2011-09-06

Carta del H. Virgilio León a H. Basilio, S.G (1985)

Santa María de Les Avellanes, 7 de abril de 1985, día de la Pascua del Señor

Rvdo. Hno. Basilio, S.G.
MADRID – Alcalá de Henares

Muy apreciado Hno. Basilio: ¡Alleluia! Que la paz de Cristo y la alegría del Señor Resucitado que pasa por María, le acompañe en esta Semana y durante toda la vida.

Aprovechando el servicio del P. Portillo, le envío unas líneas más para que añada al relato anterior. No sé si ya toqué algo en la entrega anterior. Lo que sí es cierto, como en relato digo, es que tengo clara conciencia de que empieza una nueva etapa en mi vida. De vez en cuando aparecen pequeñas lucecillas con las que quiero dar sentido a los años que el Señor me conceda. Estoy iniciando el descubrimiento de todo un mundo: el de la plegaria sencilla, de intercesión en Cuerpo Místico del Señor que vive hoy en la Iglesia, la vida y latir del corazón de la Iglesia, desde unas perspectivas mistéricas, pero tan reales como la de los tajos de acción más comprometida y que ya me está vedada.

Por este motivo y sobre todo por un asunto personal que desearía vivamente poder intercambiar, le agradecería si en alguna de esas idas y pasos por Madrid  -sea la fecha que sea, pero que desearía fuera antes de Agosto- me pudiera citar para esa breve entrevista. Creo que con diez minutos habría suficiente por mi parte.

En principio y por evitarle trabajo, dé ésta por contestada. Ya me informaré por la Casa Central de su programa y si no hubiere nada en contra de esta posibilidad, ya me dejaría ver por ahí (Madrid, El Escorial, o donde sea) llegado el caso.

Hoy despedí al hermano Inocencio Martínez. La emoción me impuso una despedida sin palabras, de mero fuerte apretón de manos, para tan buen amigo y colaborador.

El Señor y la Madre le acompañen en todos sus viajes y nos lo devuelvan sano y salvo. Para todos, un día u otro, habrá un viaje sólo de ida. Le deseo en la también nueva etapa que se le avecina de aquí a unos meses, gran fecundidad espiritual para Ud. y la Congregación.

Sabe dónde queda un fiel amigo que le hace presente cada día en la plegaria.

Hermano Virgilio León

 

Segunda etapa de mi peregrinar

El Señor irrumpe en mi vida. Uno es el tiempo de la acción, de la batalla, de intentar construir su Reino con manos y pies, y otro el tiempo, la oportunidad que acaso Él me reserve para servirle desde el misterio de la cruz, desde la inactividad, desde el silencio y soledad.

El Señor, que es el dueño de la historia, de mi propia historia personal, es quien fija los plazos y los tiempos. Y a veces lo hace, ciertamente, con tanta amabilidad y delicadeza, que personalmente tengo que decir que hacía ya casi un año que tenía como un cierto presagio. Éste me venía con un planteamiento que entendía no salía de mí, pero que me era dirigido a mí.

Frecuentemente afloraba en mi interior esta reflexión, que resucitaba ideas que había vivido hasta con apasionamiento de joven: El Reino se construye desde la Cruz. La Cruz es el precio de la redención. Es necesario que el grano de trigo muera para que pueda dar fruto.

La idea me suscitaba, por una parte, un cierto miedo.  Por otra, la misma pregunta misteriosa de María: ¿Cómo se realizará esto?  En el fondo, se iniciaba, a veces, como un cierto acatamiento de la voluntad del Señor, pero que parecía que no tenía sentido, pues le faltaba la base objetiva.

Hoy, cuando, precisamente en el día de Pascua, se van a cumplir los dos años de aquellas mociones interiores, empiezo a comprender algo de los mistéricos caminos del Señor, que son nuestros caminos. Estoy, entiendo, que ha llegado el tiempo de iniciar una nueva etapa en mi vida, de duración desconocida.

