Marcelino Champagnat, educador
Paul Sester
2000
Al reflexionar acerca de la obra y la personalidad de Marcelino Champagnat, y compararlo con otros fundadores de congregaciones de religiosos educadores, surge un interrogante: ¿a qué se debe su acierto en esta empresa? La pregunta no tiene nada de original y seguramente que ha pasado por la mente de muchos, quizá debido a la presente situación que invita a una renovación del impulso primitivo. En todo caso, ya a mediados del siglo pasado algunos Padres maristas se plantearon este mismo asunto.
El Padre Maîtrepierre, uno de los primeros Padres maristas que ha investigado acerca de los orígenes de la Sociedad de María, decía: El P. Champagnat efectivamente tenía todo lo que humanamente se necesita para impedir el éxito de lo que pretendía1. Igualmente, el P. Terraillon que conoció bien a M. Champagnat; porque trabajó con él durante 14 meses en el Hermitage, desde agosto de 1825 hasta noviembre de 1826, hizo la siguiente reflexión: El P. Champagnat reunió Hermanos para formarlos y él mismo ignoraba lo que les enseñaba. Les enseñaba a leer y él no sabía leer; a escribir y él no sabía respetar las reglas gramaticales al hacerlo2.
Esta era la reputación de que gozaba el Sr. Champagnat entre el clero. El cura de Marlhes, Sr. Allirot, decía en una ocasión al Hno. Luis: Su superior es un hombre sin experiencia, sin capacidad ni dotes intelectuales3.
Por lo demás, no le ocultaban lo que pensaban acerca de él. El P. Mayer, otro marista de los comienzos, refiere que alguien le habría dicho al P. Champagnat: ¿Cómo quieres que aprueben a tus Hermanos ? Tú eres su maestro, por consiguiente, considerado más instruido que ellos y tus cartas no son francesas 4.
Efectivamente, sabemos que durante su etapa escolar no asistió a la escuela por aversión al maestro, y sólo se puso a estudiar a los quince años, cuando decidió hacerse sacerdote. El mismo confiesa en una carta al Rey, Luis Felipe, que sólo llegó a saber leer y escribir con infinitas dificultades, por carencia de profesores capacitados5.
Y es él quien se empeña, precisamente, en fundar una congregación de educadores.
Lo asombroso es que haya tenido éxito, incluso más allá de lo que se podía esperar, más allá de lo que él mismo esperaba de lo que emprendía. Un éxito temprano, en pocos años, ha justificado mis conjeturas y ha sobrepasado mis esperanzas 6, escribe en la misma carta. El éxito es tanto más notable en cuanto que otros sacerdotes, en la misma época, intentaron cometidos semejantes y no lograron llegar muy lejos, aunque en el plano intelectual estuvieran mejor dotados. Pienso en el Sr. Douillet de la Côte-Saint-André, en el Sr. Rouchon, párroco de Valbenoite, en el Sr. Mazelier de Saint-Paul-Trois-Châteaux. El mismo Sr. Querbes, en Vourles, no conoció el rápido crecimiento que experimentó Nuestra Señora del Hermitage.
Por otra parte, si respecto al instrumento, es decir, su propia persona, las posibilidades de éxito eran menguadas, no eran más abundantes respecto al material disponible, es decir, los jóvenes que llegaban. Los primeros llegados, tanto a Lavalla como a N. Sra. del Hermitage, no poseían -salvo alguna excepción- el bagaje intelectual necesario para la carrera de profesor. El primero de todos, Juan María Granjon, le decía al P. Champagnat, en el primer contacto, que no sabía leer. El cuarto Hermano, Antonio Couturier, se nos presenta como un joven bueno y piadoso, pero sin instrucción alguna 7. El Hno. Juan Bautista, biógrafo del Sr. Champagnat, hace notar como excusa que los jóvenes que se hallaban por entonces (en 1826) en la casa llegaban del campo y, en la mayoría de los casos, no sabían leer ni escribir 8. El registro de entradas, iniciado en 1822, corrobora esta opinión al anotar debajo de casi todos los nombres: no sabe leer ni escribir , o algo sabe leer y escribir .
