2014-07-28

Palabras del H. Provincial en la misa ?corpore in sepulto? del H. Jose Antonio Ruiz

Cartagena, 25 de julio de 2014 – Fallecido el 24 julio 2014

La sinfonía inacabada

class=imgshadowSeguramente todos hemos escuchado en alguna ocasión la sinfonía número 8 en si menor de Franz Schubert. Generalmente se la denomina “La inacabada o La inconclusa”, y paradojas de la vida pese a su forma mutilada, también se ha dicho de ella que es la “apoteosis del amor”.

¿A Schubert, el músico que estuvo más cerca de Dios, se preguntan algunos, le faltó la inspiración para acabarla? ¿O bien esta obra, “apoteosis del amor”, es una obra completa en su misma inconclusión? La mayoría de los expertos se inclinan por esta segunda teoría. Schubert la dejó inconclusa, y nadie ha osado terminarla. Más aún se ha afirmado que “nadie podrá nunca concluirla”.

Esta es la imagen, la metáfora que en primer lugar me vino a la cabeza en el momento de tener que escribir estas líneas ante el fallecimiento de nuestro hermano José Antonio. Cuando miro hacia delante veo que lo que queda por hacer es inmenso, que la presencia de José Antonio en el Distrito era, es fundamental, más aún, personalmente para mi irremplazable. Y sin embargo cuando miro hacia atrás y veo su trayectoria, su estilo y su entrega, escucho en su boca las hermosas palabras de San Pablo a su amigo y discípulo Timoteo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día…”

Debemos celebrar hoy la fidelidad del Señor para con José Antonio. Hoy más que ningún otro día debemos meditar aquellas palabras de Jesús cuando nos recuerda que no le hemos elegido nosotros a él, sino que ha sido él el que nos ha elegido a cada uno de nosotros.

Y sin embargo la fe en la resurrección, la esperanza en la promesa de que la muerte no tiene la última palabra, no pueden acallar completamente la pena y el dolor por el hermano y el amigo que se va. La fe fundamentalmente es salvación, no necesariamente consuelo, ilumina la oscuridad de la muerte, pero no resuelve todos sus interrogantes. Entre la una y el otro hay una frontera que para muchas personas resulta inaccesible.

Nos conocimos en el lejano 1962. Hemos comido mucha sal juntos, más de un saco, y más de dos. Hemos hablado mucho. Y sin embargo sigo sin entender por qué esta rapidez en irse, sin tiempo de despedirse ni siquiera de su madre África, por qué este temprano madrugar de la muerte, y yo, sintiendo todavía intensamente ese imperativo de la amistad que invocara Miguel Hernández:

“Que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero”.

África en el corazón

África acaba de perder a un hijo auténtico, cuando le sobran tantos hijos oportunistas. A un hijo que lo ha dado todo por ella, a pesar de que siempre se le manifestó tan impenetrable como irrepetible, y así lo entendió José Antonio, tanto más cuanto más tiempo pasaba en ella. Y el tiempo pasado en África ha sido la mayor parte de su vida. Desde el año 1974, hace ya cuarenta años, y prácticamente ininterrumpidamente, a excepción de algunos períodos cortos. La clave estuvo en que José Antonio llevaba África en su corazón, lo que en su caso no es un tópico.

Decir que llevaba África en el corazón significa que por encima de todo amaba a sus gentes y respetaba su cultura. Hizo realidad la actitud de Pablo ante los Corintios, adaptándose todo para todos con tal de ganar algunos para el Evangelio. Y fueron sus hermanos africanos los que con ocasión de la celebración de sus Bodas de Oro de profesión religiosa, en septiembre de 2012, escribieron lo siguiente:

“En el año 2000, cuando el Distrito Marista de Africa del Oeste nació, había necesidad de encontrar a alguien capaz de alimentarlo y liderarlo. Aunque era una “tierra desconocida” para él, el Hno. José Antonio aceptó ser el “cordero del sacrificio”. Y a pesar de los grandes retos que presentaba el futuro, supo decir sí a la voluntad de sus hermanos de ser el primer superior del distrito. Lleno de ánimo, desempeñó este servicio con amor y devoción, en una atmósfera de amistad y cariño. Nosotros, sus hermanos, no podemos por menos que estarle agradecidos.

