4 de enero de 2005 CASA GENERAL

Y Dios nos necesita para hacerse hombre

Año nuevo, vida nueva, un dicho popular que se repite muy a menudo en estos primeros días del año en muchas partes del mundo. Expresa en forma breve esa larga lista de buenos propósitos que todos formulamos: una nueva regularidad en la práctica deportiva, un nuevo estímulo para la oración; una nueva dieta; nuevas relaciones personales más cordiales y profundas; una mayor energía en el trabajo; un tiempo privilegiado para una mayor calidad de vida y para convivir más con los amigos, los hermanos y la familia; nuevos tiempos para la lectura y para volverse diestros en el manejo del ordenador o del último modelo de la telefonía móvil.
Con frecuencia, muchos de estos deseos sólo se quedan en bonitos proyectos, sin llegar a hacerse realidad. Los mejicanos tienen una expresión que nos ayuda a entender claramente esta situación: ¡Me dices que me quieres, pero no me dices cuándo!

Estas experiencias de la vida diaria nos hacen pensar en la importancia del tiempo presente y de la decisión humana. Este tiempo es una coincidencia providencial de llamadas profundas, de inspiraciones interiores y de compromisos sencillos pero desconcertantes para las personas que los viven en primera persona. En la tradición bíblica, a este tiempo se le llama el kairós -el tiempo oportuno, el tiempo de un Dios apasionadamente presente en el historia humana. Pero para que este tiempo irrumpa verdaderamente en la historia de nuestra vida, hace falta que las personas concretas lo acojan con decisiones humanas precisas.
Hoy celebramos el 188.º aniversario de la fundación del Instituto de los Hermanos Maristas. Esa fundación se hizo en un tiempo oportuno, un tiempo de kairós. Y este tiempo se ha convertido en realidad gracias a la acogida generosa y audaz de un joven cura de 27 años.

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