2015-11-02

Eucaristía en memoria de mártires maristas en el lugar donde reposan sus restos en la catedral de Málaga

Fotos

El 13 de octubre de 2013 tuvo lugar en Tarragona la beatificación de 6 hermanos maristas de los 9 que formaban la comunidad de Málaga, a consecuencia de su persecución y martirio entre agosto y octubre del año 1936. Forman parte del gran grupo de los llamados mártires del siglo XX en España.

Son los HH. Guzmán (fundador del colegio y director en aquel momento), Teógenes, Luciano, Pedro Jerónimo, Fernando María y Roque.

El sábado 24 de octubre se ha celebrado la eucaristía en su memoria junto con la bendición de una placa en el lugar donde reposan sus restos en la catedral de Málaga (galería de imágenes)

Sigue la homilia del Monseñor D. Jesús Catalá Ibáñez, obispo de la diócesis de Málaga

ACCIÓN DE GRACIAS POR LA BEATIFICACIÓN DE LOS HERMANOS MARISTAS MÁRTIRES
(Catedral-Málaga, 24 octubre 2015)

Lecturas: Jr 31,7-9; Sal 125, 1-6; Heb 5,1-6; Mc 10,46-52.
(Domingo Ordinario XXX – B)

1. El profeta Jeremías invita al pueblo a gritar de alegría porque «El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel» (Jr 31, 7). Dios ha cambiado la suerte de su pueblo y lo hace regresar a su patria desde el destierro: «Los traeré del país del norte, los reuniré de los confines de la tierra» (Jr 31, 8). Dios los lleva a torrentes de agua, por camino llano, porque es padre para su pueblo Israel (cf. Jr 31, 9).

El profeta anuncia caminos que Dios abre en la estepa, para que regresen a la tierra de la libertad. A la luz de esta palabra profética el futuro se abre para los pobres hacia una nueva esperanza.

El salmista exhorta a la alegría, a la fiesta y al canto: «Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía soñar. La boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares» (Sal 125, 1-2). La razón de esta alegría es la acción grandiosa de Dios, que libera, y su gran generosidad: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125, 3), hemos cantado en el Salmo interleccional.

Gracias a la obra salvífica de Jesucristo se ha cambiado la suerte de la humanidad: nos ha hecho pasar de la muerte a la vida (cf. 1 Jn 3, 14), de tinieblas su luz maravillosa (cf. 1 Pe 2, 9). Él ha iluminado nuestra vida y ha cambiado nuestra suerte. Ha devuelto la vista a los ciegos (cf. Mt 15, 31), hace oír a los sordos y hablar a los mudos (cf. Mt 7, 37).

Dios ha cambiado nuestro duelo en fiesta, el luto en danza y la tristeza en alegría (cf. Est 9, 22).

2. Hoy tenemos un gran motivo de fiesta y alegría al celebrar el triunfo de los mártires, que por amor a Cristo ofrecieron sus vidas en holocausto. A ellos también les cambió el Señor el vestido de luto en traje de fiesta. Pasaron de la muerte violenta a la vida eterna; de las penalidades de esta vida al banquete del reino de los cielos.

Nos retrotraemos a primeros de mayo de 1931 en España con la recién estrenada Segunda República, que vivió un período convulso en todos los órdenes. Según las crónicas se debatía en la política española la cuestión autonómica y territorial, la cuestión religiosa, la polarización ideológica entre la izquierda y la derecha; no es necesario recordar que también se debaten hoy estos temas. Fue disuelta la Compañía de Jesús, se nacionalizaron los bienes de las órdenes religiosas, se prohibió a las congregaciones religiosas que se dedicaran al ejercicio de la enseñanza. Los Hermanos Maristas, sin embargo, no renunciaron a su misión educativa, aunque tuvieron que evitar el uso externo de símbolos religiosos.

