
María en el corazón de la Iglesia
Hace 195 años, el día 23 de julio de 1816, doce neo-sacerdotes de la arquidiócesis de Lyon, entre los cuales se contaban Jean Claude Courveille, Marcelino Champagnat y Jean Claude Colin, se consagraban a la Virgen María en la capilla de Fourvière, el santuario más amado del pueblo lionés. En el corazón tenían un deseo, que sus labios traducían en promesa:
Prometemos solemnemente consagrar toda nuestra vida y todas nuestras energías al establecimiento de una Sociedad de la Virgen María, que tendrá como fin anunciar a todos los hombres la salvación de Jesucristo, bajo la protección y amparo de su Madre…”
Este episodio retoma y concretiza otro episodio anterior, acaecido en 1809, cuando también ante un altar de María, la Virgen Negra de Puy, Jean Claude Courveille escuchó en su corazón a la Madre del Señor pedirle la fundación de una sociedad que llevase su Nombre. Cuando firmaron la Promesa sobre el altar, aquellos doce jóvenes sacerdotes dieron comienzo a la concretización de este deseo de Nuestra Señora. Con este acto de fe y de profunda confianza en la Providencia, lanzaron las semillas del que llegaría a ser un árbol frondoso en la Iglesia, cuyas ramas se extenderían por el mundo entero: la Sociedad de María.
Para celebrar tan memorable efemérides de los Institutos religiosos que componen la gran familia Marista, Danilo Ferreira Silva, postulante de la Provincia de Brasil Centro Norte, ha diseñado un cuadro que ilustra este texto, al que dio el título de “María en el corazón de la Iglesia”. Es también una forma de recordar a todos que el 200º aniversario de la fundación de la Sociedad ya se acerca y que su celebración será tanto mejor cuanto más intensa haya sido su preparación.
DESCRIPCIÓN DE LA OBRA
El Espíritu Santo inaugura la escena. Este Espíritu, que es el “alma de la Iglesia”, está sobre un conjunto de imágenes. Su presencia evoca Pentecostés, cuando vino de los cielos un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que inundó toda la casa donde estaban reunidos los apóstoles (cf. Hch. 2,2).
María es el centro de la tela y atrae hacia sí, de modo irresistible, los ojos de cuantos la contemplan. La iconografía es la de la imagen dorada de Nuestra Señora, tal como está situada sobre la torre de la antigua capilla de Fourvière, que mira hacia la ciudad de Lyon.
En su pecho nace una llama de luz, que se proyecta sobre la cabeza de los Fundadores. Es un símbolo del Espíritu Santo que, en el Cenáculo, apareció en forma de lenguas de fuego, que se repartieron y se posaron sobre cada uno de los presentes (cf. Hch 2,3). María como ninguna otra criatura, es templo del Espíritu de Dios (cf. 1 Cor 6,19). Su intimidad con la divina Ruah, el soplo que fecundó su vientre, es íntima y esponsal.
Las lenguas de fuego sobre los fundadores, reunidos en torno a ella, relacionan, simbólicamente, el Pentecostés de Jerusalén a la experiencia de Fourvière: el Espíritu Santo continúa dando su gracia a la Iglesia con carismas especiales y necesarios a su renovación. La familia Marista puede, por tanto, reclamar para sí lo que fue prometido por el ángel a María: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). Con María y por medio de ella, los Maristas están insertos en el misterio de Cristo y de la Iglesia y su misión de servicio al pueblo de Dios es sostenida por el mismo Espíritu que en Pentecostés trasformó a una comunidad que todavía se sentía oprimida por el miedo en audaces testimonios del Resucitado.
La forma en que están dispuestos sus brazos sugiere diferentes interpretaciones: acogida, protección y envío. Su mirada serena y penetrante inspira en los maristas una profunda confianza en su presencia materna. María parece decirles, hoy, lo que dijo al comienzo de la aventura marista, a los fundadores de la Sociedad: “He sido sostén y amparo de la Iglesia naciente; y lo seré hasta en fin de los tiempos”.
Los fundadores. De izquierda a derecha: Françoise Perroton, Marcelino Champagnat, Jeanne Marie Chavoin y Jean Claude Colin, respectivamente fundadores de los cuatro institutos de la familia Marista: Hermanas Misioneras Maristas, Hermanos Maristas, Hermanas Maristas y Padres Maristas. Ellos, “obreros de la primera hora”, miran a sus discípulos y les dicen: “¡sois nuestros continuadores!”. Les recuerdan la voz de la Iglesia: “¡Vosotros no tenéis todavía una historia gloriosa para recordar y narrar, sino una gran historia para construir!” (Vita Consecrata, 110).
Hijos de diversas etnias y culturas. La misión marista es en la Iglesia, la extensión de aquella misión iniciada en Pentecostés, cuando animados por el Espíritu, los discípulos anunciaron el Evangelio en la lengua de los varios grupos extranjeros presentes en Jerusalén (cf. Hch 2,6). Se hicieron comprender por pueblos tan diferentes porque hablaban la lengua universal: el amor. En la Iglesia, los Maristas forman una familia internacional que busca evangelizar las culturas, en diálogo constante con el hombre y la mujer de este tiempo. Deben pues, convencerse de que será tanto más católica (=universal) cuanto mayor sea su capacidad de dialogar e interactuar con los diferentes pueblos y culturas, a fin de comunicar la vida nueva que nace del costado abierto del Resucitado.
