se les pide, sin hablar nunca los primeros.

[6] No es menos admirable ese celo insaciable que tienen en destruir al hombre viejo y revestirse únicamente del nuevo, pues parece que disfrutan contrariando en todo a la naturaleza.

[7] El Superior parece poner todo su empeño en mortificar y humillar a sus súbditos en todas las ocasiones, y los súbditos parecen recibirlas con un respeto, una humildad, casi diría una santa avidez; lo cual demuestra que son aficionados a ello y que dejan al Superior completa libertad para su dirección; que animan su celo para que no descuide nada de cuanto pueda contribuir en su adelantamiento espiritual y conducirlos a la santidad.

[8] No menos me ha impresionado la perfecta unión que reina entre ellos; esa caridad, digna de los primeros tiempos de la Iglesia, que hacía de todos los cristianos ?un solo corazón y una sola alma? (cor unum et anima una); de esa santa deferencia que tienen unos con otros, de esa continua preocupación por aliviarse en toda ocasión; nunca se encuentran sin saludarse recíprocamente con una profunda inclinación de cabeza y siempre en el mayor silencio fácilmente se comprende con todo lo dicho que tienen los unos por los otros un gran respeto y un amor digno de los verdaderos discípulos de Jesucristo. Lo que me hace decir con el salmista: ?Qué hermoso y alegre es vivir como hermanos en la unidad?.

[9] Oh! carísimos hermanos, cómo desearía que la casa del Hermitage de Nuestra Señora fuese una ligera imagen, no digo de esa vida dura y penosa, de esa penitencia rigurosa y extrema que se practica continuamente en la santa casa de Nuestra Señora de la Trapa (y de la cual tendría grandísima necesidad un gran pecador como yo), pero entiendo que no se ha dado a todos poseer semejante valentía y en especial a un cobarde como soy yo; desearía, digo yo, que la casa del Hermitage de Nuestra Señora fuese una ligera imagen de la regularidad, de la mortificación, de la humildad, de la renuncia a la propia voluntad y al juicio propio para conformarse con la voluntad y juicio del Superior que es la de Dios; de la abnegación y del menosprecio a sí mismo, del amor a la santa pobreza, de la unión y de la caridad perfecta de unos con otros, del respeto y de la deferencia y sobre todo de la sumisión, de la obediencia ciega y perfecta al Superior a quien le da una completa libertad para mandar y ordenar cuanto él crea ser lo más conveniente a la comunidad y al bien espiritual de cada uno. Fiat, fiat.

[10] Ahora, mis queridos y cariñosos hermanos, les voy a abrir mi corazón y hacerles partícipes de mis sentimientos para consultarles y rogarles se dirijan al divino Jesús y a la divina María con fervientes oraciones, con el fin de que ellos les hagan conocer lo que será para su mayor gloria, para que yo no actúe por mí mismo sino según su santa voluntad.

[11] Pues bien, si Uds. creen, después de haber consultado con Dios, que yo no sea más que un escollo en la santa Sociedad de María, mas bien nocivo que útil (de lo cual yo mismo estoy convencidísimo), les ruego me lo digan con sencillez, y entonces podré quedarme en la santa casa donde me encuentro para poner mi salvación a salvo. Pues estos buenos religiosos consienten en recibirme por caridad; el Padre Superior tendría la amabilidad de escribir conmigo a su Eminencia el Arzobispo para conseguir el permiso; pero no se hará esto sino después de su respuesta.

[12] Es cierto que su modo de vivir es muy duro y de alguna forma se puede decir que su vida es un martirio continuo, pero confío que sostenido por la gracia de Dios, posiblemente la podré soportar; por lo demás, aunque muriera diez o incluso veinte años antes, qué más da, si tenía la dicha de morir como un santo.