El colegio marista, con pocos años de funcionamiento, desde la presencia de los Hermanos Maristas en Málaga (1924), había sido saqueado e incendiado en 1931. Si Dios quiere, celebraremos dentro de pocos años el centenario de la presencia de los Hermanos Maristas en la querida ciudad de Málaga.

3. Con la Guerra Civil (1936) la situación empeoró. Los miembros que componían la comunidad marista de Málaga eran nueve; seis de los cuales murieron como mártires, siendo beatificados en Tarragona el 13 de octubre de 2013, en cuya celebración tuve la alegría de participar.

Los Hermanos mártires son  los siguientes: El Hermano Guzmán (en el siglo: Perfecto Becerril Merino) nació en Grijalba (Burgos) en1885 y murió mártir en Málaga el 24 de septiembre de 1936, a los 51 años. Era el subdirector del colegio; y se jugó el tipo en defensa de D. Manuel González, entonces obispo de la diócesis, también hoy beato.

El Hermano Fernando-María (en el siglo: Celedonio Martínez Infante) nació en Acedillo (Burgos) en 1895 y fue martirizado en Málaga el 24 de septiembre de 1936, a los  41 años. Llevaba apenas un año en Málaga; era maestro y licenciado en química. Destacaba como educador competente, hombre de Dios y testigo fiel.

El Hermano Teógenes (Pedro Valls Piernau) nació en Vilamacolum (Girona) en 1885 y murió mártir en Málaga el 27 de agosto de 1936 con 50 años. Era el administrador de la comunidad y llevaba siete años en Málaga. Enseñaba álgebra, trigonometría y matemáticas.

El Hermano Luciano (Mauro Álvarez Renedo) nació en Albacastro (Burgos) en el año 1892 y murió en Málaga el 27 de agosto de 1936, a los 44 años. Había tenido muchos destinos en sus veintiséis años de consagración; destacaba por su gran disponibilidad y apreciaba mucho a sus alumnos. Era de carácter jovial y alegre.

El Hermano Pedro-Jerónimo (José-Félix Serret Anglés) nació en Rafales (Teruel) el año 1904 y sufrió el martirio en Málaga el 27 de agosto de 1936, con 31 años. Era el más joven de los mártires maristas malagueños y apenas llevaba un año en el colegio Nuestra Señora de la Victoria. Se mostraba dócil al Espíritu y tenaz en sus decisiones.

Y el Hermano Roque (Abilio Villarreal Abaza) nació en Arazuri (Navarra) en 1885 y obtuvo la palma del martirio en Málaga el 18 de octubre de 1936, a los 51 años. Era muy valorado como educador y religioso. Organizó en el colegio la Obra de la Santa Infancia, despertando entre sus alumnos vocaciones sacerdotales y religiosas. Podemos ver sus rostros en el cuadro que hemos bendecido al inicio de esta celebración.

Todos ellos se encontraban en la plenitud de la vida. Eran hombres de gran experiencia y generosidad, dedicados a la enseñanza. Su estilo y misión era la educación integral, sobre la que tanto se habla hoy, basada en la entrega amorosa a los alumnos, como reza en su Guía de las Escuelas, basado en el proyecto fundacional de san Marcelino Champagnat: “Un maestro que no sabe amar a los niños es incapaz de educarlos. La educación es, sobre todo, la obra del corazón” (p. 112). Y en otro pasaje: “El espíritu de una escuela de Hermanos debe ser un espíritu de familia” (p. 137). ¡Qué dos grandes máximas para los educadores, incluidos los padres! La familia también debe propiciar un ambiente de fraternidad; y las obras educativas deben asemejarse a la familia y amar al educando; también los padres deben amar a sus hijos. 

Todos ellos habían dejado sus familias de origen para dedicarse a la misión que Dios les confiaba en la congregación religiosa. Procedentes de diversos lugares, como hemos visto, tuvieron en común tres cosas: la misión educativa desde la consagración religiosa; el lugar de trabajo de dicha misión: Málaga; y el final de su vida, ofrecido como holocausto a Dios. 

