27 de abril de 2022 CASA GENERAL

San Pedro Chanel

El 28 de abril celebramos la memoria del martirio de san Pedro Chanel, padre marista. Fue enviado a la misión de Oceanía junto con Monseñor Pompallier y, en 1841, estando destinado en la isla de Futuna, junto con el hermano Marie Nizier, fue martirizado.
Publicamos a continuación una biografía de san Pedro Chanel escrita por el hermano Manuel Herrero.


Infancia y juventud

Pedro María Chanel nació en una familia humilde y numerosa en la aldea de la Potière, cerca de la ciudad de Cuet, Francia, el 12 de julio de 1803. Dicha familia estaba formada por los padres y sus ocho hijos.
Desde niño colaboraba en los pequeños trabajos de la casa, una granja familiar, alimentando a las gallinas con cebada y avena y como sencillo pastorcito cuidando a sus tres vacas, cuatro corderos y dos cabras. Iba siempre acompañado de su fiel perro, un sólido bastón en la mano y el bolso con su frugal comida del mediodía.

Siendo adolescente comenzó a estudiar el latín para prepararse bien y llegar un día a ser sacerdote hacia donde se sentía atraído. Ya desde joven edificaba a todos con su piedad y modestia.

Tras cinco años en el seminario menor y tres en el seminario mayor, fue ordenado sacerdote el 15 de julio de 1827. Pronto se unió a un grupo de sacerdotes amigos quienes se habían consagrado a la Virgen Nuestra Señora de Fourvière, en Lyon, y más tarde formaron la “Sociedad de Maria” llamada también de los Padres Maristas.

Estos, recibieron la aprobación de la Sociedad por parte de la Santa Sede, y con el previo acuerdo del P. Colin, Superior General, aceptaron el encargo de ser misioneros en Oceanía.

Para cumplir con esta recomendación del Papa, el 24 de diciembre de 1836 partió desde Francia el primer grupo marista compuesto por Mons. Pompallier, consagrado obispo, y nombrado vicario apostólico de Oceanía occidental, con cuatro sacerdotes y tres hermanos, como valientes aventureros del Evangelio hacia su destino al que llegaron después de 11 meses de travesía. Mons. Pompallier era el jefe de la misión y al finalizar el itinerario se distribuyeron por Nueva Zelanda y otras islas del Pacífico.

Entre ellos estaba el Padre Chanel quien con el hermano marista Marie Nizier fueron destinados a la isla de Futuna para trabajar en ella tratando de evangelizar y convertir a los nativos al cristianismo, misión que les llevaría casi 4 años.

No obstante lo breve de esta narración, conviene detallar los preparativos y el viaje azaroso y sacrificado de esos primeros misioneros maristas rumbo a la Polinesia, sector occidental de Oceanía.

La aventura marista

La aprobación de la Sociedad de María, largamente esperada y obtenida a pesar de las dificultades y después de numerosas gestiones, suscitó un entusiasmo fácil de entender. Los preparativos relacionados con el envío de los misioneros, constituyó una preocupación importante para los responsables de la Sociedad; era necesario, lo antes posible, responder a la confianza de las autoridades romanas.

Fue primordial elegir y designar el grupo de Sacerdotes y de hermanos misioneros, prever el mobiliario, los recursos financieros indispensables y reunir el material necesario… sin contar los múltiples trámites que hubo que realizar con las autoridades civiles.

Este primer grupo estaba formado por Mons. Pompallier, como ya hemos dicho, los Padres Chanel, Bataillon, Servant y Bret y los hermanos Marie Nizier, Miguel y José Javier.

En el Hermitage, el P. Champagnat manifestaba mucha alegría y al mismo tiempo cierta pena por no poder él mismo partir hacia Oceanía. Pero tenia la satisfacción de haber preparado a dos de sus hijos espirituales para tan lejana misión como eran los hermanos Marie Nizier y Miguel. Serían acompañados por el hermano José Javier Luzy que procedía de Belley donde estaba al servido de los Padres maristas. Durante un tiempo este hermano estuvo preparándose también en el Hermitage para completar la tan delicada y responsable delegación misionera.

