San Marcelino Champagnat: un sueño esculpido en mármol

01/06/2006

Jiménez Deredia en la basílica de San Pedro del Vaticano

Un joven escultor costarricense viaja a Italia en 1976. Tiene 21 años. Trae en su bolsillo una beca para siete meses. Los talleres de Carrara se abren a sus deseos de aprendizaje. No puede borrar de su memoria las imágenes de las esculturas precolombinas de su país de origen. Cuando cruza por vez primera el umbral de la Basílica de San Pedro y contempla las estatuas, sueña en colocar allí una de sus obras. Para alguno, sería un sueño de juventud. Para él, es una intuición de futuro. El 20 de septiembre de 2000, el sueño es una realidad.

¿Qué representa para Ud. tener una de sus estatuas en el Vaticano, concretamente la estatua de san Marcelino Champagnat?
Para mí, la estatua de san Marcelino Champagnat representa un momento importante en mi vida personal y espiritual. El hecho de que esté aquí en el Vaticano significa la posibilidad de concretar ese pensamiento y de que el pensamiento tenga una difusión mayor. El hecho de haber encontrado la figura de san Marcelino por su dimensión espiritual, por su sencillez, por su concepción del mundo, me ayudó a entender parte de mi búsqueda interior y espiritual. La cosa más importante que cualquier ser humano tiene que entender en la vida es que debe buscar la verdad con humildad y seguirla. Desgraciadamente, nosotros, en la vida, tendemos a ver sombras y no nos acostumbramos a buscar la verdad de las cosas. Probablemente, la sencillez de san Marcelino era la llave más importante para buscar la verdad de la vida… de la respuesta existencial del hombre Champagnat. Y su mensaje coincidía automáticamente con mi evolución y concepción espiritual. Que Marcelino esté en el Vaticano no significa ni un orgullo para mí, ni un honor. Significa el concretarse de una respuesta existencial personal que coincide con la respuesta existencial de Marcelino.

¿Cómo nació en Ud. la vocación de escultor?
Yo empecé a hacer escultura desde muy joven. Tenía 15 años cuando hice mi primera escultura pública en Costa Rica, con toda la inconsciencia de la edad realicé un retrato de un educador costarricense. Desde ese momento en adelante, comprendí que había nacido para ser escultor. Podría hacer muchas cosas en la vida, pero lo que me iba a hacer feliz sería esculpir. Por otro lado, entendí que mi dimensión espiritual se podría proyectar a través del arte. Es decir, esa consciencia irracional, como la llamo yo, que es la lectura de nuestro interior… la dimensión que va más allá de lo racional, podría expresarla a través de la escultura. Cada uno de nosotros encuentra un medio para expresar su dimensión espiritual a través de una estructura religiosa, a través de la música, de la poesía, de la conservación de la naturaleza… Todos los seres humanos tenemos ese llamado interior que, en mi caso, encontró un canal propicio en la escultura. Yo siento que soy escultor porque ésa es la vía que Dios me dio para encontrar mi propia dimensión espiritual y expresar todo ese mar interior que existe dentro de mí como dentro de todos los seres humanos. Tener la posibilidad de poder expresarlo con un medio como es la materia es un privilegio enorme, porque permite traducir esa espiritualidad en algo concreto. Por eso, pienso que así encontré mi vocación de escultor. En alguna forma coincide con mi respuesta a la existencia: el porqué estoy aquí, el qué tengo que hacer, el adónde voy… todas esas grandes preguntas que están dentro de nosotros y que tienen sus respuestas en la dimensión espiritual de cada uno, encuentran su canal fundamental, en mi caso, a través de la escultura.