4. El evangelio de hoy nos presenta el encuentro de Jesús con el ciego de Jericó, que se encontraba sentado al borde del camino pidiendo limosna (cf. Mc 10, 46). Esta imagen del ciego revela marginalidad, exclusión y pobreza, quedando fuera de la vida religiosa por su enfermedad según la mentalidad de aquella época; su ceguera le mantenía en constante tiniebla interior y al margen de los demás.

Pero el ciego está atento y tiene una actitud de escucha; al oír que pasaba Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, ten piedad de mí» (Mc 10, 47). La escucha es condición necesaria para salir de la crisis, del hundimiento, de la marginalidad y para no perder la relación con Dios. Es todo un ejemplo de nuestra relación con Dios y con los demás. Podemos estar sentados al borde del camino, anquilosados y excluidos, hasta que pasa Jesús y nos devuelve la vida y la ilusión, cambiando el sentido de nuestra vida y de ciegos pasamos a ver la luz.

Siguiendo este ejemplo los Hermanos Maristas ayudaron a muchos ciegos en la fe, en la esperanza y en el amor, a acercarse a Jesús para encontrarse con él y seguirle; los Hermanos les animaron y les acompañaron para que tuvieran un encuentro directo y personal con Jesús y muchos descubrieron la luz de Cristo y la fe.

5. Y también acompañaron a mucha gente ignorante y sin instrucción a ver las cosas desde una nueva luz. La educación integral también forma parte de la iluminación que ofrece el Evangelio.

Muchos de los presentes habéis sido alumnos de los Hermanos Maristas y habéis recibido la instrucción de su competente preparación, de su vida, de su testimonio de fe. Hoy es momento de dar gracias, al que con gozo me uno. Hemos de ser agradecidos a quienes nos ayudaron a vivir, a comprender y profundizar en la fe; a quienes nos ayudaron a saber leer y escribir, superando la ignorancia, que es una forma de esclavitud.

Hoy es día de acción de gracias a los Beatos Mártires Maristas y también a toda la familia marista, que desde el año 1924 ha estado presente en Málaga, abriendo los ojos a los ciegos, oídos a los sordos y educando a generaciones.

6. Para los cristianos el ciego es modelo del creyente y de discípulo, que ante nada retrocede y que sigue a Jesús en su camino de muerte. Son necesarios en nuestro mundo testigos de la fe en Jesús en medio de las dificultades.
A pesar de que le increpaban que se callase, el ciego gritaba más fuerte (cf. Mc 10, 48). Por eso Jesús lo hizo llamar (cf. Mc 10, 49). Cuando se encontró ante Jesús le pidió que le diera la vista: «Rabbuni (Maestro), que pueda ver otra vez» (Mc 10, 51). Y al ser curado, el ciego siguió a Jesús.

El ciego recibe la luz, que orienta su vida. La dinámica de la fe es la esencia del discipulado, porque sólo la adhesión total y la comunión con el Maestro hacen posible su seguimiento. Jesús con el ciego adquiere un nuevo discípulo, que recibe el don de la vista y le sigue.

San Gregorio Magno nos recuerda quién es ciego de verdad: “Quien ignora el esplendor de la eterna luz, es ciego. Con todo, si ya cree en el Redentor, entonces ya está sentado a la vera del camino. Esto, sin embargo, no es suficiente” (Homil. in Ev. 2, 2.8). El Señor Jesús animó al ciego a salir de la cuneta y a seguirle como discípulo.

Los Hermanos Maristas que ofrecieron su vida como testimonio de la fe, fueron iluminados por esa misma fe y recibieron el premio de la bienaventuranza eterna.

La lápida conmemorativa, que bendeciremos al final de la Misa, es muestra de gratitud por la misión que los Hermanos Maristas mártires desarrollaron en nuestra ciudad y por su vida entregada en oblación al Señor.
Pedimos a la Santísima Virgen María que nos ayude a vivir la fe en Dios y a seguir como buenos discípulos a su Hijo, el Maestro por excelencia. Amén.

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