Estos son los jóvenes a quienes el Fundador, después de una formación de un año o menos, durante la cual dedicaban muchas horas al trabajo manual, enviaba a dar clases en los pueblos de los alrededores. El Sr. Courveille, que se dedicó por más de un año a la formación de estos jóvenes ayudando a Champagnat, le reprochaba recibir con demasiada facilidad a todo tipo de sujetos, la mayor parte de los cuales se retiraba después de haber ocasionado grandes gastos a la casa, no formar suficientemente a estos Hermanos en la piedad y las virtudes de su estado, ocuparlos demasiado tiempo en trabajos manuales y descuidar su enseñanza ; y por último, ser demasiado bueno e indulgente y, por esta razón, dejar que se debilitaran la disciplina y la regularidad9. Aunque algunos de estos reproches sean injustificados, sin embargo los que se refieren a la formación de los futuros maestros denuncian una realidad que se buscará corregir, contratando un maestro experimentado en la enseñanza y realizando cursos durante las vacaciones.
Con todo, a pesar de esta deficiencia intelectual, hay que convenir que desde el comienzo los Hermanos conocieron el éxito. El Hno. Juan Bautista, después de relatar cómo formaba el Sr. Champagnat a los Hermanos en catequesis, concluye: En poco tiempo consiguió que varios Hermanos fueran excelentes catequistas y destacaran en este ministerio más de lo que se podía esperar 10. El mismo autor constata que respecto del Hno. Juan María, al cabo de un año se encontraba bien formado y mostraba gran celo y abnegación , era capaz de reemplazar al maestro que se había contratado para dirigir la escuela de Lavalla y formar a los Hermanos, sin que la marcha de la escuela y la enseñanza de los niños se resintieran por este cambio. Lo mismo en la escuela de Marlhes, a su llegada los Hermanos hallaron a los muchachos sumidos en profunda ignorancia. Apenas había transcurrido un año y ya casi todos los niños sabían leer, escribir, calcular y, lo mejor de todo, sabían de memoria las cuatro partes del catecismo 11. Más aún, los alumnos de la escuela estaban tan bien educados que impresionaron al alcalde de Saint-Sauveur, el Sr. Colomb de Gaste, quien solicitó a estos maestros para su escuela comunal.
Hay motivos para preguntarse mediante qué prodigio pudo el humilde vicario de Lavalla formar en tan poco tiempo a jóvenes campesinos, intelectualmente apenas rehabilitados, para hacer de ellos maestros que se destacaron todos por su celo en la educación cristiana de los niños y por un talento especial en formarlos en la virtud12. Intentaré responder a esta pregunta.
Ante todo, hay que considerar que el Sr. Champagnat jamás pretendió formar profesores sabios. Pretendía formar educadores. Según su biógrafo, se expresó muy claramente acerca de este particular. Si nos limitáramos a enseñar las ciencias profanas, no tendrían razón de ser los Hermanos; eso ya lo hacen los maestros. Si sólo nos propusiéramos la instrucción
religiosa, nos limitaríamos a ser simples catequistas y reunir a los niños una hora diria para hacerles recitar el catecismo. No, nuestro propósito es más ambicioso: queremos educar al niño, esto es, darle a conocer su deber y enseñarle a cumplirlo ; inculcarle espíritu, sentimientos y costumbres religiosas, las virtudes del cristiano y del honrado ciudadano. Para conseguirlo, hemos de ser auténticos educadores, conviviendo con los niños el mayor tiempo posible 13.
Sin duda que esto supone comenzar por aprender la lectura y la escritura, así como los elementos de la ciencia, y para formar ciudadanos, aprender a comportarse en sociedad. Pero estas bases deben permitir construir el edificio, no reemplazarlo, puesto que no son más que medios. El objetivo es asegurar su salvación, lo que exige poseer convicciones y hábitos de vida, lo que supone una cultura que se adquiere y se sostiene mediante la enseñanza. Esta enseñanza fue transmitida por el Sr. Champagnat a sus discípulos, no mediante sabias exposiciones teóricas, sino a través de la práctica y el ejemplo, viviendo con ellos. No es exagerado decir que el ejemplo era un punto fuerte del método educativo del Sr. Champagnat. Los testimonios de los primeros Hermanos lo subrayan con admiración. Si ordena o propone algo, es el primero en ejecutarlo. Aún no tiene dos años de vida la comunidad de los Hermanos, cuando él deja las comodidades de la casa parroquial para unirse a ellos en su austeridad. Si se trata de mejorar, agrandar o construir nuevas habitaciones con sus propias manos porque faltan recursos, lo hallamos el primero entre los obreros.
Es evidente que para poder realizar todo esto, para ser capaz de dar siempre el ejemplo y disponer a los demás a seguirlo, se requieren cualidades personales que no todos poseen. En consecuencia, la solución del problema reside sobre todo en la personalidad del Sr. Champagnat, podríamos decir en su solidez, en su carácter feliz del que habla el Hno. Juan Bautista, en el don de sí mismo a los demás y finalmente, en su amor a Dios. Estos cuatro aspectos merecen ser destacados con los datos que nos proporciona la historia de su vida.