¿Cómo ha conseguido Ud. que una de sus obras esté en el Vaticano, cosa que no es nada fácil?
Es una larga historia. Una historia mágica y fascinante: Dicho así, en dos palabras, suena bastante raro, pero yo siento, en mi corazón, que no fuimos nosotros los que escogimos a san Marcelino. Fue san Marcelino el que nos escogió a nosotros. De alguna manera, entendemos que una operación, como colocar una escultura en la Basílica de San Pedro es muy complicada y, en el 99% de los casos, se necesita conocer mucha gente que esté dentro de toda la estructura eclesiástica y tener grandes conexiones dentro del Vaticano. Nosotros, en cambio, a través de un sueño que tuvo mi esposa, tuvimos la sensación de que teníamos que hacer algo importante aquí en el Vaticano. Poco a poco empezamos a tratar de leer ese mensaje que sentíamos muy fuerte en nuestros corazones, y a buscar todas las vías que nos lo pudieran indicar. Esa pequeña luz que se ve en el fondo del túnel nos indicaba la dirección que teníamos que seguir. Así, poco a poco, las cosas empezaron a tomar forma hasta que surgió la ocasión y la posibilidad de encontrar a san Marcelino y se vislumbró que esa tenía que ser nuestra participación en el Vaticano en el Jubileo. Poco a poco, las cosas fueron tomando forma, hubo personas a las que gustó el proyecto, apareció la Congregación de los Maristas que lo apoyó con amor y nos dio todo el apoyo espiritual, moral y de coraje que necesitábamos para seguir adelante. Así se logró ir concretando el sueño de poder realizar esta escultura para la Basílica de San Pedro.

Concretamente, hace un año Ud. no conocía para nada a san Marcelino Champagnat.
Hace un año, debo confesarlo, yo no sabía que existía san Marcelino Champagnat.

Entonces, ¿cómo ha podido meterse tan de lleno dentro de san Marcelino? ¿Qué le ha llamado la atención? ¿Qué ha hecho para impregnarse tan rápidamente de su espíritu?
Yo siento que Marcelino, su historia y mi historia personal tenían cosas en común, dicho con todo el respeto a Marcelino. Yo soy una persona que viene de una familia pobre, de un país pobre, lleno de grandes ilusiones. Soy un gran soñador y creo tener una fuerza interior para luchar por las cosas en las que creo, y siento un llamado espiritual fuerte. Cuando conocí a san Marcelino, hubo una frase que para mí ha sido una columna fundamental durante este año. Él decía que si confiamos en Dios, si creemos en él y depositamos la fe en él, nada es imposible. Es decir, sentimos que fue un hombre que no sólo creó una teoría, sino que, con sus manos y con su fe, luchó para realizar su sueño. Y de alguna manera nosotros nos sentíamos así, pobres económicamente, sin grandes medios, pero con una gran fe de que todo era posible si teníamos a Dios de nuestra parte. Allí fue donde apareció la identificación casi total con la figura de san Marcelino. Un hombre que cortó las piedras para construir el Hermitage, un hombre que trabajó con sus manos, que no estuvo esperando a que las cosas le cayeran del cielo. En mi vida me ha tocado luchar con mis propias manos y con mis grandes sueños e ir viendo cómo poco a poco Dios va dando una respuesta y una luz a esta lucha. Marcelino me dio fuerza porque él, contando con pocos recursos, con mucha fe, logró crear un imperio que fue un imperio de la fe y del amor. Por eso quise titular el proyecto: Un Gigante del Amor. En Marcelino encontré un verdadero gigante del amor del que los grandes valores espirituales se podían traducir en cosas concretas. La estatua de Marcelino es un ejemplo de un gran ideal que se puede expresar concretamente a través de un bloque de mármol en un sueño realizado.