Lo creo ya sin mérito, porque ciertamente lo veo; ha llegado el tiempo de la purificación que necesitaba en mi vida. Ha llegado el tiempo de servir al Reino desde otras coordenadas, a partir de unos planteamientos que me hablan claramente de la necesidad de una inmolación interior que va mucho más allá del ropaje externo de una enfermedad y la limitación irreversible que como consecuencia surge en mi existencia.

El Señor ha permitido, en su misericordia infinita, revelarme algo, una partecita del misterio que encierra una cruz que me deja inerme, como a la intemperie, inservible para una vida de acción que creía tan necesaria. Y esto, cuando abrigaba más ilusiones de presente y futuro para el Reino. Sí, lo reconozco, es muy duro verse junto al mar, con ganas infinitas de echar las redes y remar a destajo, y ver, de súbito, que un misterioso vendaval deja mi barquilla para el desguace, encallada en la arena, truncados los remos y con la noche encima. Ciertamente resulta duro, muy duro y hasta un tanto desconcertante.

Pero lo más admirable empieza cuando el Señor, que es todo gracia, te empieza a revelar el misterio que se esconde siempre en la cruz y que en esta situación, mi vida no pierde sentido, sino que puede ganar sentido, desde la óptica de siempre, desde la Fe.  Lo más desconcertante, incluso, aparece cuando, desde la serenidad, desde la inactividad de las horas largas y desde algunas plegarias sencillas, descubres, con su luz una realidad dolorosa, pero muy interesante. Lo que descubres es que ciertamente era conveniente que así ocurriera, que el Señor siempre tiene razón desde el acontecimiento. Mientras, me deja una conciencia cada vez más clara de que mi vida precisa de verdadera conversión interior, de que no estoy a la altura de las circunstancias y que se impone, ante la nueva situación, tener actitudes nuevas y una gran sencillez de corazón y sinceridad que no poseo.

Y aquí me encuentro, con cierta serenidad y hasta con algunas ganas, a veces, de vivir el proceso (en la propia carne) del grano de trigo que tiene que ser enterrado. Y ha de asumir con sencillez, también, el morir a todo protagonismo desde la acción, para dar paso a una vida tranquila, callada, acaso de mayor profundidad y utilidad al Reino, pero que no se aborda con facilidad. Reconozco que la gracia tendrá que llover a torrentes. ¡En Él espero!  Quiero asumir la nueva e irreversible situación desde la Fe.  ¡Ojalá lo haga con gozo, convencido de que detrás de todo ello, siempre está lo mejor, que es ¡la voluntad del Señor!  En esta situación, lo que más me empieza a ayudar es intentar caminar, aun materialmente, por tantos caminillos escondidos como encuentro en Avellanes, donde desde cualquier punto puedo fijar mi vista en María y llevar su rosario frecuentemente en mis manos. María, tú sabes bien el secreto para convertir estas mis gotas de agua en vino: ¡en ti confío!

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Roma, 29 de junio de 1985

Hermano Virgilio León

Querido hermano Virgilio: … Le agradezco de todo corazón su última contribución autobiográfica que la aprecio enormemente, por su belleza expresiva y por su profundidad mística (mi espíritu vuela a San Juan de la Cruz), como complemento a la primera contribución que me mandó, que era muy hermosa (también en ella soplaba el Espíritu con gran fuerza).  Creo, con Ud., que el Señor Providente, quiere instaurar una nueva etapa en su vida, en la que trabaje por su Reino, de un modo distinto a como lo hizo hasta hace poco tiempo.

En las postrimerías de este mes consagrado al culto especial del Sagrado Corazón, a Él lo encomiendo muy de veras y le pido para Ud. un sentido práctico de adaptación a su nuevo género de vida, gran fortaleza de Espíritu y abundancia de sus dones divinos.

Un gran abrazo, querido hermano Virgilio, y hasta que Ud. disponga

Hno. Basilio Rueda, Superior General

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