Con el término solidez queremos designar tanto su juicio seguro como su valor para arriesgarse, sin dudas ni temores. Marcelino pertenece a esas personalidades firmes, junto a las cuales se experimenta seguridad, con quienes no se teme acompasar la marcha, viéndolas caminar sobre piso firme, en una dirección, sin sombras ni rodeos. Desde los inicios da pruebas de no temer tomar decisiones, que luego tiene el valor de llevar a cabo sin vacilaciones. Siendo niño, juzga que su maestro, poco respetuoso de la persona del alumno, es incapaz de educar, según él entiende esta labor, y decide perentoriamente no asistir más a clases. ¿Hasta qué nivel llegó antes de desertar de la escuela? Hasta dónde la familia y su curiosidad personal pudieron remediar la carencia de conocimientos básicos, no nos lo dice su biografía. Con todo, su padre, no desprovisto de cultura y antiguo comerciante de tejidos, instruyó a sus hijos en multitud de cosas, especialmente en lo referente a hacer fructificar el dinero mediante la crianza de animales domésticos. Marcelino, que no retrocedía ante nada, se lanzó de inmediato a negociar con ovejas. Pero al comprender que Dios lo quería sacerdote, decidió seguir el llamado abandonando su empresa y preparándose sin demora a responder, a pesar de los obstáculos que le hicieron entrever. Y cuando se presentó la ocasión, mediante el proyecto de fundación de la Sociedad de María, de unir a ella la rama de los Hermanos catequistas, arrancó la aprobación de sus compañeros un tanto perplejos, y luego, apenas se presentó la posibilidad, se lanzó con resolución y valor a la aventura que prosiguió contra viento y marea, remontando las horas negras en que todo parecía cebarse contra él. Cuando su obra es puesta a prueba y sus Hermanos se inquietan por el porvenir, les reconforta y les invita a no temer porque él comparte sus infortunios y hasta el último trozo de pan14. La misma resolución le lleva a enfrentar las amenazas suscitadas por la revolución de 1830: No se espanten, tenemos por defensa a María escribía al Hno. Antonio15. En síntesis, la tenacidad le lleva a triunfar ante numerosas situaciones de esta naturaleza, gracias a su habilidad y su confianza en la Providencia.
El hecho relativo al cambio en la manera de pronunciar las consonantes y la adopción de las medias de tela, pone en evidencia su sentido pedagógico. Contra el parecer de los Hermanos, el Fundador impone el método que juzga más eficaz y consigue su aceptación recurriendo a una representación que revela su método de convencimiento mediante una aplicación concreta16. No se encuentra en Champagnat lo que se podría llamar una teoría de la educación, sino principios prácticos, inspirados en el sentido común, perspectivas acerca de las situaciones que se van presentando que revelan un juicio perspicaz y seguro. En efecto, posee una segura apreciación que le hace entrever rápidamente la solución adecuada al problema del momento, que se apresura en realizar.
M. Champagnat salió del seminario con tres certezas: la educación cristiana de la juventud está descuidada ; los religiosos educadores pueden remediar eficazmente esta carencia ; sus compañeros lo encargan de suscitar estos educadores. Desde el día de su llegada a Lavalla, nos dice el Hno. Juan Bautista, empezó a pensar en la fundación de los Hermanos 17. Admitamos, con el Padre Bourdin18, que la expresión día de su llegada no hay que tomarla a la letra, sino en un sentido más amplio, que abarca varios días. El P. Champagnat llegó a Lavalla el 15 de agosto ; el 6 de
octubre conoció a Juan María Granjon ; el 28 de octubre administró los sacramentos al joven Montagne ; luego se reencontró con Granjon para comprometerlo a ser el primer miembro de la congregación. A comienzos de noviembre invita a Juan Bautista Audras a comprometerse también. A partir de ese momento, se trata de proporcionarles una casa, comprarla, amueblarla con lo estrictamente necesario, y alrededor de seis semanas más tarde ya puede instalarlos en esa vivienda. Durante ese tiempo sus compañeros de seminario, que se comprometieron a fundar la Sociedad de María, no han concluído de reflexionar acerca de su proyecto en espera de algún acontecimiento favorable. El P. Champagnat, que considera más urgente realizar su parte, anticipa la ocasión, pues su temperamento lo lleva a ejecutar sin dilaciones una decisión ya tomada. Por lo demás, si algo ocurriere, él tendría menos excusas puesto que se siente en posesión del medio adecuado: su temperamento que congrega a las personas.