No hay duda ninguna de que José Antonio es un hermano que ama al Distrito y a los hermanos. Acepta y quiere a los hermanos como son. Se adapta a todos y a todos da la oportunidad de crecer, de ahí que repita tan a menudo: “dad a ese hermano la responsabilidad, que aprenderá de sus errores.”

Un gran número de hermanos del Distrito tuvieron a José Antonio como formador en el Noviciado. También fue el acompañante de algunos cuando eran aspirantes en Costa de Marfil. Por eso, no es de extrañar que los hermanos del Distrito sientan una relación filial hacia el hermano José Antonio. No obstante, el cariño que los hermanos le tenemos es debido, sobre todo, a que él nos quiere con el corazón de una madre. Eleva la voz estilo militar cuando alguien hace algo “calamitoso” (“calamity things”), pero su enfado apenas dura un momento; eso, por supuesto, es lo que haría cualquier padre amoroso que reta a sus hijos a crecer y ser mejores.”

África ha sido la gran aventura y el gran amor de José Antonio. Allá se han quedado casi cuarenta años de su vida. Bien podrían resumirlos estas hermosas palabras de Dag Hammarskjöld:
“No elegimos la forma de nuestro destino, pero podemos darle su contenido. Quien busca la aventura, la encontrará a la medida de su valor. Quien busca el sacrificio, será sacrificado a la medida de su pureza.”

Profeta de fraternidad

“En dónde están los profetas 

que en otros tiempos nos dieron

las esperanzas y fuerzas 

para andar, para andar”.

Seguro que muchos de nosotros recordamos esta canción de los años 70 de Ricardo Cantalapiedra: “En dónde están los profetas / En las ciudades, en los campos/ entre nosotros están.”

Entre nosotros estaba. Se nos acaba de ir un profeta, un ciudadano del mundo, un hermano universal, un corazón sin fronteras, un profeta de fraternidad, en fin, un auténtico hijo de Champagnat, del Champagnat de horizontes amplios y ambiciosos abierto a todas las diócesis del mundo.

Mirando hacia atrás, parece como si todo encajara para hacer de José Antonio un hermano universal. Nacido en La Coruña. Criado y educado en Andalucía y Cataluña. Formado en Roma. Su apostolado ve desde el Levante Español, al oeste universitario de Salamanca, pasa por el noviciado de Sevilla, recalando finalmente en África, sobre todo en Costa de Marfil y en Ghana. Presumía, no sin cierta ironía, de ser de los pocos profesores maristas que ha explicado la Biblia en español, francés e inglés.

Incluso en sus trabajos, fue un todoterreno. Hizo de todo, de todo lo que hacía falta. Estando últimamente al frente de la administración del distrito entre números y hojas de cálculo, él, que enamorado de griegos y latines había abandonado, por no decir huido de las matemáticas.

Esa fraternidad universal fue su identidad más profunda, arraigada en la fraternidad del hermano mayor, Jesús de Nazaret, y en la ternura de nuestra Buena Madre. José Antonio ofrecía y testimoniaba fraternidad, pero también gozaba de una fina sensibilidad y gran capacidad para captarla en los demás, por encima de razas y culturas. José Antonio fue un testimonio adelantado en el tiempo y constante en intuir y responder a lo que fue la llamada fundamental del último y Vigésimo Primer Capítulo General: “¡Con María, salid deprisa a una nueva tierra!”

Para un hombre de esta humanidad y espiritualidad impresionante, son muchos los epitafios que podemos pensar. Si de mi dependiera pondría estos hermosos versos de José García Nieto:

“Gracias, Señor, por haberme dejado sin heridas en el alma y en el
cuerpo, por haberme dado la salida sin odio, por no tener
lista de enemigos, ni lugares donde llorar por el propio
desamparo…
Yo sé lo que es amor; de lo demás no sé”.

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A. Giménez de Bagüés, Provincial Mediterránea

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