Maristas de Cuba celebram o Bicentenário do Instituto em Miami
A comunidade marista em Miami, que lembra a presença histórica marista em Cuba, celebrou o bicentenário do Instituto em 7 de outubro com uma missa presidida pelo bispo Emilio Aranguren Echevarría de Holguín (Cuba).
A celebração coincidiu com aniversário de 50 anos da fundação da Associação dos Antigos Alunos Maristas, em 1967.
“Damos graças a Deus pela presença do carisma marista na Igreja e quanto foi significativo e ainda significa para os cubanos, especialmente para aqueles que foram seus alunos e que, com sã alegria, nos identificamos com os seus antigos alunos”, disse o bispo durante sua homilia no dia de Nossa Senhora do Rosário.
“Imitamos Maria e Isabel no abraço aos antigos alunos maristas, integrando as gerações – tanto as que permanecem em Cuba como as que emigraram, todos quantos cresceram sob o mesmo carisma”, acrescentou.
Em torno de 300 pessoas participaram da missa celebrando o bicentenário, inclusive seis Irmãos maristas e 100 antigos alunos dos colégios maristas de Cuba.
Na Flórida, os Irmãos têm várias comunidades e dirigem a escola Christopher Columbus High School em Miami com 1.700 estudantes, todos do sexo masculino.
Os Maristas estão presentes em Miami desde a o início da emigração de cubanos aos Estados Unidos no ano 1961.
Abaixo se pode ler o texto completo da homilia do bispo.
HOMILÍA DE MONS. EMILIO ARANGUREN ECHEVERRÍA, OBISPO DE HOLGUIN (CUBA)
Lo lógico y acostumbrado al iniciar la homilía, es dirigirse a la asamblea litúrgica, diciéndoles “Hermanos”. En ocasiones, se añade: “Amigos”. Cuando comenté en el Obispado de Holguín que viajaba a Miami y que presidiría una Misa en La Ermita, la razón que expuse fue: “para celebrar con mis compañeros el 200º aniversario de la fundación de los Hermanos Maristas”.
Por eso, queridos hermanos y hermanas, amigos todos, compañeros Antiguos Alumnos Maristas:
Considero que el lugar escogido para esta celebración ha sido el mejor. A los pies de la imagen de la Virgen de la Caridad nos cobijamos todos los AA de los Colegios Maristas de Cuba: tanto los de La Víbora y El Cerro, como de cualquiera de los tres de Cienfuegos, de Santa Clara o Caibarién, así como de Ciego de Ávila, Camagüey u Holguín. Para nosotros, de acuerdo a lo que aprendimos en el Colegio, Ella es “la Buena Madre”, tal como la llamaba San Marcelino Champagnat.
Todos podemos hacer un ejercicio espiritual -ni sentimental, ni nostálgico- como enseña la dedicatoria de “El Pequeño Príncipe (1)”: “Todas las personas grandes han sido niño antes”. Estamos en esta Ermita, unidos bajo la mirada de la Buena Madre, no con uniforme de camisa azul, corbata blanca y pantalón beige, sino como hombres adultos, con años acumulados (no puede haber ningún AA de Cuba con menos de 64 años) y con la misma confianza -o aún mayor- que cuando -siendo niños o jóvenes- le ofrecíamos la flor a la Virgen, durante todo el Mes de Mayo. Hoy, desde lo profundo del corazón, podemos repetir el verso del canto que entonces entonábamos: “¡con cuánto amor y anhelo, Señora, tú lo ves!”
Continuemos haciendo el ejercicio, pero ahora con la ayuda del texto evangélico que ha sido proclamado. La joven María ha recibido un anuncio importante, ella -en su juventud- ha correspondido al mensajero, “y a toda prisa salió para ir a la montaña”. Cuando llega presurosa, su prima Isabel -ya mayor- sale a su encuentro y realizan tres acciones: se abrazan, miran a lo Alto y alaban a Dios.
¡Qué hermosa enseñanza para pensar, orar e imitar! Se encuentran dos generaciones; una con la ilusión del futuro y la otra, con la experiencia acumulada del pasado. No discuten, no empiezan a señalarse actitudes tenidas o dejadas de tener, sino que se encuentran; seguramente se miraron entre sí, pero con inmediatez levantaron la mirada a Dios y, por eso, brotó el reconocimiento, la bendición y el cántico de alabanza. De modo que aquel saludo que se intercambiaron es lo que repetimos cada vez que rezamos el Ave María aprendido de los labios de quienes nos querían y sabían que, al rezarlo, siempre estaríamos cobijados y bendecidos por su mirada maternal. Dice el refrán: “Lo que bien se aprende, nunca se olvida”.