El Hno. Juan Bautista bosqueja su retrato moral con estas breves palabras: Bajo esta capa un tanto adusta y en apariencia severa, se ocultaba la persona más jovial. Tenía conciencia recta, juicio certero y profundo, corazón bondadoso y sensible, sentimientos nobles y elevados. Era de carácter alegre, abierto, sincero, firme, entusiasta, ardiente, tenaz y siempre ecuánime 19. Y algunas líneas más allá, el mismo autor precisa:
Buena parte del éxito que consiguió el Padre Champagnat en el desempeño de su ministerio y en la fundación del Instituto hay que atribuirlo a su carácter alegre, abierto, sencillo, atento y conciliador. Sus modales sencillos y afables, la franqueza y el aspecto bondadoso que se dibujaban en su rostro, le cautivaban los corazones…20. La repetición de los calificativos: alegre, abierto, es tanto más significativa cuanto que se encuentra ya en el capítulo 4 de la primera parte: Su carácter alegre, franco y abierto, su aspecto sencillo, modesto, franco, bondadoso y noble a la vez… 21. Unidos a la nobleza, a la seriedad de comportamiento, estos rasgos denotan una personalidad que se impone rápidamente a quienes se le acercan. Si la reserva mantenía a distancia en una primera aproximación, pronto cedía el lugar al afecto respetuoso y crecientemente profundo. En el seminario menor, tímido al comienzo y objeto de burlas por su aspecto campesino, pronto formará parte de la banda alegre , en la que podemos suponer no era el último, vista su tendencia a introducirse socialmente. En sus resoluciones de retiro, que marcan un cambio de rumbo, se pueden apreciar huellas de esta tendencia. En 1812 se impone huir de las malas compañías y pide al Señor la virtud de la humildad que, según el contexto, parece entender como una actitud de pasar inadvertido delante de los camaradas. En efecto, en los años siguientes, además del orgullo, lo que busca someter es su tendencia a hablar demasiado.
No hablaré… sin necesidad ; en los recresos trataré de extenderme menos hablando… ; combatir la maledicencia… ; no hablar de mí mismo… ; ser más recogido y menos disipado 22. Si experimentaba dificultad para escribir, como testimonia el número limitado de sus cartas y escritos, debía sentirse a sus anchas hablando, sin la exigencia de utilizar correctamente el idioma.
Esta facilidad de palabra sólo podía reforzar la influencia que ejercía sobre aquellos que lo trataban. Los informes de los Hermanos dejan entrever que dicha influencia era grande. Era firme, ciertamente, confía el Hno. Francisco, todos hubiéramos temblado con el solo sonido de su voz, con una sola de sus miradas…, sin embargo era sobre todo bueno, compasivo, era un padre… Una palabra, la misma palabra repetida varias veces, dicha por él, descendía hasta el fondo del corazón 23. Sólo hay que recordar el episodio de la elección en la que el Sr. Courveille pretendía tomar el lugar de superior, suplantando al Padre Champagnat. Al segundo escrutinio, a pesar de la intervención sin ambigüedad de este último, volvió a reunir casi la totalidad de los votos 24. No menos significativa es la reacción de los Hermanos cuando en su enfermedad de 1826 reaparece en la sala de comunidad.
¡Es el Padre Champagant, nuestro buen Padre! , exclaman interrumpiendo la seriedad del capítulo de culpas que se celebraba bajo la presidencia del Sr. Courveille25. Se podría recordar también otro hecho que corresponde a la última enfermedad del Padre Champagnat y que muestra el profundo afecto que se supo ganar de parte de sus Hermanos. Todos se ingeniaban para buscar la forma de aliviarlo y complacerlo. Los Hermanos y novicios ponían sumo cuidado en evitar el menor ruido en torno a su habitación ; y, aunque habían alfombrado tránsitos y pasillos, se descalzaban al pasar delante de su habitación. El Señor Bélier, misionero de Valence, que por entonces se encontraba en el Hermitage, estaba asombrado de tantas atenciones, cuidados y cariño 26.
La veneración que despertaba el Fundador entre sus Hermanos muestra fehacientemente cuán profundamente impregnaba sus corazones la formación que les daba. Replicando al párroco de Marlhes, el Hno. Luis defiende la reputación de su superior afirmando: Todos lo consideran sabio y bueno. Y nosotros, los Hermanos, lo tenemos por santo 27. Ciertamente que este elogio no era inmerecido por el Padre Champagnat, él que se entregaba plenamente y sin miramientos por su propia persona.
