2014-01-22

Para reflexionar tu vocación: Iñaki Ruiz, responsable vocacional de Ibérica

Maristas España –  http://www.maristas.es

class=imgshadowHe crecido en el seno de una familia religiosa. La influencia de un ambiente religioso, sobre todo por parte de mi madre, ha estado muy presente desde que era niño. De su boca recuerdo, al acostarnos, – ante una cruz que todavía guardo conmigo-, las primeras oraciones a la virgen y al niño Jesús velando por nuestra salud y nuestro crecimiento. Los domingos y los días de fiesta asistíamos a la misa de niños de nuestra parroquia y representábamos, junto con los demás niños de la catequesis, el evangelio del día. A los once años pase una hepatitis que me llevo a guardar reposo durante un mes y medio. Recuerdo que era un mes de diciembre y que pasamos (a mi hermana le detectaron lo mismo) las navidades en cama sin salir de casa. Durante este tiempo, que se nos hizo interminablemente largo, recibimos numerosas visitas de familiares, compañeros de clase, amigos del barrio, etc. De todas las visitas recuerdo de manera especial la de Nekane, nuestra catequista. Era una mujer cercana a los sesenta años que derrochaba una gran alegría y que nos quería con locura. Todas las semanas solía venir una tarde a nuestra casa, nos traía libros de cuentos y nos leía y comentaba un trocito del evangelio.

La recuerdo con mucho cariño. Muchas veces doy gracias a Dios porque con sus comentarios nos descubrió y nos dio a conocer a Jesús.

Con trece años, conocí al hermano Simeón, un hermano marista, que visitaba los colegios en busca de chicos y, después de un campamento de verano en el que me lo pase genial, ingresé en el seminario menor que los hermanos maristas tenían en Villafranca de Navarra, un pueblecito de la ribera cercano a Pamplona. El estudiar en una congregación religiosa era algo que mis padres contemplaban con buenos ojos, sobretodo mi madre, que había visto como dos de sus hermanos habían recibido una buena educación en los franciscanos de Aranzazu. 

En Villafranca estuve dos años, los correspondiente a 7º y 8º de EGB y fui muy feliz. Al final de estos dos años, animado por los hermanos que había conocido, decido ir al seminario mayor situado a las afueras de Logroño donde comienzo a cursar los estudios de bachillerato.

Fue un tiempo en el que crecí como persona en todos los sentidos: en los estudios, en el deporte, en la relación con Dios y con los demás. Un tiempo en el que conocí a otros hermanos que calaron muy hondo dentro de mi, por su manera de ser y de vivir, y que han supuesto mucho en mi vocación. Aquí conocí más en profundidad la vida y obra de Marcelino Champagnat, nuestro fundador. Con él y con los hermanos fui descubriendo a Jesús y María en la oración, en las fiestas marianas y en las eucaristías. Fue un tiempo que recuerdo con agrado – que mirado con el paso del tiempo ha ido teniendo un gran relevancia en mi historia – en el que hermanos con los que conviví me animaban a abrazar la vida marista, algo que por aquel entonces no me llegué a plantear en serio. Sentía que era algo reservado para personas santas y yo, sinceramente, aunque los admiraba mucho, no veía que pudiera llegar a ser como ellos: buenos hermanos maristas. Creía que Dios me llamaba a ser buena persona con los demás y vale. Con 17 años regrese a Vitoria y termine el bachillerato y el COU en un instituto. El cambio fue considerable, no tanto en los estudios y en formar nuevas amistades, que no tuve mayores problemas, sino en mi dimensión cristiana: viví una lejanía en mi relación con Dios.

El ambiente y el día a día me mostró un mundo de cosas y vivencias nuevas que hasta entonces no había explorado y que fueron ocupando mi tiempo e interés. Así pasé los primeros meses. Pasado un tiempo y tras una insistente invitación de mi grupo de amigos más cercano, entré a formar parte de “Gazteberri” (Nuevos jóvenes) un grupo de vida cristiana que se reunían en la parroquia de un barrio cercano al mío y que se preparaban para la confirmación. Es aquí donde a través de convivencias, pascuas, campos de trabajo y otras actividades de voluntariado, vuelvo a retomar mi relación con Jesús, donde desde la palabra y la reflexión empiezan a aflorar preguntas, inquietudes y donde empiezo a vivir un encuentro con Dios que toma mayor intensidad el año en el que recibo el sacramento de la confirmación. Recuerdo que en la parroquia se impartía una formación adicional sobre la vida de Jesús y el evangelio, para todos aquellos jóvenes que por diversos motivos no estaban en los grupos pero que también iban a confirmarse. Aun estando en Gazteberri tomé como compromiso personal el asistir a estas charlas y a través de ellas fui ahondando más en la persona de Jesús y a sentirlo muy cercano. Viví el día de la confirmación con una sensación extraña: de alegría por un lado y de falta de coherencia por otro. Sentí que me comprometía pero no de la manera que Dios quería para mí. Con esta sensación de fondo continué unos meses más hasta que finalmente toqué techo y me encontré inmerso en una fuerte crisis.

Los estudios de Trabajo Social y el contacto y encuentro con hermanos maristas que conocí en Villafranca y en Lardero me ayudaron a darme cuenta que mi vida estaba destinada al servicio a los demás, que Dios tenía un plan para mí y yo creyendo responder a su llamada iba trazando mi propio plan. Su llamada era bien distinta: “ven, déjalo todo y sígueme”. Es entonces cuando inicie un serio discernimiento con un hermano marista. Recuerdo que no lo pasé nada bien, que tenía mucho miedo y que me revelaba y me resistía a lo que Dios quería. Con el tiempo la resistencia se fue transformando en aceptación, gratitud y acogida a la voluntad de Dios. Una vez dado el paso de seguirle sentí una gran paz y serenidad. Muchas veces rememoro este pasaje de mi vida y doy gracias a Dios porque me sacó del abismo y porque, cada día, llena de sentido mi seguimiento a Jesús como hermano marista. Soy feliz y siento con fuerza que Dios me quiere como soy y allí donde estoy.

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