16 de junio de 2006 CHILE

Un regalo del Señor y de Marcelino para todos

Te cuento que ayer sábado, con una sencilla y emotiva eucaristía, a la que luego siguió un almuerzo en la casa de los hermanos en la calle Santa Mónica, nos reunimos las Fraternidades Maristas de Chile, a celebrar a nuestro Santo Fundador.
La misa fue celebrada por un sacerdote jesuita, sobrino de una hermana de nuestra fraternidad. La celebración fue hermosa, llena de gestos sencillos y profundos. En todo momento existió un grato ambiente de amistad, acogida, fe, agradecimiento y profundidad, animado por muchos chistes y risas: celebramos la vida terrenal y la eterna de San Marcelino.

Terminado el almuerzo nos dirigimos a la casa de los hermanitos mayores en la calle Sotero Sanz, a compartir con ellos esta alegría y hacer un instante de oración espontánea y comunitaria. Al llegar, nos encontramos en la puerta de la Nunciatura, que colinda con la casa de los hermanos, al Señor Nuncio Aldo Cavalli, el cual estaba despidiendo a unas personas.

Y alguien dijo:
– ¡Es el obispo!…
Yo muy fuerte le grité:
– Eh, Señor obispo, hemos rezado por usted esta tarde. Somos un grupo de oración.
Otro más dijo:
– ¡Somos fraternidades maristas!
Entonces él levantó su mano saludando y nos dijo:
– ¡Oh, Maristas!

Y nos llamó con la mano. Yo estaba a un metro y caminé hacia él. Como suelo ser muy chistosa y de protocolaria no tengo nada, lo saludé con un beso y le dije:
– Perdóneme su Eminencia, de lejos yo no sabía quién era usted?

El estaba feliz? y todos le fueron saludando. Le contamos que estábamos muy emocionados, pues estábamos celebrando la fiesta de san Marcelino y veníamos a saludar a los hermanitos. Entonces él dijo que los maristas eran buenos vecinos, cooperadores, generosos y etcétera.

A mí, como soy bien loca, se me ocurrió que le cantáramos. Y en plena calle, le cantamos la canción ?El misionero?. El Nuncio nos aplaudió, estaba muy contento, como un niño?

Ya íbamos a despedirnos cuando alguien me dijo:
– ¡Invítalo a venir con nosotros!
Entonces le dije:
– Su Eminencia, ¿quiere venir con nosotros a rezar un momento?
Él dijo:
– Oh, encantado. Cerró la puerta de la Nunciatura, cruzó la calle y lo llevamos con los hermanitos mayores.

Los hermanos estuvieron muy felices de contar con la presencia de este grupo de laicos desordenados y del Señor Nuncio?

La actividad se desarrolló en la sala donde ven televisión los hermanos. Nelson Pizarro recordó a cada uno de los hermanos con sus dones positivos, se hicieron acciones de gracia, acompañados de Avemarías, cantamos, nos tomamos de las manos, rezamos por todo cuanto se nos vino al corazón? El Hermano Eulogio habló unas palabras lindas al Nuncio. Entonces él nos hizo un hermoso discurso y cantaron todos, los hermanos y el Nuncio, el Regina Coeli. ¡Ay qué maravilla?!

Yo sentía que el Espíritu Santo se manifestaba en todos estos gestos y todo era un regalo del Señor y de Marcelino para todos los que tenemos el corazón marista y estamos alegres de sentirnos maristas.

¡Ah! Entonces le hicimos cantar al Nuncio aquello de: ¡Alégrate de ser marista! Como nos lo enseñaron en Colombia, en el Encuentro Americano de Fraternidades Maristas? Fue todo muy, muy de Dios, de la Virgen y de San Marcelino.

Yo quedé -y estoy- haciendo lectura de fe de todo esto?

Bueno, al Nuncio, en lo personal, le dije cada tontera? Y él me miraba con ternura y me decía que por haber hecho lo que hice y por ser como era, tan espontánea, un poco desordenada y nada protocolar, y sobre todo por haberlo invitado, él se lo había pasado maravilloso.

Me dije entonces: ¡Gracias, Señor mío, por amarme así!

En fin, todavía emocionada y agradecida, quería compartirlo con ustedes queridos amigos.

Mónica Zúñiga, Santiago (Chile)

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