2006 – 10 años

Mañana entramos en el mes del décimo aniversario de la muerte de nuestros cuatro Hermanos de Bugobe (Congo), Servando Mayor, Miguel Angel Isla, Fernando de la Fuente y Julio Rodríguez. Nosotros queremos recordar este aniversario con una breve reflexión cada día del mes de octubre. El recuerdo de la audacia generosa de estos cuatro Hermanos puede ciertamente aportarnos mucha luz, ser un estimulante para cada uno de nosotros y ofrecernos la ocasión de reiterar a Dios nuestra gratitud por el don de estos hombres tan generosos.
 
Señor, sólo podemos darte gracias. Enseñaste a Servando, a Miguel Ángel, a Fernando y a Julio a dar sin contar, a amar de verdad, día tras día y con constancia y desprendimiento total y en la miseria, a los más pequeños y a los amenazados de muerte. Que este ejemplo nos ayude a vivir un amor fraterno y sin fronteras. Te lo pedimos, Señor.
 
El 31 de octubre de 1996 los hermanos Servando Mayor, Miguel Ángel Isla, Fernando la Fuente y Julio Rodríguez eran asesinados en el campo de refugiados de Bugobe, en el Congo. Llevaban trabajando desde 1995 en el inmenso campo de Nyamirangwe, asegurando la educación a los niños, ayudando en la liturgia, proporcionando multitud de servicios con el coche y con el molino. Sus escritos y sus cartas hablan con insistencia de su auténtico amor y de su apego visceral a los refugiados que se habían convertido en su auténtica “familia”.
 
Entregaron sus vidas al Señor al escuchar su llamada y le siguieron en ese calvario del campo de refugiados en el que tantas personas agonizaban: los refugiados, su nueva familia, más amada que la familia que habían dejado en España. Como el Señor amaron hasta el final. En ellos brilla ciertamente una cosa: el amor. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”, Juan 15:13. Y con el Señor podían decir : “Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente” Juan 10:18.
 
¿Quiénes eran esos cuatro hermanos? Los cuatro eran españoles, pero con una historia humana bien concreta. Y los cuatro dejaron una misión para acudir a otra misión más difícil. Servando vivía su primera experiencia misionera. Era el superior de la comunidad de Bugobe. Procedía de la Provincia de Bética donde era consejero provincial y miembro del equipo de animación pastoral. Tenía 44 años en el momento de la tragedia. Miguel Ángel había vivido 13 años en Argentina y 22 años en Costa de Marfil donde había sido superior del Distrito. Contaba 53 años.
 
Julio había trabajado 14 años en el Congo y se había unido a la comunidad de Bugobe en mayo de 1996. Era el más joven del grupo y acababa de celebrar los 40 años cuando fue asesinado. Fernando había vivido la mayor parte de su vida en Chile donde era formador, consejero provincial, pintor y poeta. Sólo llevaba un año entre los refugiados. Era el de más edad del grupo aunque no había cumplido todavía los 53 años. (Cf. FMS-Message, n°21, p.5) C’étaient quatre Frères dans la force de l’âge et de la générosité. Leur générosité annonce de quelque façon celle de tant de Frères prêts aujourd’hui pour la mission ad gentes.
 
Pensando en lo que les había ocurrido, el hermano Benito, entonces Superior general, escribe: “Como superior, he aceptado vuestra decisión de permanecer en el campo cuando todos huían y he asumido con vosotros los riesgos que podríais correr, pero al recibir la noticia de vuestra muerte he experimentado una gran pena por este fin tan doloroso. Pena por vuestras familias y por el daño que se causaron a sí mismos los que os asesinaron. Estoy convencido de que les habéis perdonado porque no sabían lo que hacían. Nosotros, hermanos maristas, les perdonamos y rezamos por ellos.
 
Pensando en los cuatro hermanos que él mismo había enviado en misión y como si hablara con ellos el hermano benito continúa: No voy a ocultaron la gran admiración que, unida a la angustia de estos últimos días, he experimentado por cada uno de vosotros y la alegría interior porque habéis sido testigos de Jesús de Nazaret arriesgando vuestras vidas hasta una muerte violenta”.
 
Señor, sólo podemos darte gracias. Tú, el primer mártir, has hecho que Servando, Miguel Ángel, Fernando y Julio se acercaran a tu cruz. Que su ejemplo sea el aceite para la lámpara de nuestra generosidad. Te lo pedimos, Señor.
 