La dedicación al trabajo, la valentía para emprender, la habilidad manual, en una palabra todo su ser y tener, fueron puestos por el Padre Champagnat al servicio de su obra, en detrimento de lo que hubiera podido retener para sí.
Dedicaba largos ratos al estudio, a la instrucción y formación de los Hermanos, a despachar la correspondencia, a ocuparse de los balances de la administración del Instituto, a visitar las escuelas, a elaborar, estudiar y meditar las Reglas que quería dar a la comunidad, atender a cuantas personas le consultaban sus problemas, recibir en entrevista a Hermanos y postulantes. Éstas eran las ocupaciones que llenaban su jormada,o, mejor, su vida entera. Tanto, que agotaron sus fuerzas, minaron su robusta constitución, y lo llevaron prematuramente al sepulcro 28. Cual jefe de obra, mantenía la mirada sobre cada cosa para asegurar el buen funcionamiento del conjunto, pero también porque era enemigo de las cosas a medias, incapaz de descansar cuando un asunto no estaba concluído, menos aún de no hacer nada, porque tenía la convicción de que Dios se lo pedía. Así afirmaba en cierta ocasión: Habría podido quedarme tranquilo en una parroquia pequeña en vez de estar permanentemente abrumado por el gobierno de la Sociedad, pero la gloria de Dios y la salvación de las almas me piden este trabajo. Igualmente, habría podido quedarme en mi familia, trabajando, en vez de tantas dificultades, preocupaciones y viajes que ocasionan el gobierno y la dirección de los Hermanos, pero Dios lo quiere así y yo estoy contento 29.
Su satisfacción procedía, nos dice, del cumplimiento de la voluntad de Dios, pero más directamente del hecho de responder así al afecto de sus semejantes y de los niños en particular, al afecto de sus Hermanos que tan generosamente corresponden al llamado del Señor para servir al prójimo. El auténtico amor por sus Hermanos era intenso, de acuerdo con su temperamento, sin miramientos ni puro sentimentalismo. Las 55 cartas a los Hermanos y las 15 circulares que se conservan expresan, o al menos transparentan, su afecto sin distinción de personas, aunque según el testimonio del Hno. Lorenzo tuviese
que sufrir mucho por la diversidad de caracteres y por ciertos temperamentos extravagantes difíciles de conducir 30. Sin embargo, en sus cartas se nota que al dirigirse directamente al corresponsal nunca utiliza los verbos amar, querer, sino algunos sustantivos en su reemplazo, como afecto, cariño ; mientras que si se refiere a un tercero el amor es explicitado. Por ejemplo, al final de la carta al Hno. Théodoret:
A Dios, querido amigo, no dude de mi cariño por Ud. Mis saludos al buen Hno. Director a quien quiero también 31. El Hno. Dominique que vivía continuamente insatisfecho y debía poner a prueba los nervios de cualquiera, recibió este mensaje breve y tierno, aunque cargado de sobreentendidos:
Ud. me quiere, y yo puedo asegurarle que está bien retribuido por mi parte 32.
No menos elocuente para los Hermanos era el hecho de que el Fundador estaba con mucha frecuencia con ellos. La primera comunidad no alcanzó a vivir dos años sola, cuando ya él vino a compartir su vivienda.
Amaba a sus Hermanos como a hijos, y su corazón de padre le decía que tenía que estar en medio de ellos, vivir con ellos y como ellos, compartir su indigencia, …sometiéndose como uno más a las exigencias de la vida religiosa 33. Para medir el valor de este gesto, basta considerar el alto concepto de la dignidad sacerdotal que el seminario de San Sulpicio inculcaba a sus alumnos. Según Juan Eudes, el menor de los sacerdotes es superior a Luis XIV, es el coadjutor del Padre celestial en la generación del Hijo34. No hay que asombrarse, pues, de que los eclesiásticos que encontraban al Padre Champagnat encaramado en los andamios, con la plana en la mano, se indignaran. Sin duda que la necesidad de estar con los pobres, según su manera de ver, y sobre todo la satisfacción de estar con sus Hermanos, no le parecían reproducir menos adecuadamente la imagen de Cristo, que eligió las condiciones humanas más humildes. La única concesión que hacía a su rango sacerdotal era la de comer solo en una mesa aparte, en el comedor de los hermanos, pero no se separaba de ellos durante los recreos, jugando a sus mismos juegos, divertiéndolos de vez en cuando con salidas llenas de humor. Tal conducta no podía sino ganarle el corazón de los Hermanos y permitirle desarrollar una acción influyente sobre ellos.