[13] No les ocultaré, carísimos hermanos míos, que desde hace algún tiempo estaba muy afligido viendo la escasa regularidad que había entre nosotros, la diversidad de pareceres sobre el fin, la forma, las intenciones y el espíritu de la verdadera Sociedad de María, nuestra independencia y nuestra falta de sumisión, nuestras ideas particulares. Todo esto me sumía en grandísimas perplejidades y me hacía creer que el demonio del orgullo, de la independencia, de la insubordinación y sobre todo de la división, metiéndose entre nosotros, no podríamos subsistir mucho tiempo. No culpo a nadie sino solamente a mí y me considero como el verdadero causante de todo eso; estoy muy convencido de que solamente mi persona impedía las bendiciones del cielo sobre la Sociedad de María y de que mi escasa regularidad, mi conducta tibia y poco religiosa eran para todos motivo de escándalo. Suplico a todos Uds. me perdonen por ello, así como de las faltas que haya podido cometer contra cualquiera que sea.

[14] Me parece que sería quizás más provechoso a la querida Sociedad de la augusta María el que yo no estuviera en ella; y aunque sea para mí la cosa más delicada el verme excluido, sin embargo estoy dispuesto a todo cuanto sea la santa voluntad de Dios. Sea lo que sea, me atrevo a asegurarles que nunca la perderé de vista, y que ella será siempre para mí infinitamente querida, que la encomendaré sin cesar al Señor y rogaré continuamente por todos los miembros que la componen y por todos aquellos que se le agregarán en el futuro, y esto de modo muy particular.

[15] Anhelo vivamente que quien esté encargado de dirigir y colocado como superior, rebose del Espíritu de Dios y de que no se aparte en nada del fin del instituto y de las verdaderas intenciones de la divina María y confío en que ella se las hará conocer. Con no menos ardor anhelo que todos, sin excepción alguna, le dejen una franca y completa libertad para dirigirlos; también que todos le profesen mucho respeto, considerándole como a Nuestro Señor y concediéndole el lugar de Nuestra Señora, quienquiera que sea, con tal que (lo que Dios no permita) no vaya en contra de la ley de Dios, la fe de la santa Iglesia Romana, las Constituciones de la Orden, el bien y el beneficio de la Sociedad de María. Por lo demás, que se tenga hacia su persona una completa sumisión, una obediencia perfecta, no solamente exterior y de voluntad sino aún más, de juicio e interior, dejándole en entera y franca libertad para disponer y ordenar conforme él crea ser lo mejor delante de Dios, lo más conveniente para el bien de la comunidad y lo más ventajoso para el progreso espiritual de cada uno, sin lo cual ninguna sociedad religiosa podrá ser muy observante y subsistir mucho tiempo.

[16] Les puedo asegurar, y la augusta María me es testigo, de que estoy sinceramente unido a Uds, de que les llevo a todos con todo cariño en mi corazón y que para mí será una grandísima pena la de verme separado de Uds.; pero una vez más, para el bien y beneficio de la amada y muy querida Sociedad de María, me sacrifico por todo, incluso a ser anatema, si es preciso.

[17] Acepten pues, mis muy amados y cariñosos hermanos, se lo ruego, y se lo suplico con lágrimas, en comunicarme cuanto antes lo que Uds. crean más conveniente a la gloria de Dios, honra de su Santa Madre, y más beneficioso para la querida Sociedad de María, después de que lo hayan examinado todo con seriedad delante de Dios, sin tener otras miras que su gloria y la honra de su Santa Madre. Con el fin de que yo sepa a qué atenerme, no haré ni permitiré hacer ningún trámite en Lyon, ni en absoluto entraré en el noviciado, mientras no haya recibido con anterioridad una respuesta de vuestra parte, y así no dar un paso imprudente ni realizar cuestiones a las cuales tenga que renunciar después.

[18] Les ruego piensen en la amistad y en el sincero cariño con el cual les abrazo a todos (ex toto corde) y con el que tengo la honra de ser su afectísimo hermano in Christo Jesu et Maria, J.C. COURVEILLE, f.d. y S.p.g.l . m. + Sacerdote ind. n: n.S. D. c.

Aiguebelle, Casa de Nuestra Señora de la Trapa, a 4 de junio de 1826.

P.S. Deseo que mi carta sea leída a toda la comunidad.

Edición: CEPAM

fonte: OM 152; ch210002.doc; Original autográfica, AFM, en el dossier: Cartas Courveille

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