El carácter renovador de su escultura, ¿no ha representado alguna dificultad para la Comisión Artística que ha tenido que dar luz verde al proyecto?
Siempre es difícil aceptar las cosas nuevas. Cuando estaba haciendo el proyecto, elaborándolo, escuché sustancialmente la voz de mi corazón. Lo que sentía dentro de mí que debía haber sido el sentimiento de Marcelino. Creo que san Marcelino amó profundamente el ser humano en todas sus formas, con sus debilidades y sus límites. Que también amó profundamente a los niños. Tenía que mostrar esa dimensión humana a través de la postura de los niños. Mi gran reto no era hacer una obra retórica, una obra que describiera los elementos anecdóticos del santo, sino descubrir su alma. Es decir, el sentimiento profundo que le llevó a amar a los niños. Eso coincidía con la concepción de Marcelino de un mundo sencillo, es decir, sin recovecos. Ese eliminar las cosas superficiales para ir a la búsqueda de la verdad. Ha sido la guía más profunda en los últimos años en mi vida. Ir a la búsqueda de la verdad y eliminar todo lo superficial me llevó a hacer una escultura que es relativamente revolucionaria para el contexto de las obras que tienen un origen histórico en el barroco y están situadas entre el 1700 e inicios del 1900, que tenían una fecha determinada y una expresión cultural y artística del momento. Para mí, la escultura del 2000 tenía que ser una escultura que, además de representar la verdad y la esencia de Marcelino, debía representar el lenguaje de la cultura del 2000, sin caer en modas, sin caer en excesos de estilismo, pero respetando el lenguaje cultural del 2000. Por esto, la obra fue profundamente revolucionaria y difícil de aceptar. Había personas a quienes, lógicamente, les hubiese gustado una cosa más tradicional, más en armonía con la escultura del 1700 y del 1800. Esta escultura nació así porque tenía que ser así, tenía que respetar mi mundo interior y el mundo de Marcelino. Yo creo que ese mundo tenía que ser interpretado de una forma sencilla y con un lenguaje contemporáneo.

Se dice de su estatua que es una estatua esencial, ¿qué significa exactamente eso?
La esencialidad para mí es el último estadio de una cosa. Una cosa es esencial cuando se le quitan todas las cosas superficiales y uno llega al corazón del pensamiento. La esencialidad es el último estadio de cualquier pensamiento. En general, lo hemos probado todos cuando queremos hacer una cosa. Tenemos muchos estímulos y debemos afrontar la complicación de la idea que tiene muchos vericuetos. Lo que tenemos que hacer es eliminar los vericuetos para llegar al último estadio de esta idea. Cuando la idea está completamente limpia de vericuetos llegaremos a la esencia, a la pureza. Esencialidad para mí quiere decir el último estadio de un pensamiento cuando éste se depura al punto de que queda completamente limpio y llega a la verdad. Yo sigo con este objetivo de tantos filósofos, buscar la verdad. Desgraciadamente, como decía Platón en el famoso mito de la caverna, todo lo que vemos son sombras de la realidad. Hay que tener el coraje para librarse de las cadenas y volver la cabeza y ver la verdad que está detrás de las imágenes que vemos. Son sombras de la verdad. La esencialidad, para mí, es una de las vías para poder darse vuelta y ver la verdad de las cosas y no confundirnos con las sombras que vemos en la pared de la caverna.

Entonces, para usted, esencialmente, ¿qué es san Marcelino? ¿Cuál es su esencia? ¿Qué ha querido transmitir sobre san Marcelino a través de su escultura?
Para mí, san Marcelino era un hombre que había entendido dónde estaba la verdad de las cosas y que luchó toda su vida por expresarla y comunicarla de la manera más sencilla de este mundo. Cuando se entienden las cosas no hay necesidad de complicarlas. Cuando uno no entiende una cosa, lo que hace es dar vueltas y confundirla porque no la tiene clara en la mente. Para mí, Marcelino había entendido perfectamente el mensaje de Jesús. Había entendido perfectamente a qué aspiraba su alma y la armonía de esas aspiraciones con el mensaje de Jesús. A través de esa llave dio un mensaje a la humanidad. Sabía que sólo a través de un lenguaje claro el mundo lo iba a entender. Para mí, san Marcelino es la expresión de todo esto y si, como creo, uno abre el corazón a la vida y hacia Dios, y lo que busca es esta verdad de las cosas, no puede dejar de coincidir con lo que Marcelino ha descubierto como esencial de la vida. La búsqueda de lo profundo, la búsqueda de los grandes valores, que no están ni en el dinero ni en la exaltación de las grandes cosas, sino en la propia comprensión del ser humano y su relación con el cosmos… su armonía. Lo que llama la psicología analítica el llegar al ser, es decir, superar la fase del yo, superar la fase del ser, armonizar la propia existencia y llegar a ser. Es decir: no vivo más yo, es Cristo quien vive en mí. Exactamente es la armonía entre mi yo y mi ser, para llegar a encontrar el espacio como ser humano y la ubicación dentro del cosmos. Para mí, el mensaje de Marcelino radica en este punto fundamental: la búsqueda del ser.