El Hermano Jeff Crowe, Consejero General y responsable de los Hermanos de Bugobe, escribe : « Fueron cuatro Hermanos Maristas ordinarios, pero excepcionales. El afán diario para servir a los refugiados suponía un trabajo agotador… y muchas frustraciones. Sus consuelos eran sencillos e inmediatos: la sonrisa y la muestra de agradecimiento que recibían de unas madres cuando terminaban, rendidos, la tarea de distribuir comida a los niños desnutridos; los momentos de felicidad compartidos con miles de criaturas que lograban sobrevivir un día más, pequeñas victorias ganadas par establecer un poco más de justicia…
 
Compartían la inseguridad, las penas, los miedos y las frustraciones de los refugiados, pero no su política, sus odios… Tenían que limitarse a estar sencillamente con la gente que sufría, incapaces de modificar las causas subyacentes a estos sufrimientos, mostrándose como hombres de fe, esperanza y amor, en las horas más amargas de este pueblo.
 
Añade el Hermano Jeff Crowe : « No eligieron la muerte, pero, junto con aquellos miles de personas a los que habían venido a servir, murieron como victimas de un vergonzoso y repugnante capitulo de la historia de la humanidad. Su experiencia es la expresión de una fraternidad que nos urge más que mil palabras.”
 
El Hermano Jeff Crowe narra así la decisión de los Hermanos de quedarse en el campo de los refugiados : « Conociendo a los Hermanos, me fue fácil comprender su decisión de quedarse. Había muchas razones practicas para quedarse junto a los refugiados hasta el final… Su presencia tenia un efecto de calma y de confianza para la gente desesperada y llena de pánico. Habían conocido otros momentos en los que los refugiados abandonaron el campo y regresaron; querían los Hermanos ser, ante el mundo exterior, la voz de los refugiados, para mostrar a todas las naciones la catástrofe humana que estaban presenciando.
 
Pero tenían motivaciones mas profundas. Los Hermanos habían vivido tan cercano a la gente, ‘nuestra nueva familia’, y se habían identificado tan estrechamente con ellos, ocurriera lo que ocurriera, que cualquier sugerencia de alejarse no sólo era respondida con la negativa, sino que era casi tomada como una ofensa. Para ellos era una cuestión de fidelidad al pueblo que habían llegado a amar, de fidelidad a una misión que consideraban como privilegio que se les había concedido (‘el mayor de los regalos’ en palabras de Fernando), de fidelidad a su vocación de Hermanos que siguen a Jesús hasta la cruz. En su oración comunitaria estas ideas surgían constantemente. (H. Jeff Crowe).
 
En el campo de refugiados hay unos cuatro mil niños. Miles de niños vestidos, o mejor dicho, cubiertos con harapos y todos descalzos, constituye un espectáculo para nosotros inimaginado… ¿Y como comprender el dolor que se esconde en esos dos millones de refugiados, que no tienen encima más que el recuerdo de una tierra y una casa perdida, y la pérdida también de un millón de personas? ¿Cómo sanar la herida del odio y de la venganza después de haber vivido tanta violencia y muerte? No lo sé. Poro lo que sí es cierto es que la presencia de un Hermano marista en el campo es una luz de esperanza. (Carta del H. Servando a los Hermanos de Bética, 2 de julio de 1995)
 
Señor, sólo podemos darte gracias. Has hecho de Servando, de Miguel Ángel, de Fernando y de Julio auténticos hermanos, verdaderos educadores, auténticos testigos qui offraient aux réfugiés affection et services concrets.. Ayúdanos a ser en nuestro ambiente de vida, Hermanos, Educadores y Testigos qui offrent aussi, en ton nom, affection et services.
 
“Heme aquí, Señor. Hace ya dos meses que, noche y día, en el trabajo o en el descanso, lucho para alejar de mi tu presencia que me “persigue”. ¡No tienes derecho! Es un auténtico asedio. ¿Qué quieres de mí, Señor? No te hagas ilusión, Señor. El material del que te sirves es endeble, es frágil… No valgo gran cosa, soy pobre; pero sé que Tú eres el que da y que yo solamente distribuyo. No estoy vacío, pero Tú eres tan grande que no consigues entrar en mí, me desbordas por doquier, me rodeas… Sospecho que quieres llevarme donde yo no quiero ir, pero sorprendentemente, camino con regocijo, en paz, con alegría, en tu alegría, en tu serenidad, en tu paz”.(Miguel Ángel Isla).
 
