2019-08-07 PERU

Antonio Boldu y Ricart

Antonio Boldu y Ricart Ha sido llamado a la Casa del Padre el día, 17 de junio de 2015, A los 100 años de edad y 84 de vida religiosa.

Nuestro hermano Antonio nació en Penelles, Lérida en 1914 de Juan y Rosalía en una familia de seis hijos. Como era la costumbre en esos años, ingresa al juniorado de Vich el 12 de septiembre del 1926, cuando aún tenía 11 años. Dos años más tarde tiene que embarcarse para completar su formación inicial en Chile, hasta 1930, en la casa distrital y de formación de Las Hornillas. Pasa al postulantado y noviciado en la misma casa y hace su primera profesión el 11 de febrero de 1932. La perpetua la hace en Barranco en 1938. El año 1932 llegó al Perú, a la comunidad de Jauja. Desde entonces ha estado en varias de nuestras obras.

Durante muchos años desarrolló su misión marista como docente. También trabajó en la Editorial FTD y como administrador local. Quizá lo más resaltante de su biografía sean los 35 años que estuvo sirviendo a la arquidiócesis de Lima, como supervisor de Educación Religiosa, trabajando en la Oficina de Educación Católica.

Fueron 100 años de vida y de fidelidad a una llamada donde fue labrándose como profesor, hermano y apóstol.

Muchos kilómetros pueden dar fe de sus fatigas para formar, capacitar y dotar a las escuelas y colegios, de maestros idóneos en Educación Religiosa…

Cuando hubo que luchar para conseguir estos objetivos, ahí estuvo el hermano Antonio Boldú haciendo gestiones e importunando para lograr aspectos legales importantísimos para la educación religiosa de los niños y jóvenes.

Mientras tanto no dejó de lado su tarea de profesor a pesar de estar en edad de jubilación. Los trece años pasados en el Ramírez Barinaga (del 1981 al 1993) hablan de su abnegada labor como docente y su amor por los jóvenes. Su esfuerzo por preparar la clase y su satisfacción al ver tantos exalumnos que lo recuerdan con cariño y admiración.

Su empeño apostólico y su tarea de Supervisor de Religión iniciados en Huacho se harán, más tarde, extensivos en la arquidiócesis de Lima. Dando ánimo, ofreciendo puestos, supervisando la tarea encomendada por el arzobispado para que los niños y los jóvenes sean evangelizados.

Si los cerros hablaran, si los amigos del volante pudieran contar las veces que pasó raudo y saltando en su inconfundible jeep.

Cuántos esfuerzos, cuántos sacrificios, cuánto tesón. Pero también las gratificaciones propias de la tarea cumplida, al margen de aquellos paseos relajantes de los invernales domingos limeños en busca del sol, sea al valle del Rimac, sea al valle del Chillón.

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Hno. Alfonso García

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