¿Qué papel juegan los dos niños en la escultura?
Los dos niños representan la relación emocional e intensa que san Marcelino tenía como ser humano. El niño que está sobre los hombros es nuestro hijo, el niño que todos nosotros hemos llevado con amor a pasear sobre nuestros hombros. Quise inspirarme en una cosa viva, no en una teoría. El niño de arriba era un reflejo de mi propia experiencia humana con mi hijo. Yo estaba seguro que un ser humano como san Marcelino amó a los niños y tuvo que tener una relación emocional fuerte con ellos. No quería hacer una cosa teórica porque la cosa teórica se vuelve falsa, fría, una abstracción, una lectura de sombras. La verdad pasa a través de las cosas que se viven profundamente. La experiencia de Dios es una cosa que o la vives o no la vives. Si se vuelve teoría es cosa muerte, si la vives tiene significado existencial. Ese niño que está sobre los hombros es una cosa viva como la fe que él tenía. Mi esfuerzo fue traducir en mármol una experiencia existencial que es común a todos los seres humanos, la de sentir en la propia piel y en el propio cuello, y que el niño sienta a través de su propia piel, la calidad humana del personaje. El niño que está en la parte inferior (niño o niña, no importa… representa a los niños en general) es un niño que tiene una mano apoyada en el pie del Santo depositando una confianza total en la figura del IMAGO paterno que san Marcelino representa en esta escultura para todos aquellos que se acercan a él. No es sólo un ser que le da una calidad emocional sino que le da la posibilidad de crecer intelectualmente, es decir, de reflexionar sobre la existencia, sobre Dios, de tener un conocimiento completo, a la vez emocional e intelectual. Es, tal vez, la figura que une los dos conceptos que viven dentro de nosotros: la racionalidad y la parte emocional que, cuando logramos equilibrar, nos permiten vivir con plenitud nuestro ser.
Ese niño de abajo está experimentando los dos momentos fundamentales de la experiencia de un ser humano: su comprensión emocional a través del contacto con el Santo y su comprensión racional que, unida a la emocional, pueden completar el concepto de ser en este niño.

¿Le ha resultado difícil integrar en una sola imagen de Marcelino la fortaleza masculina, el tesón, con la ternura?
No. Debo decir que no hubo un esfuerzo racional a priori. Esto me salió estudiando la figura de Marcelino, tratando de plasmar en esa imagen los valores en los cuales creía profundamente y automáticamente tenía la imagen de san Marcelino, que es esta imagen del IMAGO PATERNO. Tenía que ser masculino, alto, fuerte con una expresión con carácter, pero dulce a la vez, es decir era el hombre que corregía y amaba a la vez, era el hombre que era capaz de decirte la frase más dulce e indicarte con severidad una vía que había que recorrer. Automáticamente la ternura de las figuras nació por un sentimiento emotivo, sin buscarlo. Debo confesar que nunca busqué ni darle ternura ni hacerlo parecer severo. Eran dos imágenes que vivían dentro de mí identificándome con san Marcelino y que de alguna manera formaban mi concepción del mundo: ese carácter fuerte por un lado y la ternura por otro, que no es otra cosa que ser humano. Cuando comprendes al ser humano, la ternura sale automáticamente. No es ni una cosa que se busca, ni una teoría. Es una experiencia existencial y creo que las dos cosas quedaron plasmadas en la escultura como respuesta de una personalidad que se profundizó, que se analizó, que se amó y que, de alguna manera quedó ahí, capturada en el mármol.