Hay agitación en las fronteras y ya no funciona el correo. La situación de Burundi ha provocado desórdenes en esta región tan alterada de los Grandes Lagos donde vivimos. La zona está llena de infiltrados y de mercenarios, especialmente en el sur de Bukavu… Ha habido ataques a los campos de refugiados, violencia, pillaje, muerte, caos… Para colmo de males, los cinco militares que nos protegían han sido llamados a su campo militar dejándonos indefensos en medio de la oscuridad… (Fernando de la Fuente)
 
¡“Dios mío! ¡”Dios mío! Vamos a morir. ¡Ten piedad de nosotros!”. Fue el último grito y la última oración que un aldeano de los alrededores escuchó antes de que sonaran los disparos y de que los cuchillos se ensañaran en los cuerpos de los cuatro Hermanos.
 
Estoy muy bien y trabajando con mucha ilusión y satisfacción entre esta gente. A mí me toca la suerte de vivir con ellos y gozar cada día descubriendo en estas escenas – sobre todo de niños – la presencia de Dios.
 
Señor, te ofrezco mi vida, te pertenece. Sabes cuan frágil y endeble soy. Toma mi barro y moldéalo a tu gusto,bajo la inspiración de tu Espíritu. Haz de mí, como de María, un vaso repleto de amor, amor que desborde y dé vida y revele el sentido de la vida. Haz de mí arcilla sólida; sabes con qué facilidad me quiebro y quedo vacío aunque esté lleno de mil cosas. Inunda el desierto de mi corazón con el agua viva que mana del tuyo. Entonces florecerá mi desierto. (Inspirado en un texto de Servando Mayor) Cada domingo, por la tarde, voy a organizar juegos con los niños. Es una gozada para ellos y para mí, también para todos los mayores que se acercan a vernos jugar… A mí Dios me ha privilegiado, sin merecerlo, concediéndome el estar aquí con esta gente. (Carta del H. Julio, 15 de julio de 1996).
 
Ha habido momentos en que me he sentido avergonzado de ser hombre, de pertenecer a la raza humana. Me he dejado, sin quererlo, apoderar de un estremecimiento intenso de vergüenza de ser hombre, al ver lo que mi semejantes hacen con sus hermanos.
 
Señor, sólo podemos darte gracias. Llamaste a nuestros cuatro Hermanos Servando, Miguel Angel, Fernando y Julio a trabajar entre los refugiados. Hoy, te pedimos por las personas que han amado y servido, por todos los refugiados del mundo, y por tu espíritu, enséñanos cómo podemos ayudar esta gente que merece ser amada.
 
Testimonio del Hermano Servando.
Soy plenamente consciente de que mi vida es un regalo de Dios. Desde que era niño me sentí acogido en casa. Aprendí a amar y a hacerme responsable. En casa, con mis hermanos, viví la experiencia de generosidad, sinceridad y entrega que eran parte de mi vida y expresiones de un verdadero amor. Crecí en una atmósfera de sencillez y hospitalidad, y eso me ayudó a apreciar el espíritu de familia. La austeridad de vida y el compartirlo todo me enseñó a saber cuidar las cosas y usarlas con sencillez. Cuando compartimos, siempre hay algo para todos y todavía sobra algo: ¡esto es un puro milagro de Dios! Gracia, Señor, por el regalo de mi vida. Reconozco que los dones que trato de compartir con los demás no son fruto de mi esfuerzo personal sino una herencia que he recibido. ¡Gracias, Señor!
 
Hermanos, Cristo ha resucitado, vive en vosotros y en mí. Se ha comprometido, ¡y en qué medida!, a construir el amor en nosotros y por nosotros. Y soy testigo de que lo va a hacer poco a poco, lentamente, pero sin pararse. 
Me gustaría proclamar esta feliz realidad a gritos para que todos me oigan, y quisiera que vosotros pudierais gritar junto conmigo. También me gustaría compartir con vosotros la cosa más bella que poseo: la presencia de Cristo, viva y active, en medio de nosotros. No tengo ni tender nada más grande que ofreceros.
 
