Ecos de los medios de comunicación

Presentamos, en brevísimo apunte, alguna que otra muestra del amplio eco que los
medios de comunicación han ofrecido con motivo del asesinato en Zaire de los cuatro Hermanos Maristas: Servando, Miguel Ángel, Fernando y Julio. El impacto que ha producido la generosa donación de sus vidas, ha sido extraordinario. El testimonio dado constituye uno de los aspectos luminosos del acontecimiento. La prensa, la radio y la televisión han colaborado en la expansión de ese testimonio y han realzado el sentido profundo que comportan las vidas y el trabajo de los misioneros presentes en medio de pueblos que sufren injusticia y desamor
El sacrificio de unas vidas

Santiago MARTÍN (ABC, 15-11-1996)

Conozco a los maristas desde hace muchos años, sin haber sido alumno de sus colegios. Los conozco y los quiero. Con muchos de ellos me une una gran amistad, de los tiempos en que participaba de la espiritualidad de los Focolarinos. En esa época conocí a Julio Rodríguez, uno de los cuatro “mártires” que han dado la vida por Cristo en el Zaire. Julio era un muchacho que reunía todas las cualidades que Marcelino Champagnat quería para sus maristas. Sencillo, noble, trabajador, de una pieza. En él no había ni doblez ni esa dicotomía que a veces aparece en el clero, por la cual la vida va por un lado y los discursos altisonantes sobre el compromiso con los pobres por otro. Por eso se marchó a África, donde llevaba muchos años trabajando al servicio de Cristo y de los hombres.
Esto es lo primero que quiero destacar de este muchacho y de sus compañeros, y lo quiero destacar porque he visto que estos días lo omiten casi todos. Los maristas que conozco, y Julio en particular, no eran “humanistas”. No estaban en el Zaire por amor a una vaga “humanidad”, o a un genérico mundo del marginado. Como dice Chesterton refiriéndose a San Francisco de Asís, el bosque no les impedía ver los árboles. Estaban en África porque eran creyentes en Cristo y porque tenían un corazón gigantesco en el cual cabían, uno a uno, todos los hombres y mujeres que iban apareciendo en sus vidas con la mano extendida y una lágrima en la mirada.

Amaban a Dios y amaban al hombre. Eran, precisamente por eso, cristianos. Y eran de esa raza que produce a veces nuestra tierra: gentiles, valientes hasta el punto de olvidar la sensatez y quedarse hasta el final desafiando el peligro, generosos hasta el límite de dejar el coche que tenían -su única posibilidad de escape- a unas monjas para que huyeran ellas. Eran castellanos de frente limpia, de corazón en la mano, de alma lineal y sin repliegues.
Pero se equivocaron en una cosa. No sé quién fue, porque las noticias no han llegado a tanto detalle. Me refiero a la frase que pronunció uno de ellos y que un testigo oculto ha logrado transmitir: “¡Dios mío, vamos a morir, ten misericordia de nosotros!”. Se equivocó el que habló así, porque no es de ellos de quien Dios tenía que tener especial misericordia.

No, Dios no tenía que tener misericordia de ellos, o al menos no mucha. De quien tiene que tener misericordia es de nosotros.

Ten misericordia, Señor, de Ios políticos mundiales, especialmente de aquellos que se entretienen en disquisiciones absurdas mientras miles de seres humanos mueren de hambre o son asesinados. Ten misericordia también de los asesinos, tanto si son hutus como si son tutsis. Perdona a los que trataron a mi amigo Julio y a sus compañeros. Perdona a los que han matado a las otras víctimas inocentes.
Pero no agotes en ellos tu misericordia, Señor. Deja algo también para mí, para los que no somos ni políticos, ni tutsis, ni hutus. Perdónanos también a nosotros, los que creemos que estamos a salvo de responsabilidades y que incluso nos escandalizamos de que los demás no hagan nada. Perdónanos porque, mientras criticamos e incluso mientras lavamos nuestra conciencia dando una limosna, no hacemos nada más.
Ten misericordia de nosotros, Señor, y no nos trates como merece nuestra desidia, nuestro egoísmo, nuestra pereza. Que la sangre de estos hijos tuyos, muertos por ti no se alce contra nosotros pidiendo justicia sino intercediendo a favor nuestro.

A cambio, Señor, te prometo que no me sentiré cansado cuando las decepciones entren a galope desbocado en mi corazón, que no te preguntaré dónde estás escondido cuando alguien de la Iglesia me decepcione. A cambio, y sin que eso pueda “comprar” la misericordia que necesito, te prometo que trabajaré más, rezaré mas, perdonaré más, también pediré más veces perdón a los que yo ofendo. No puedo amarte yéndome a África, a dejar mi vida por ti a manos de la fiebre, el hambre o unos asesinos. Pero puedo agotarme por ti aquí, en esta frontera que es mi cruz y mi gloria. Acepta mi vida Señor, como has aceptado la de estos nuevos mártires y, como a ellos, dame fuerza para perseverar hasta el final. Ten misericordia de mis fallos y sosténme en una lucha que me desborda.
Enhorabuena a los familiares de las víctimas y a la Congregación a la que pertenecían. Comprendo su dolor y lo hago mio. Pero ellos están en el cielo y han dejado a esa altura su nombre y el de la Iglesia.