El globo terrestre. Un gran globo terrestre, en el que se ven todos los continentes, ilustra la parte central de la tela. El mundo es un gran don de Dios a los hombres; es también la casa común de todos los seres vivientes, que son igualmente obras de sus manos creadoras. Es el lugar donde se promueve la vida, herida, recreada, violentada… el símbolo también lleva al observador a la oración sacerdotal, en la cual Jesús rezó al Padre: “como tú me enviaste al mundo, también yo los envío al mundo” (Jn 17,18). María yendo de prisa a solidarizarse con su prima Isabel, completa la inspiración simbólica: ¡vosotros sois maristas para el mundo! ¡Santificaos en él! Los Maristas, como lo deseó el P. Colin, deben a ejemplo de su Madre, vivir y actuar “desconocidos y ocultos en el mundo”, pero como fermento en la masa: ¡transformando desde dentro!
Capilla de Fourvière. El pequeño santuario fue representado tal como lo conocieron los fundadores en el siglo XIX. Está en la parte inferior de la tela, y parece sustentar el gran globo que se encuentra en el centro de la escena. Es una forma más de recordar la convicción profunda de los fundadores del proyecto marista: “María fue el sostén y amparo de la Iglesia naciente y lo será hasta el fin de los tiempos”. En esta pequeña capilla, a los pies de la Virgen María, tuvo comienzo la familia Marista, nacida de la Iglesia y para la Iglesia, hoy repartida por todos los continentes, compuesta por miles de personas, hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicas que sienten la vocación de ser presencia de María en el mundo. Por haber sido escenario de la “Promesa de Fourvière”, ella es también “casa-madre” de todos los maristas.
Siglas. En el ángulo inferior izquierdo, los nombres de los institutos religiosos maristas aparecen abreviados en cuatro siglas, seguidas cada una, de dos fechas. Éste es su significado:
- SM-1816/1836: Sociedad de María. Identifica la rama de los Padres Maristas, que reconocen como fecha de su fundación el año de 1816, con la “Promesa de Fourvière”. En 1836 fue concedida la aprobación pontificia, por parte del Papa Gregorio XVI, el mismo año en que les fue confiada la misión en la Polinesia Francesa (Oceanía).
· FMS-1817/1825:Hermanos Maristas de la Enseñanza. Los años de 1817 y 1825, corresponden a la fundación del Instituto y a la posterior transferencia de la sede general de La Valla a la casa de L’Hermitage, en el valle del río Gier, construida por el mismo P. Champagnat y sus primeros hermanos. Este evento es considerado una nueva e importante etapa para la rama de los Hermanos, ya en considerable extensión.
· (S)SM-1817/1825:Hermanas Maristas. El año de 1817 corresponde al comienzo de la rama femenina de la Sociedad, cuando Jeanne Marie Chavoin y Marie Jotillon se transfieren y van a vivir junto al P. Colin y su hermano, P. Pedro, en Cerdon. El ano 1825, corresponde a la transferencia de las pioneras, ya en mayor número, a Bon Repos (Belley), lugar y momento en que el Instituto se consolidó e inició su expansión misionera.
- SMSM-1845/1931:Hermanas Misioneras de la Sociedad de María. Es la “última flor” del gran árbol marista. En 1845 Françoise Perroton, laica de Lyon, miembro de la Tercera Orden Marista, atendiendo los clamores de las mujeres de la isla de Wallis, se hizo misionera en Oceanía. Tenía entonces 49 años. El movimiento iniciado a partir de su experiencia pastoral fue oficialmente reconocido por la Iglesia como instituto religioso el año 1931.
Isla. En el ángulo inferior derecho, fue pintada una isla, con la identificación “Oceanía – 1836”. El objetivo es reproducir un paisaje típico de las islas del Pacífico Sud. El detalle retoma una experiencia fundamental de los orígenes maristas, cuando los pioneros, oyendo la llamada misionera de la Iglesia, asumieron la evangelización de la región de la Polinesia Francesa. En 1836, parte hacia aquellas tierras el primer grupo de misioneros maristas, compuesto por cuatro Padres y tres hermanos.
‘Oceanía’ y ‘1836’ no deben ser para los maristas de hoy un ‘lugar’ y una ‘fecha’ definidos, estáticos, pasados… Su significado debe ser más bien atemporal y perennemente simbólico. La osadía de los pioneros, cuando decían que “todas las diócesis del mundo entraban en sus miras” (Champagnat), debe reconducirlos siempre al mandato de Jesús: “id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15) para que “tengan vida en abundancia” (Jn 10,10). Tal vez lo que más puede hacer la familia marista por los hombres y mujeres de este tiempo, en el campo específico de cada Instituto, es mantener el espíritu de María vivo en el corazón de la Iglesia y del mundo.
H. Rafael Ferreira Júnior, FMS