Es evidente que una vida de este estilo exige un esfuerzo de dominio de sí e incluso de sacrificio. Sin embargo, el Padre Champagnat encontraba en su carácter altruísta un trampolín que lo empujaba en esta dirección. Y no se trataba sólo de los Hermanos a quienes estaba unido, a los que rodeaba de su afecto, también los niños quienesquiera que fuesen, y especialmente los más necesitados, encontraban amplio lugar en su corazón. La frase: No puedo ver a un niño sin sentir deseos de enseñarle el catecismo, de decirle cuánto lo ha amado Jesucristo… 35 se ha hecho célebre. Del mismo modo, cuando encontraba vagando por las calles a niños a quienes suponía carentes de educación cristiana, se decía a sí mismo: ¡Pobres niños, cuánto les compadezco! 36. Estas palabras no se quedaban en letra muerta ; él sabía traducirlas en actos acogiendo como internos en el Hermitage, además de ancianos desamparados, a niños en mayor o menor grado de abandono, según acredita su Libro de cuentas .
Le gustaba que los Hermanos manifestaran esta misma actitud hacia los niños cuya educación les era confiada. Puesto que consideraba la vocación de hermano no como un oficio sino como un ministerio que exige, de modo especial, amar a los niños.
Para educar a los niños hay que amarlos. Y amarlos a todos por igual 37. Ciertamente, los Hermanos no tenían dificultad para comprenderle y poner en práctica esta exigencia. Les bastaba con copiar el ejemplo que él les daba con su cotidiana manera de actuar en medio de ellos. Su propósito era comunicarles el ardor apostólico del que él estaba penetrado.
Dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar, ése es el fin de su vocación y el fin del Instituto . Así se puede comprender la razón por la que algunos Hermanos sólo gozaron de algunos meses, incluso de sólo unos días de permanencia en el noviciado del Hermitage, mientras que otros permanecían por más de un año. No existía un programa que hubiera que asimilar, pero sí que era indispensable dar pruebas de un celo suficiente para el apostolado, de un ardor interior suficientemente grande como para encender a los jóvenes.
Según el pensamiento del Padre Champagnat, que transparentaba en su manera de ser, la condición necesaria y suficiente para tener éxito en la educación cristiana de los niños no consiste en poseer gran ciencia, sino en vivir un ardiente amor a Dios. Para educar debidamente a los niños -decía Champagnat- hay que amar ardientemente a Jesucristo 38.
Es evidente que el amor al prójimo, especialmente al más necesitado, sólo puede sostenerse si está animado por un auténtico amor a Dios, que en Champagnat constituía el motor de toda su actividad, el secreto último de su éxito. Basta consultar los testimonios de los Hermanos que lo conocieron ; por ejemplo, acerca de su confianza en la Providencia en los momentos difíciles, acerca de sus actitudes al celebrar la Eucaristía, para convencerse de su creciente intimidad con Dios. Al final de sus días, no hay duda de que alcanzó el umbral de la experiencia mística.
No es menos cierto que a partir de la mitad del recorrido, hacia 1834, al salir de las grandes dificultades, se encontraba profundamente convencido de haber sido escogido por Dios para ser instrumento suyo en la fundación del Instituto. Nada importa que sea por medio de Jesús o de María, según él se expresaba. Cuando un grupo de ocho postulantes se presenta, después de haber orado insistentemente a María para que su obra no se apagase como lámpara sin aceite , estos candidatos le parecían visiblemente enviados por la Providencia 39. Cuando una tarde de febrero de 1822, a punto de perecer con su compañero el Hno. Estanislao, en los faldeos de una montaña, de noche, en medio de una tormenta de nieve, un resplandor inesperado los salva después de orar fervientemente a María, fue Ella, según el Padre, quien los había librado de una muerte segura 40, que habría sido fatal para el porvenir de la obra. Cuando, construyendo la casa del Hermitage, los obreros se vieron preservados de algunos accidentes mortales, no dudaba que la Buena Madre velaba por su familia. En otros casos similares que pusieron en peligro la supervivencia de la congregación, el Padre Champagnar veía la intervención del cielo, como se lo manifestó al Hermano que le expresaba su pena por perderlo: ¿No es acaso la divina Providencia quien lo ha hecho todo entre nosotros?… ¿No ha sido ella quien nos ha reunido y nos ha sacado airosos de todos los obstáculos? 41. Daba a entender claramente que él se consideraba como el instrumento del que Dios se había servido para realizar los designios de su divina voluntad.