Esta es la actitud de la estatua, de la escultura, ¿pero el rostro de Marcelino?
El rostro es importante en esta escultura. Es decir, sus ojos un poco entrecerrados, la responsabilidad que él tenía ante el mundo. No era un hombre que se ausentaba del mundo ni era un hombre que miraba sólo las cosas exteriores del mundo. Lo que hacía era tener una mirada introspectiva. Esta mirada es la que le daba la visión completa del mundo. Este rostro de Marcelino es un poco el reflejo de su dimensión espiritual que, de alguna manera, coincide con el ideal, el esfuerzo de nuestra búsqueda y deseo de la dimensión espiritual. Yo siempre he sostenido que una escultura debe reflejar, si uno anda buscando la verdad, la propia visión de uno mismo. Es decir, un retrato tiene que respetar la fisonomía de la figura a la cual se está haciendo el retrato, pero también tiene que plasmar la sensibilidad del artista. Es decir, un retrato es siempre el reflejo de un artista en cuanto creador y una interpretación psicológica del personaje que se está representando. Es un binomio, porque si fuera solamente la representación exterior del personaje estaría muerta, le faltaría la dimensión fundamental de todas las obras de arte: pasar por el crisol de la existencia, de lo vivido. Una vez que pasa por lo vivido, ese retrato contiene también al artista. Las dos cosas son un binomio, el artista tiene que respetar la personalidad del modelo del retrato y la propia personalidad del artista. En el caso de Marcelino hay una coincidencia de intención de las dos cosas, por eso tiene un magnetismo este retrato. Creo que es el magnetismo que ha debido tener Marcelino. Es la magia que Dios le había revelado en el corazón.

Por lo que he podido captar, al seguir el proceso de la estatua durante todos estos meses, he visto que éste es su proyecto, pero que ha sido compartido por Giselle, su esposa, ¿hasta qué punto es éste un proyecto familiar?
Sí, este es un proyecto profundamente familiar. Mi esposa fue la primera que tuvo la impresión de que había que hacer una cosa importante. Yo creo que Marcelino la escuchó para revelarle en sueños cuál era su voluntad y me dio la posibilidad de realizar parte de su mensaje que todavía continúa a través de esta escultura. Con toda la humildad del caso, lo digo sin ninguna presunción, es un presentimiento que tenemos y de ahí el deseo y la voluntad que le dio a mi esposa para luchar por este proyecto. Ella lo sintió como una de las misiones que Dios le dio en su vida. Luchó en todo momento para que se crearan las condiciones ideales para que la escultura se realizara. En algún momento, concertó citas sin consultarme, hizo cosas que yo creía no eran necesarias porque sentía que Dios la llamaba a que las hiciera. Es un proyecto compartido, a nivel familiar, de una manera muy intensa. Sería un mentiroso, uno que no busca la verdad, si dijese que es un proyecto que sentí yo personalmente primero. Fue mi esposa quien lo sintió y creó las primeras condiciones y, poco a poco, yo entré en el mundo al que ella me estaba invitando. Lo sentimos así por nuestra fe: Dios nos estaba indicando una parte de nuestra misión y del destino que tenemos en esta vida.

¿Qué emoción sintió Ud. cuando, después de bendecir la estatua, se pudo entrevistar con el Papa durante un momento?
Para mí fue una experiencia muy fuerte. Fue como coronar un sueño al cual todos hemos participado. Sin duda, el papa Juan Pablo II fue el primero que nos dio la posibilidad de colocar esta escultura. Cuando me acerqué a esta figura carismática, con toda la humildad que puede uno probar ante una figura tan grande, el único sentimiento que probaba era el de gratitud por habernos dado la posibilidad de participar en este gran proyecto. Eso me emocionó profundamente. Las pocas palabras que él pronunció en agradecimiento por haber realizado la escultura significaron para mí una cúspide, una cosa que nunca me hubiera imaginado poder vivir.