Desde mediados del año 1995 hasta finales de octubre de 1996, me correspondió la misión de ser la persona de contacto entre los hermanos de Bugobe y la Administración general. En calidad de tal visité la comunidad y el campo de refugiados cada tres meses.
 
De una carta del H. Spiridion Ndanga, superior del Distrito de Ruanda – El Distrito marista de Ruanda vive todavía bajo los efectos de lo sucedido en Bugobe el día 31 de octubre de 1996… ¿Cómo comprender que ante una caridad sin límites y sin medida, se haya podido responder con el odio igualmente sin medida y sin fronteras? Nuestros cuatro valientes hermanos han dado testimonio de una caridad sin limites, entregándose sin regateos a la causa de los refugiados ruandeses, que no son ni españoles, ni blancos, ni europeos. Han sobrepasado todas esas barreras levantadas entre los hombres. Oyeron el clamor del pobre y decidieron estar junto a él.
 
De una carta del H. Spiridion Ndanga, superior del Distrito de Ruanda – Los cuatro hermanos han dado un verdadero ejemplo de acción humanitaria, que no retrocede delante ningún sacrificio, aunque sea el sacrificio de la vida. Han dando muestras de haber comprendido el sentido de la misión marista: “En situaciones de persecución religiosa o de crisis social, permanecemos, a ser posible, en el país, por fidelidad a nuestra misión” (C. 80).
 
De una carta del H. Spiridion Ndanga, superior del Distrito de Ruanda – Lo que han hecho nuestros cuatro hermanos sobrepasa toda lógica. No eran ni ruandeses, ni ‘banyamulenge’, ni del bando contrario. No tenían motivación política ninguna. ¿Por qué matas a uno que no lucha contra ti? La violencia que les ha derribado es injusta y sin medida; sin fronteras, es un atentado a la vida. Que la sangre de nuestros hermanos obtenga la conversión y el perdón de los verdugos, que obtenga la paz para el mundo entero y para la región de Los Grandes Lagos en particular. Que su ejemplo nos estimule para amar hasta el don total de nuestras vidas…
 
Los cuatro hermanos maristas no estaban en el Zaire por amor a una vaga ‘humanidad’, o a un genérico mundo del marginado… Estaban en África porque eran creyentes en Cristo y porque tenían un corazón gigantesco en el cual cabían, uno a uno, todos los hombres y mujeres que iban apareciendo en sus vidas con la mano extendida y una lagrima en la mirada. Amaban a Dios y amaban al hombre… Eran de esa raza que produce a veces nuestra tierra: gentiles, valientes hasta el punto de olvidar la sensatez y quedarse hasta el final desafiando el peligro, generosos hasta el limite de dejar el coche que tenían –su única posibilidad de escape– a unas monjas para que huyeran ellas. Eran castellanos de frente limpia, de corazón en la mano, de alma lineal y sin repliegues. (Santiago Martín, ABC, 15-11-1996).
 
Junto a la decepción ofrecida por el mundo desarrollado, incapaz de prestar una ayuda en la ultima tragedia africana, se alza el ejemplo de heroísmo de los misioneros, cuatro de los cuales, que sepamos, perdieron la vida violentamente el pasado día 31 de octubre. Hoy el mundo les considera héroes y mártires, y en efecto lo son… Su final sangriento aparece más conmovedor ante la evidencia de que los cuatro religiosos habían enterrado allí su vida para ayudar a gente desamparada. No hacían política, sino caridad; y fueron recompensados a golpes… Estaríamos en error, sin embargo, si juzgáramos el valor de su entrega solo por su final violento. El heroísmo no está solo en la muerte por un ideal, sino también en el día a día dedicado a la ayuda de los demás a cambio de nada. (Justino Sinova. El Mundo, 14-11-1996).
 
El Congo actual – Han pasado diez años. La tierra congolesa, regada con la sangre de nuestros mártires sigue todavía enrojecida por la sangre de muchos hombres y mujeres que han sido asesinados desde entonces, en guerrillas obscuras, victimas de la codicia y del ansia de poder de unos pocos, de dentro y de afuera. El Congo, el hermoso Congo, parece condenado a no tener nunca paz. Su problema es ser muy grande y muy rico, bocado apetitoso parta quienes no les importa matar a cientos de miles con tal de enriquecerse.