Esta seguridad, lejos de enfriar su ardor, al contrario, lo estimulaba a consagrarse más plenamente, hasta la oblación total de su vida, ya que Dios lo honraba al escogerlo y testimoniarle tanto amor, consagrándolo a su servicio.
En contacto con esta personalidad, que a los ojos de los Hermanos irradiaba prestigio y virtud, que sabía cautivar a sus discípulos y transmitirles con la palabra y, de modo más convincente aun, con el ejemplo irrecusable de su vida, el fuego que le abrasaba, ¿cómo no sentirse atraídos por su estela? Tanto más que en ello encontraban los Hermanos la respuesta a la gran preocupación de alcanzar la salvación. Las biografías de algunos de los primeros Hermanos muestran explícitamente que ese era el motivo principal de su compromiso con el Instituto. Por otro lado, como hijos de familias campesinas y numerosas, descubrían en la profesión de educadores una salida que los promovía de su modesta condición. Sin llegar a brillar por su sabiduría, lo que exige prolongados esfuerzos y cualidades que ellos no poseían, sin embargo lograron despertar el aprecio de la gente como sembradores de una simiente promisoria de futuro religioso y social.
Indiscutiblemente el impulso transmitido por el Padre Champagnat mediante su vida, el espíritu que les comunicó, ha repercutido en la misión de sus discípulos y los ha marcado con su impronta, características a las cuales la congregación debe su éxito y cuya huella conserva todavía.
CONCLUSIÓN
Para convencerse de este éxito, nada más elocuente que las estadísticas. En los Anales del Instituto42, el Hno. Avit proporciona un bosquejo sin que se puedan precisar las cifras. El registro de tomas de hábito, nos dice, deja constancia de que desde el 2 de enero de 1817, el venerado Fundador había dado el hábito religioso a 401 novicios. Pero …este registro fue establecido en 1829 y los nombres de quienes se habían retirado no figuran. Sin alejarnos de la verdad, podemos elevar a 421 el número de novicios admitidos a la toma de hábito por el Padre. El registro de defunciones certifica que desde ese mismo día, 49 Hermanos o novicios habían entrado en la eternidad . El autor reconoce que no está en disposición de poder precisar cuántos Hermanos integraban el Instituto el día de la muerte del Fundador. No obstante, de acuerdo a las reseñas que posee, estima en alrededor de 280 Hermanos, lo que permite suponer que 91 Hermanos se habían retirado del Instituto mientras vivía el Fundador.
Por otra parte, las listas nominales que se conservan en los archivos proporcionan cifras bastante precisas. Son dos Hermanos el día de la fundación, sólo ocho a comienzos de 1822, cuarenta en 1825 y ciento sesenta y dos en 1837. A partir de la llegada de los ocho postulantes en marzo de 1822, la congregación se acrecentó progresivamente hasta 186043. Sin pretender mostrar las estadísticas de cada año, las de 1880 pueden servir de ejemplo. Fijándonos únicamente en las Provincias del Hermitage y de Saint-Genis, 72 jóvenes tomaron el hábito, 40 novicios emitieron sus primeros votos y 23 Hermanos se comprometieron con la profesión perpetua. Finalmente, el mayor número de Hermanos en el Instituto casi llegó a los 10.000 en los años 1968-69.
El número de escuelas dirigidas por los Hermanos constituye, también, un testimonio del éxito de la obra del Padre Champagnat, por el hecho de que los Hermanos eran enviados a petición de las parroquias o las comunas. Estas peticiones siempre fueron más numerosas que las respuestas positivas que se pudieron dar. Basta leer las cartas del Padre Champagnat para darse cuenta de sus lamentos por no poder responder al llamado de los niños cuya educación deja que desear y de las dificultades para defenderse de solicitudes demasiado numerosas y a veces apremiantes. El 4 de diciembre de 1838 escribe al Sr. Faure, párroco de Villeurganne: Nos resulta bien penoso encontrarnos en la imposiblidad de secundar su celo 44. Igualmente al Sr. Limpot, párroco de Cosne-sur-loeil, el 17 de febrero de 1839 : Con mucho dolor nos vemos obligados a aplazar las peticiones demasiado numerosas de pastores celosos que nos honran con su confianza 45. El 8 de abril de 1839 confía al joven Hno. Lorenzo María que se encuentra en Saint-Pol-sur-Ternoise: Hemos fundado dos establecimientos después del de Saint-Pol, más bien debería decir que nos han arrancado Hermanos para dos comunas 46. En total, había proporcionado Hermanos a 53 escuelas, aunque debió retirarlos de 5 de ellas, de modo que quedaban 48 cuando murió. Es inútil decir que esta cifra ha ido en aumento a lo largo de los años.