¿Qué ecos le han llegado posteriormente a la inauguración de su escultura?
En general, ha habido reacciones positivas. Esta es mi impresión. Siempre habrá personas a las cuales la escultura no les gustará. Habrá personas que la criticarán, pero a mí eso no me interesa porque la escultura es un reflejo de lo que yo sentía que tenía que decir. Ha habido muchas personas que han captado el mensaje humano. A mí me interesan mucho las impresiones de las personas que no son doctas o especialistas de la cultura, las personas que pasan y sienten una emoción. Me ha impresionado que me paran personas que no tienen una gran cultura personal, se identifican con la figura de san Marcelino y en particular con el hecho de que tenga un niño sobre los hombros. Hoy mismo me paró una persona y me dijo: Mire, yo quiero contarle que la escultura me gusta mucho porque me recuerda a mi hija que yo llevo muy a menudo sobre los hombros, a pesar del dolor de espaldas, a pesar de todos los problemas que esto me puede causar. Siento una gran emoción al llevarla a hombros. Cuando vi su escultura, me identifiqué automáticamente con este contacto humano que tengo con mi hija. Para mí, eso tiene un valor superior a cualquier crítica sofisticada del mundo o a que me hagan un análisis racional o un análisis estético. Son cosas que valen porque son cosas verdaderas. Como dije anteriormente, si andamos en búsqueda de cosas verdaderas, cuando una persona se te acerca de corazón y te comunica un sentimiento verdadero, eso llena de alegría a cualquier ser humano.

Pero Ud. ha conseguido aglutinar en un juicio favorable, no solamente a la gente sencilla, sino que también a personas relevantes en el mundo de la crítica, por ejemplo, a quienes le han concedido el premio Beato Angélico o incluso el famoso crítico francés Pierre Stanay, quien está escribiendo ahora un libro sobre Ud.
Digamos que es un momento feliz de mi vida. Es un momento que cierra un ciclo en el ámbito intelectual. La investigación sobre los valores de transmutación de la materia que son los que sostienen toda mi obra. Sostengo que nosotros somos polvo-estrellas y que somos fruto de una transmutación de la materia, que somos fruto del milagro del tiempo místico. Éste es el tiempo de transformación de la materia. Todas las religiones lo han expresado a través de diferentes símbolos. Es un pensamiento bastante complicado que analizan las religiones egipcias, precolombinas, la misma religión cristiana, etc. y que se ha manifestado a través de diferentes símbolos.
La crítica, la alta crítica, como Pierre Stanay y otros críticos en el ámbito internacional, han apreciado esta posición cultural e intelectual y el reflejo de esta reflexión en mi obra en general. Para mí ha sido una satisfacción encontrarlos. Me han ayudado a cerrar el círculo de este pensamiento y, a la vez, mantener el contacto con el campesino que hay en mí y que me invita al desarrollo y al crecimiento de la vida. Es decir, hay una comunicación inmediata y otra comunicación también a otro nivel más elaborado que comprende todo: la fenomenología humana, la antropología, la psicología, la sociología; es decir, todo ese complejo de valores que van madurando dentro de nosotros y que nos llevan a madurar el ciclo, a comprender nuestra participación cósmica. En particular modo, la figura de Karl Gubstafson, el fundador de la psicología analítica, ha sido para mí fundamental, ha sido una clave que me ha permitido entrar en contacto con estos grandes críticos como Pierre Stanay y otros, los cuales, a través de la figura de Jung, han entendido todo este proceso fundamental de transformación de la materia a la cual nosotros pertenecemos y diariamente estamos participando. La presencia de Dios, o fundamentalmente Dios, como el fenómeno que determina la transformación de la materia y su participación cósmica, o la oportunidad que nos ha dado de pertenecer al cosmos.

Jung habla en sus escritos de la luz y de la sombra. ¿Cuáles son las luces y las sombras de Marcelino?
Una pregunta muy complicada, porque el concepto de sombra en Jung es muy complicado. En algunos momentos, identifica el concepto de sombra con la figura del mal y, en otros momentos, con la dimensión irracional que vive dentro de nosotros. Yo no sabría contestarle con autoridad a esta pregunta. Tendría que haber conocido personalmente a san Marcelino y haber hablado con él para sentir profundamente este concepto. Una cosa es clara en san Marcelino. La luz predominó sobre la sombra y lo que pudo haber sido sombra o parte inconsciente se transformó de lo negativo a lo positivo. Su mensaje es un mensaje positivo, es un mensaje de luz. Las sombras, si existían, no podían tener más que un peso secundario y han sido obliteradas por la luz que iluminaba su propia existencia. Yo creo que ese ha sido uno de los mensajes más grandes de san Marcelino. La luz, su dimensión espiritual fue apagando o incluyendo (porque no se puede apagar la sombra en nosotros), amortizando y modificando esta sombra para que, a través de la luz que sentía en Dios, iluminara también las partes oscuras de su propia alma.