Misionero de alma

El Padre Chanel llegó a Lyon el 5 de octubre de 1836 con el fin de organizar la partida del grupo misionero elegido.

Desde aquí realizá una visita al Hermitage y habló a todos los hermanos durante el retiro espiritual. Luego partió a Lyon con los dos jóvenes maristas que le acompañaban: el hermano Marie Nizier y el hermano Miguel, alojándose en la residencia religiosa ”Providencia del Camino nuevo”.

Después de despedirse de la Virgen, Ntra. Sra. de Fourvière, los misioneros salieron hacia París en una “diligencia”, vehículo especial que se usaba por entonces para los viajes largos. Pero ellos viajaron en la segunda clase. En París se encontraron con el grupo de Mons. Pompallier que había llegado unos días antes. Todos se alojaron en el seminario de “Misiones extranjeras”, beneficiándose de su generosa hospitalidad.

De París viajaron a El Havre, puerto desde donde embarcarían. Allí debieron permanecer casi dos meses.

El Padre Chanel escribió en su diario: “El 27 de octubre llegamos a El Havre, nos alojamos en casa de la Sra. Dodard en Ingouville. Quedamos cómodamente instalados, con calefacción y bien alimentados sin que tuviéramos que pagar ni un centavo”. Afuera, llovía y nevaba.

“Esta señora, escribe el hermano Marie Nizier, es muy buena y se considera honrada de recibir a los misioneros. Hace 16 años que los recibe.”

La Sra. Dodard, octogenaria, cayó enferma mientras los Maristas se encontraban alojados en su casa y la asistieron en su última enfermedad. Mons. Pompallier le administró los últimos sacramentos y murió algunos días después de la partida de los misioneros.

El embarque estaba previsto para el15 de noviembre, pero se retrasó porque no habían llegado aún todas las mercaderías y el tiempo tampoco era favorable.

Por fin, el 24 de diciembre, víspera de Navidad, pudieron embarcar en el navío llamado “Delphine”.
No era muy grande, pero estaba “bien arreglado, limpio y bonito”.

¿Cómo nos imaginamos dicho barco? ¿Con qué comodidades contaría para un viaje tan largo? Verdaderamente nuestros misioneros, debieron ser valientes y decididos. Sólo la gloria de Dios y la salvación de las almas los alentaban. ¡Unos héroes!

EI comienzo del viaje tuvo varias peripecias al pretender salir del muelle. La embarcación no se movía… Tal vez alguna avería en el navío en el momento de zarpar?…
Lo sabrían días después. Partieron con nerviosismo y preocupación, y ya en alta mar, aparecieron muy pronto los mareos; el miedo a chocar con un barco peligrosamente cercano, las maniobras que debieron realizar, el tumulto causado por el viento, los gritos y las órdenes dadas, hicieron creer al P. Chanel que un pasajero había caído al mar y súbitamente subió al puente para darle la absolución.

Pronto supieron lo ocurrido al desamarrar: los soportes del timón se habían roto. Tenían una sola solución: navegar lentamente para llegar a un puerto y allí efectuar la reparación. Se dirigieron a la isla de Tenerife y el 8 de enero entraron a la rada de Santa Cruz.

Escala forzada

La reparación del timón fue larga; 50 días para poner la pieza en buenas condiciones y en aceptable funcionamiento.

A su vez los efectos de la navegación también se hicieron sentir… el P. Servant y el hermano José Javier se encontraban seriamente enfermos y el P. Chanel, con disentería. Por estos motivos debieron permanecer en tierra un mes y medio y alquilar una habitación en la ciudad esperando la recuperación física y el arreglo de la embarcación.

De Santa Cruz de Tenerife a Valparaíso

El 28 de febrero de 1837 el navío partió rumbo al mar. Los dos enfermos todavía convalecientes se fueron restableciendo progresivamente. Pero el P. Bret compatriota y amigo del P. Chanel, contrajo una seria enfermedad, y murió un mes más tarde en medio del océano.

En esta larga travesía, sin escalas, a través del Atlántico, sirvió para que el P. Chanel pudiera ejercer de algún modo su apostolado entre los marineros y otros pasajeros. Las charlas con los Hermanos, y la preparación a la comunión pascual, fueron la obra de todo el equipo misionero.

