25 de diciembre de 2004 CASA GENERAL

Mensaje navideño del Hermano Superior General 2004

¡Qué sorpresa debió causar aquella primera Navidad! Jesucristo, el Mesías largamente esperado, el Salvador que iba a liberar al pueblo judío, se coló en nuestro mundo casi de puntillas. A María y José nunca se les ocurrió convocar una conferencia de prensa; ni tampoco hubo una comisión de importantes para recibirlo; no hubo ni bandas de música ni fanfarrias, ni se emitió un sello conmemorativo en su honor. Sus padres hicieron lo mismo que hacen los demás padres cuando están viajando y tienen que enfrentarse a un acontecimiento tan trascendental como es el nacimiento de un hijo; y lo hicieron con los medios de que dispusieron. De este manera, unos pastores del lugar, junto a algunos animales domésticos, dieron la bienvenida al Hijo de Dios a un mundo agitado, en medio de la oscuridad profunda de la noche que reina en un establo.

Y así empezó la historia. Conocemos muy bien todos los detalles. Jesús creció en un país ocupado militarmente; sus padres fueron refugiados algún tiempo. De joven, Jesús debió vivir prácticamente igual que los demás jóvenes de su tiempo. Pero hubo momentos en su vida que sorprendieron a más de uno. Por ejemplo cuando aquella afirmación misteriosa de que debía ocuparse de las cosas de su Padre. ¿Acaso no era su padre José, el carpintero? Detengámonos unos instantes y recordemos la respuesta que dio a su madre cuando le solicitó que sacara de apuros a sus anfitriones durante las bodas de Caná. Fueron palabras algo salidas de tono, por decirlo suavemente: ?Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí?

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