¿Ud. leyó la carta 24 (carta al H. Bartolomé) de Marcelino Champagnat?
Últimamente me han hablado de esa carta, pero yo nunca la había leído antes de hacer la escultura.

Porque Marcelino dice al Hermano que cuando hable a los niños les diga que Jesús les lleva sobre sus hombros para que no se cansen. Parece Ud. haber captado el pensamiento de san Marcelino Champagnat al hacer esa escultura ignorando ese texto.
Perfectamente. Claro que eso supone revelación en el ámbito de inconsciente. Eso es lo que yo llamo la conciencia racional, es decir, captar la verdad a través de las emociones. El famoso mensaje de Jesús queda clarísimo: Yo soy la verdad y la vida, yo soy la luz del mundo.

Es una pregunta muy fácil, pero de la que muchos de nosotros quisiéramos conocer la respuesta, ¿cuáles son las dificultades técnicas de hacer una estatua de dimensiones gigantescas, en mármol?
Es una pregunta interesante. Hay muchas dificultades técnicas. Una es manejar 32 toneladas de mármol: moverlas, trabajarlas, plasmar en esa piedra un sentimiento; otra es escoger el material, un material que sea apto, que sea bonito y sin grietas. El gran esfuerzo que uno tiene que hacer: ir a una cantera, reservarla por bastante tiempo, hacer cortes en una pared de la montaña hasta encontrar el mármol ideal en el cual pueda nacer la escultura. La precisión técnica de trasladar desde un modelo en escala inferior a una escala grande. El problema de darle los acabados técnicos perfectos a la obra. Lograr que las luces y las sombras queden técnicamente bien requiere esfuerzo interior. Ahí entendía yo a san Marcelino, su gran fuerza para luchar sin perder el ánimo. La escultura requiere todo eso. El acabado liso de la superficie, cuando la luz acaricia la forma y suavemente la determina, es una cosa técnica que requiere un gran esfuerzo porque en cualquier momento la escultura podría estar terminada, sin embargo nunca se termina fácilmente porque hay que llegar al máximo del resultado técnico.

Yo creo que hay una influencia recíproca entre escultor y escultura. Ud. ha modelado a san Marcelino, el resultado está a la vista, en el Vaticano, ¿En qué medida Marcelino le ha modelado a Ud.?
Sin duda, me ha modelado en gran parte. La figura de Marcelino, que hace un año no conocía, entró en mi vida en un momento existencial fundamental. Yo estaba con la necesidad de cerrar un círculo que había iniciado hace muchísimos años, quizás cuando tenía quince años. Toda una elaboración cultural, intelectual, filosófica a través de la psicología, de la sociología, de la filosofía, que amaba inmensamente. Me di cuenta que la verdad no la podía encontrar ni en la filosofía, porque era profundamente teórica, ni en la psicología, que es demasiado técnica, ni en la sociología, ni en la arquitectura, que estudié durante seis años, ni a través de tantas cosas que no pasaban por lo vivido en profundidad. Cuando toda esta gran sopa de condimentos filosóficos teóricos se va catalizando en la experiencia profunda y vivida, en ese momento aparece la figura de Marcelino y automáticamente empieza a modelar los elementos claves de todo ese razonamiento que se está cerrando. Para mí, la figura de Marcelino llega cuando se necesitaba cerrar el ciclo, en un momento crucial de mi vida. No sólo soy yo quien modela su escultura sino que él viene a modelar mi pensamiento y mi existencia. Me ayudó a entender que la verdad pasaba por una experiencia humana fuerte, vivida, una experiencia real, no una experiencia teórica, por una experiencia sencilla y verdadera. Ahí es donde nos plasmamos los dos y él empieza a modelarme a mí más que yo a él.