Tanto tiempo de navegación hizo que los viajeros llegaran a tener una resistencia notable para soportar los embates, las tormentas y los fuertes sacudones del barco especialmente aI pasar por el Cabo de Hornos sin sufrir el mareo característico del mar.

Mucha alegría experimentaron todos, cuando el28 de junio de 1837 entraron en el puerto de Valparaíso (Chile), exactamente 4 meses después de la salida de Santa Cruz de Tenerife.

Los Padres del Sagrado Corazón, Congregaci6n religiosa misionera y también compañeros de viaje, llegaron a su destino. Los Maristas se alojaron en la casa que los nombrados religiosos ya poseían en Valparaíso.

EI barco “Delphine” no seguiría más su navegaci6n. Quedaría allí como puerto final. Por lo tanto había que descargar todo el equipaje, los efectos personales y las cajas con el material destinado a la misi6n y depositarias en un lugar seguro hasta la salida para Oceanía.

Los Padres antes aludidos, ofrecieron su hospitalidad a los misioneros maristas durante todo el tiempo que fue necesario para preparar la última etapa de su viaje: recibir informaciones de otros misioneros, de viajeros, comerciantes, etc., conocedores de aquella región del mundo y encontrar el barco que pudiera llevar a los misioneros a bordo, luego de haber contratado el lugar preciso donde debían desembarcar.

Hacia la Polinesia…

Después de recibir diferentes informes de otros viajeros llegados de Oceanía, la incertidumbre reinaba en el grupo sobre la dirección que debían tomar. No encontrando ningún navío que fuera a Nueva Zelanda, se embarcaron en el buque “Europa” hacia Tahití.

Salieron de Valparaíso el 10 de agosto de 1837 y después de un mes de navegación, tocaron las islas Gambier para buscar provisiones e informarse sobre el posible lugar donde establecer la futura misión.

Fueron muy bien recibidos por el Vicario apostólico, los misioneros y los nuevos cristianos de aquellas islas ya evangelizadas desde hacia un tiempo.

Llegados a Tahití, debieron dejar el barco y decidir cómo seguir el viaje. A bordo de una “goleta”, embarcación fina y pequeña, continuaron su complicada travesía con el continuo peligro de chocar contra las rocas muy numerosas en ese lugar, las lluvias torrenciales y la oscuridad reinante durante la noche, que vinieron a complicar una situación por demás preocupante.

Pasaron por el archipiélago de Tonga y no pudieron quedarse allí porque el rey no se lo permitió. Por ello siguieron a la isla de Wallis y allí sí, quedaron el P. Bataillon y el hermano Juan Javier Luzy para fundar la primera misión marista en tierras de Oceania.

Días más tarde llegaron a la isla Futuna donde quedaron el P. Chanel y como colaborador el hermano Marie Nizier, después de haber obtenido el permiso de uno de los reyes de la isla llamado Niuliki. La recepción de los habitantes de Futuna fue favorable y algunos pocos se alegraron con la llegada de los misioneros. Primero fue curiosidad, rodearon después la embarcación, subieron a ella y luego los acompañaron sin ninguna hostilidad.

La autorización para establecerse en la isla fue acordada después de un larga discusión con Mons. Pompallier, ya que el primer ministro, Maligi, influenciado por algunos habitantes de Wallis, contrarios a la religión, se oponía fuertemente. Fue necesaria y convincente la intervención de un pariente del rey apreciado por su bravura y autoridad: “Dejemos a los blancos habitar en la isla, les dijo, e/los nos pueden traer riquezas”. Después de esto llegó la calma y los misioneros fueron invitados a cenar con el rey y su familia esa noche. Monseñor obsequió al rey serie de regalos quien los recibió con agrado y los hizo repartir entre su gente.

Al día siguiente, 12 de noviembre de 1837, fue el fijado para desembarcar con su pobre equipaje y algunas cajas con míseras provisiones y elementos para la misión.

