Nuevo secretario personal del superior general
El 1 de septiembre inició el Hermano Jesús Alberto Rodríguez Delgado su cargo como secretario personal del superior general, el Hermano Ernesto Sánchez, para un trienio de tres años.
Remplazó al Hermano Pau Fornells, quien tuvo el puesto del 1 de septiembre 2015 bajo el mandato del anterior superior general, el Hermano Emili Turú, hasta el 31 de agosto de 2018.
“Creo que lo más valioso es vivir en una comunidad internacional y en mi trabajo conocer más profundamente todo lo que se vive en el Instituto y, sobre todo, lo que tiene que ver con la vida de los Hermanos y el gobierno del Instituto”, afirmó el H. Pau el 27 de agosto.
Los Hermanos Pau y Jesús estrecharon su amistad cuando el H. Pau trabajaba como director del Secretariado de Laicos, de 2006 a 2010. En aquella época, el H. Jesús trabajaba mucho para el laicado marista y residía en una comunidad mixta de hermanos y laicos en Salamanca.
A continuación, sigue una biografía del H. Jesús, quien cuenta de primera mano sobre su vida.
Biografía
Nuestra vida se parece mucho al curso de un río, al transcurso de un día, a la rotación de la tierra. Desde el comienzo hasta su fin, cambiamos, sentimos, conocemos, perdemos, maduramos,… Mi caso es similar al de tantos otros. Nací, como muchos hermanos maristas, en Burgos, España, una tierra fértil en vocaciones. Corrí mis primeros pasos entre las callejuelas cercanas a la grandiosa catedral gótica. Muchos días pasaba a su lado para ir al colegio del Círculo Católico que dirigían los Hermanos. En sus clases oí hablar por primera vez de Marcelino Champagnat, ahí me enamoré de su estilo de vida y de su labor apostólica.
Después llegaron los años de formación en los diversos juniorados de Venta de Baños, Miraflores, Arévalo y Tui para hacer el postulantado, noviciado y escolasticado en otra ciudad grandiosa, bella, culta y llena de historia: Salamanca.
La mies es mucha y los obreros pocos. Era ya hora de empezar a trabajar, coger el mandil, mancharse las manos, bajar a la arena y desempeñar una labor apostólica por la que había soñado. Muchos años de mi vida han estado llenos de niños, alumnos, hermanos y comunidades. Dar clase, educar, jugar, convivir y disfrutar han sido los ejes fundamentales de muchos años de felicidad y alegría. Así he sido feliz junto a muchos hermanos maristas con los que he vivido y compartido tantos acontecimientos inolvidables.
Las actividades pastorales, el desempeño de la misión, me han llevado por distintos derroteros, desde las aulas con niños mayores y más pequeños, hasta las casas de formación en toda su variedad. He pasado muchos años atendiendo, formando, a juniores, postulantes y novicios. En estos últimos años he descubierto la riqueza de trabajar y convivir con los laicos. He compartido mi vida marista, sus valores y desafíos con un buen grupo de personas que quieren vivir el espíritu de Marcelino. Lo más rico de todo, lo más entrañable, la vida comunitaria con ellos.
He sido y soy una persona activa, inquieta. También he sentido como propio las invitaciones reiteradas que se nos han hecho a “salir fuera”, “ampliar la tienda”, “ir deprisa”. En su día, siendo más joven, pasé unos cuantos años en Zambia, viviendo otra experiencia maravillosa de comunidad y de pobreza. Luchando, a veces por la supervivencia, pero teniendo muy claro que el progreso y el desarrollo empieza por la educación de los niños y jóvenes. Todavía aprovecho los veranos para acudir a los campos de trabajo o para echar una mano solidaria y marista allí donde se necesita.
Aunque me estoy haciendo mayor – el río de la vida sigue su curso hasta llegar a la mar, que es el morir, – este río da un giro inesperado y, de buenas a primeras, me piden un servicio más y distinto: ser el secretario personal del Hermano Superior General. Dicho así, asusta, pero visto de cerca emociona. A mí me vino a la cabeza aquello de “¿quién soy yo para que la madre de mi Señor…?” y poco después aquello de “hágase en mí …” Es un desafío, un reto, y más que nada, una ocasión única de vivir como un buen hermano marista al servicio de los demás, haciendo el bien con humildad y sencillez. Las tres violetas tienen vida, florecen, en cada uno de nosotros.