No resulta inadecuado, pues, hablar de éxito a propósito de la obra de Marcelino Champagnat. No es conveniente, ciertamente, realizar comparaciones molestas con otros fundadores. Pero sí se puede decir que el P. Champagnat, menos dotado aunque tal vez más afortunado que algunos de ellos, los aventaja en cuanto a logros en una empresa que a primera vista parecía sobrepasarlo. Hay que atribuir estos logros, por una parte, a su personalidad dotada de habilidades en varias dimensiones, y por otra, a la utilización que de ellas hizo desviviéndose en el servicio de Dios, por amor a El.
No se puede descuidar, en esta mirada, la intervención de la gracia de Dios. La propia confesión del P. Champagnat en este sentido hay que tomarla en serio. ¿No es acaso la divina Providencia quien lo ha hecho todo entre nosotros? ¿No ha sido ella quien nos ha reunido y nos ha sacado airosos de todos los obstáculos? 47 Lo que a él pertenece en todo este asunto es que supo desaparecer para dejar todo el lugar a la acción divina. No es necesario, pues, para realizar la obra de Dios, el tener al alcance todos los medios humanos, las competencias intelectuales, los recursos económicos ; basta con abandonarse en la entrega total de sí mismo al Ser cuyo amor infinito por su creatura está hecho a la medida de su potencia creadora.
Hno. Paul Sester, marzo de 1999.
Notas
1 OME. doc. 157 (537), p. 363
2 Id. doc. 162 (707), p. 396.
3 Hno. J.B. Furet, Vida de M.J.B. Champagnat, edición 1989, p. 90. (En adelante, Vida)
4 OME. doc. 157 (537), p. 367. OME doc. 157 (537) p. 367
5 Carta al Rey, del 28 de enero de 1834, LMC, vol. 1, doc.34, p.100.
6 Ibid
7 Vida, p.65.
8 id. p.149.
9 id. p.141(Nota : no se encuentran estas expresiones en el lugar señalado).
10 id. p. 80.
11 Id. p. 87.
12 id. p. 554.id. p. 80
13 id. p. 547-548.
14 cf. LMC, vol. I, doc.30, p.84. Cf. Cartas doc.30 p.82
15 id. doc. 16, p. 57.id. doc.16 p.53
16 Vida, 1a parte, cap. 16
17 Vida, p. 41-42.
18 Origines Maristes Extraits, doc. 166 (754), y nota 4, pp. 437-438. Cf
19 Vida, 2a parte, pp. 273-274. Vida, 1ª parte, p. 39
20 Vida, p. 274. Origines Maristes Extraits = OME, doc. 166
21 Vida, p. 40 Vida, 2ª parte, pp. 251 –
22 cf. Resoluciones, en Cahiers Maristes , N° 1. Cf. Resoluções, em Cadernos Maristas nº 1
23 Hno. Francisco, Carnet 13, p.917. Ir. Francisco, Carnet 13 p.917
24 Vida, p. 140. Vida p.129
25 Vida, p.145.
26 Id. P. 246. id
27 id. p. 91. Vida, p. 226
28 Id. P. 428.id. pp. 83 – 84
29 Hno. Francisco, Carnet, Notas 1, p. 77. – AFM 5101.310, p. 27.
30 Testimonio del Hno. Lorenzo, OME. doc.167 (756), p. 456.nço, OME doc. 167 (756) p. 456
31 LMC. Vol.1, doc. 205, p. 411. LMC Vol.1 doc. 205, p. 411
32 id. doc. 36, p.107.id doc.36, p. 107
33 Vida, p.78.Vida p. 71
34 Y. Krumenacker, LEcole française de spiritualité, Paris 1998, p. 457.
35 Vida, p. 504.Vida p. 460
36 Ibid. ibi
37 id. p. 550. id. p. 5
38 id. p. 556. id. p. 506
39 Id. P.100 id. p. 94
40 id. p. 354 id.
41 id. P. 234 id.
42 Fr. Avit, Annales de lInstitut, vol.1, La rude montée, p. 299 ss.da, p. 299 ss
43 Cf. F. André Lanfrey, Une congrégation enseignante : Les Frères Maristes de 1850 à 1904 Tesis de 3er ciclo, Universidad de Lyon II, U.E.R. des sciences de lhomme et de son environnement.
44 LMC, vol. 1, doc. 229, p. 449-450.
45 ibid. doc. 243, p. 473.
46 ibid. doc. 249, p. 480.
47 Vida, p. 234. ibid
Edición: Cuadernos maristas 16, páginas 5-19