Ese mismo día sobrevino la separación: Mons. Pompallier, el P. Servant y el hermano Miguel se embarcaron para Nueva Zelanda. El P. Chanel quedó definitivamente en la isla Futuna y ya no los volvería a ver más. Su compañero inseparable será el hermano Marie Nizier. Los dos tendrán como campo de misión las islas de Futuna y de Alofi.

Primero debieron construirse una casa para vivir o algo que se le pareciera; más bien una choza con hojas de cocoteros entrelazadas y algunos troncos de árboles. Fue todo tan precario que a los dos meses no sabían cómo resguardarse de la lluvia y proteger sus pobres pertenencias.

Aparte, el P. Chanel experimentó muy pronto la necesidad de una alimentación más abundante y sana para poder soportar el clima, los trabajos agotadores y carecer del mínimo descanso aun durante las noches.

Desde el 8 de noviembre día de su llegada no se había podido celebrar ninguna misa en la isla. Por la especial devoción que tenía el P. Chanel hacia la Santísima Virgen, ésta, sin duda, le inspiró la idea de elegir el 8 de diciembre fiesta de la Inmaculada Concepción para celebrar la primera misa en Futuna.

Comenzaron muy pronto sus contactos con la gente para aprender su idioma y costumbres y enseñar a los naturales a trabajar la tierra, plantar árboles ya criar algunos animalitos domésticos. También poco a poco les fue evangelizando a fin de convertidos al cristianismo a medida que se encontraban preparados.

EI rey Niuliki Ies apoyó desde los comienzos. Más tarde, por influencias extrañas, se puso en su contra. Si bien en un principio hubo notables conversiones, luego comenzaron las dificultades de toda índole para el P. Chanel y el hermano Marie Nizier. Aparecieron los rechazos “a los blancos y a su nueva religión” por parte de algunos naturales. Pero sin desanimarse, nuestro santo misionero único apóstol de Futuna, se empeñó cada vez con más energía en su predicación y por ello se agudizó la lucha. Recorrió la isla en todas direcciones y sin descanso, afrontando todo, constantemente, con amable paciencia y valor.

Martirio del Padre Pedro Chanel

.Más de una vez, vio en peligro su cabeza, pues lo perseguían sus enemigos declarados. Y esto ocurrió de verdad el 28 de abril de 1841. De las amenazas pasaron a los hechos.

Un jefe nativo que se oponía ferozmente a su trabajo misionero, se presentó una mañana con varios cómplices en la casa del P. Chanel para darle muerte. Uno de los hombres con un hacha le asestó dos golpes en al cabeza: la sangre comenzó a brotarle abundantemente. Otro le golpeó varias veces con un grueso bastón; y el jefe que rondaba en torno de la casa como una bestia feroz en torno a su presa, saltó por una ventana de la habitación y lanzándose con su machete sobre el P. Chanel se lo clavó en la cabeza. Así murió el “hombre de gran corazón” como le llamaron los hombres de Futuna. No obstante, el cristianismo siguió propagándose en la isla con otros misioneros.

Su martirio fue reconocido por la Iglesia declarándole santo, pues en 1954 se realizó la Canonización de San Pedro Chanel en Roma, y se dispuso celebrar su fiesta cada año el día 28 de abril.

Lo que llama la atención, ahora, es constatar en qué grado San Pedro Chanel se ha convertido en algo muy familiar para los habitantes de Futuna. Es uno de ellos. La Sociedad de María, que mandó transportar a Lyon los restos de San Pedro Chanel en 1842, los devolvió a los isleños de Futuna en 1977, a petición de éstos. Sus restos, como preciosas reliquias descansan hoy en el lugar de su martirio, dentro de una gran basílica construida en 1986.

“La figura de San Pedro Chaneles de grandísima actualidad para todas las comunidades cristianas, por ser la de un misionero, la de un mártir y la de un sacerdote animado de espíritu mariano” (Mensaje de Juan Pablo II).

Hno. Manuel Herrero, F.M.S.

Fuentes: Elaboración y síntesis inspirada en las siguientes obras:
“Frère Marie Nizier” del hermano José Ronzon, fms: “Le sillon misionnaire”, Periódico trimestral, No 251, año 1991 y otras publicaciones maristas.

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