Raza de cristianos

Luis, obispo de Segovia. (” El Adelantado de Segovia “, 15-11-1996)

“… Mejor elogio, sin embargo, y más profunda admiración merecen aquellos que entregan libremente su propia vida en servicio a los demás. Los Maristas se llaman Hermanos no sólo porque lo son dentro de la comunidad religiosa, sino porque proyectan hacia fuera la fraternidad que ellos viven desde dentro. Los cuatro Maristas sacrificados en Bugobe (Zaire) acudieron voluntariamente cuando sus Superiores hicieron una llamada en favor de aquellas gentes.

Allí permanecieron con entera libertad a pesar de sus propios presagios sobre cuanto podría suceder. A todos, privilegiando eso sí a los más necesitados, ofrecían gratuitamente civilización, cultura, alimentos, fe en Dios, Evangelio, amor de hermanos. Llegaron incluso a denunciar los hechos en la esperanza de que se pudiese evitar la tragedia. Todavía les quedaba algo por hacer, seguramente lo más importante. Habían escuchado muchas veces esta sentencia de su Maestro: ” Nadie tiene amor más grande por los amigos que quien por ellos entrega la propia vida “.

Y decidieron libremente ofrecerles también el supremo testimonio. Así lo han hecho sin protagonismo alguno. Rehuirían ahora medallas póstumas al mérito o a la solidaridad. Tampoco desearían ser llamados héroes. Sólo hermanos. Los Hermanos Maristas. Son ellos parábolas vivas que ponen en acción, junto con Jesús de Nazaret, la del Evangelio: ” Si el grano de trigo caído en tierra no muere, permanece 61 solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto “…

Héroes en Zaire

Justino Sinova (” EL MUNDO “, 14-11-1996)

Junto a la decepción ofrecida por el mundo desarrollado, incapaz de prestar una ayuda en la última tragedia africana, se alza el ejemplo de heroísmo de los misioneros, cuatro de los cuales, que sepamos, perdieron la vida el pasado día 31 violentamente a manos de milicianos hutus. Hoy el mundo los considera héroes y mártires, y en efecto lo son. Alfonso Rojo contaba ayer en su crónica el detalle inmensamente generoso de los cuatro religiosos que, sabiendo de las posibilidades de morir si permanecían en su puesto, cedieron su camión para que huyeran dos sacerdotes y un seminarista nativos y un grupo de monjas. Y entonces, escribía Rojo, “la terrible soledad y el desamparo rodeó a los cuatro maristas en las horas previas a su muerte”.

Su final sangriento aparece más conmovedor ante la evidencia de que los cuatro religiosos habían enterrado allí su vida para ayudar a gente desamparada. No hacían política, sino caridad, y fueron recompensados a golpes. Qué injusticia atroz. Estaríamos en un error, sin embargo, si juzgáramos el valor de esa entrega sólo por su final violento. El heroísmo no está sólo en la muerte por un ideal, sino también en el día a día dedicado a la ayuda a los demás a cambio de nada…

Gracias

Juanma Pérez, ” Diario de Burgos “, 15-11-1996.

” … Gracias a Servando, a Miguel Ángel, a Fernando y a Julio. Los cuatro se han limitado a cumplir lo que les dictara sus conciencias y sus corazones, permanecer junto a los suyos, al lado de todos aquellos a los que la vida sólo da tragos amargos.

Gracias por extensión a los que como los misioneros asesinados, siguen empeñados en dar sentido a su vida, siempre y cuando ayuden a salir adelante a los demás.

Gracias a sus familiares que han demostrado una firmeza digna de admiración. Tenían claro por qué querían permanecer en Zaire sus hijos o hermanos. Compartían con ellos su espíritu solidario y en ningún momento les presionaron para que abandonasen los campos de refugiados de Zaire y que huyesen del peligro. Sabían que pedirles eso era como pedirles que traicionasen a su propia conciencia…

Empezaba dando las gracias a Servando, Miguel Ángel, Fernando y Julio. Quiero acabar felicitándoles por haber sido hasta el final de sus días, fieles a su corazón”.

El gesto de los mártires

Manuel JIMÉNEZ DE PARGA (“EL MUNDO”, 15-11-1996

Los religiosos dedicados a la enseñanza, como es el caso de los Hermanos Maristas, agotan su vida en esta tierra transmitiendo saberes y proporcionando a sus alumnos la formación básica para ser y estar cristianamente. Miles de horas consumen en esta tarea docente. Yo puedo dar testimono del abnegado quehacer de los Hermanos Maristas, trabajando intensamente casi en el anonimato, porque me cupo Ia fortuna de permanecer con ellos durante doce años en su colegio de Granada.
Pero no ha sido con la palabra, sino con su martirio en África, la forma última de confesar la fe cuatro hijos de Marcelino Champagnat. No hay otro modo ni más excelso, ni más eficaz de hacerlo. Un gesto, a veces, vale más que un millón de palabras. Quienes sólo tenían una referencia vaga e imprecisa de los Hermanos Maristas, se han convertido en las últimas horas, en admiradores. Se está cumpliendo la vieja sentencia de Tertuliano: “La sangre de mártires es la semilla de los nuevos cristianos”…

Decía Albert Schweitzer, tan buen conocedorr de Ias latitudes de la tragedia, que ningún mártir cristiano se alzó frente a la violencia. La inmolación de Cristo fue libremente aceptada. Las armas de los misioneros son las razones y se esgrimen para Ia paz. Los Hermanos Maristas utilizan la palabra en su cotidiana labor pedagógica. Y mueren en silencio para dar testimonio de lo que enseñan a lo largo de su vida. Es el gesto de los mártires.