Y Ud. como perteneciente al pueblo de Costa Rica, apoyado por su país, ¿cómo se ha sentido, dado que es el primer escultor no europeo que pone una estatua en el Vaticano? ¿Qué ha representado para el mundo latinoamericano, para Costa Rica, que su obra esté aquí en el Vaticano?
Creo que ha representado mucho para ellos. Parte del orgullo costarricense ha sido que no sólo un escultor, sino también algunas personas que han colaborado con el proyecto económicamente, y que me han ayudado, han sido costarricenses. La realización de esta obra ha sido un esfuerzo de costarricenses. Yo aporté mi pequeña parte, que fue la parte escultórica y creativa. Ellos aportaron el sustento moral y económico. En fin, creo que ha significado bastante para el orgullo costarricense que una cosa de este tipo se haya hecho en San Pedro. Orgullo en el sentido limpio del concepto, no en sentido de arrogancia, sino el placer de sentir que perteneces a un pueblo capaz de hacer cosas buenas juntos, cosas que ayudan a la evolución espiritual.

¿Qué ha encontrado en los Hermanos Maristas, destinatarios especiales de esta estatua? ¿Qué ha encontrado en ellos en este tiempo de trabajo?
Para mí ha sido una experiencia muy bella conocer a los Hermanos Maristas. La calidad humana que encontré en las personas con quien me he relacionado me han ayudado a entender que Marcelino había dejado un mensaje que han asimilado profundamente y que logran transmitir con la vida, con pocas palabras, poca pompa, poca exaltación, pero palabras esenciales en el fondo. Yo estoy contento, como ser humano, de haber tenido la posibilidad de haber entrado en contacto con este grupo de Hermanos Maristas, porque me han enseñado con su manera de vivir que se pueden decir las cosas fundamentales sin tambores ni trompetas.

Como escultor Ud. ya ha entrado en el catálogo permanente del Vaticano, en la Ciudad Eterna. Eso significa quedarse ahí durante siglos. También su mensaje de espiritualidad permanecerá para las generaciones de personas que se aproximarán al patio de Santa Marta a contemplar esta estatua. ¿Tiene algún proyecto nuevo?
Estoy realizando un gran proyecto que es una exposición en el Palazzo Strozzi, en Florencia. Es una retrospectiva. El Palazzo Strozzi es una meta importante para cualquier artista. Quisiera dedicar una sala de esa exposición a la figura de san Marcelino Champagnat. Todo el proceso de elaboración de la escultura, los modelos, los sueños, las desilusiones, las luchas y los grandes placeres espirituales que me ha dado esta experiencia de san Marcelino aparecerá ilustrado. Además, será el momento en el que se publicará el libro de Pierre Stanay, que mostrará una ilustración de este pensamiento de la transformación de la materia que, para mí, es el corazón de la propia existencia porque nosotros somos fruto de la transmutación de la materia y Dios es el elemento que mueve esa transmutación. El famoso tiempo místico, como yo lo llamo, que es el tiempo de transformación. Una cosa es la semilla y otra el árbol que nació de la semilla. Lo que pasó entre la semilla y el árbol nadie lo puede comprender, es el milagro de la vida, es la presencia de Dios en el universo.

Marcelino Champagnat era un gran devoto de la Virgen María. ¿En qué medida cree Ud. que su estatua refleja este valor cuando en realidad no aparece de forma explícita?
El imago materno, la Virgen María, es uno de nuestros conceptos más importantes. La Psicología analítica ha hablado muchísimo, en especial Jung, de este imago materno. La Virgen María, sin duda, se identifica con este imago materno. En la figura de san Marcelino Champagnat está escondido este mensaje. Este instinto materno que tiene san Marcelino es un poco el imago materno que está dentro del imago paterno, es decir, es la conjunción de las dos imágenes fundamentales de todos los seres humanos. El imago paterno con la figura rigurosa de san Marcelino y el imago materno con su ternura hacia los niños. Es la Virgen que está detrás de todo. Es esta imagen que se siente y que nos da el sentido de seguridad que nos produce san Marcelino.

Estamos muy satisfechos de poder ir contemplando una tras otra las figuras que Ud. ha hecho y las que vaya a hacer. ¡Que jamás se acaben sus sueños!
Gracias

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