Queridos todos, los que no han tenido esta experiencia, están en el mundo de hoy “buscando y pidiendo señales”, como sucedió en el Antiguo Testamento, hasta que el profeta les dijo: “No cansen más a Dios, porque el Señor les dará una señal”. Eso sucede hoy a cuantos navegan en internet, se intercambian mensajes, escuchan análisis, hacen valoraciones buscando una señal que marque el presente y el futuro, y por eso, la Palabra de Dios actualiza la voz del profeta: “Una es la señal, la única, el Enmanuel, Jesús, el hijo de María, la joven Virgen. ¡Esa es la señal! No hay otra”. Cuando se buscan otras señales brota la confusión, la niebla opaca la luz, porque todo el futuro se pone en manos de sabios y poderosos que, al final, dejan un vacío, un sentimiento de frustración e incertidumbre y se acude a otras fuentes o evasivas que provocan que la humanidad no esté haciendo un viaje de ida en la esperanza, sino de regreso, en el lamento, la discusión y la incertidumbre, tal como sucedió a los caminantes de Emaús, que habían puesto su esperanza en promesas humanas y no en la señal de aquel que les salió al camino ya resucitado, como Señor de la Historia.
Por eso, queridos Hermanos Maristas aquí presentes (varios cubanos) y queridos Antiguos Alumnos, volvamos a nuestra niñez y juventud, sintámonos sentados en los pupitres de nuestras aulas, miremos al frente y recordemos al Hno. …, con sotana negra, el cíngulo atado a la cintura, “el rabat” (‘baberito’) en el cuello, el crucifijo sobre el pecho y la chasca en la mano. Ese Hermano escribía en la pizarra: V (uve), J (jota), M (eme), J (jota) ¡Viva Jesús, María y José! Todos nosotros crecimos, no solo bajo el cuidado de la Sagrada Familia, sino teniendo a la Sagrada Familia como modelo de lo que nosotros, como hombres, estábamos llamados a construir.
Recordemos “el boletín” que nos entregaban los lunes con las calificaciones de la semana anterior. Muchos de nosotros aún los guardamos. Para el “Cuadro de Honor” mensual importaba mucho la calificación y el puesto obtenido en la semana. Detrás estaba la formación a la responsabilidad que, al concluir el curso se convertía en premio, cuando lográbamos los “cuatro ceros”: cero falta de asistencia, cero falta de puntualidad, cero lección no sabida y cero tarea no hecha.
Y, pasados los años, nos preguntamos: ¿por qué tanto deporte (pelota, balompié, frontón, cajón sueco, etc.) y la insistencia en los equipos (tanto en el aula como en el colegio), la banda de música, los fields days (tablas gimnásticas)? Es bueno que recordemos que, en el Colegio, no todo era rezar el Rosario, o estudiar la Historia Sagrada, o ser de la Cruzada Eucarística o de la Juventud de Acción Católica. Aún recuerdo cómo los de bachillerato veían en el aula los juegos de la Serie Mundial de las Grandes Ligas. Todo eso -integrado como programa pedagógico-, queridos compañeros del colegio, fue lo que marcó en nosotros el sentido de pertenencia, la identidad marista que, a su vez, favorece hoy nuestro sentido eclesial e identidad cristiana en medio del mundo en el que vivimos.
Aporto un dato. En Cuba somos 11 los obispos que tenemos la responsabilidad del pastoreo de una diócesis -hay seis obispos que ya son eméritos-, pues, 3 de los 11 (27,3%), somos Antiguos Alumnos Maristas: Mons. Manolo de Céspedes, Obispo de Matanzas, AA de La Víbora: Mons. Álvaro Beyra, AA de Camagüey, y un servidor, AA de Santa Clara, y los tres lo fuimos, junto con nuestros hermanos. También -allá y aquí- hay un buen número de sacerdotes AA (no sólo cubanos, sino miamenses, puertorriqueños, centroamericanos) y, por supuesto, hay un muy buen laicado que ha sabido llevar adelante su vocación específica en el ámbito de la sociedad, tanto en sus familias como en el campo de su profesión o empresa, ya que ese es el lugar propio para vivir su vocación como bautizados.
Queridos AA, humildemente debemos reconocer “que el Colegio nos marcó”. La razón de esa marca es lo que hoy celebramos y agradecemos. Lo que, en la vida humana conocemos por ADN -lo que se transmite genéticamente-, dentro de la vida cristiana -y propiamente eclesial-, lo llamamos “carisma”. La diferencia de carismas no la establece el ser humano, sino que proviene del mismo Espíritu de Dios. En nuestro caso, cuando infundió en el P. Marcelino Champagnat, sacerdote francés, una sensibilidad especial para acompañar y educar a los niños, adolescentes y jóvenes necesitados de orientación ante la vida, estaba haciendo brotar un carisma, una identidad, un estilo de vivir la fe en Jesucristo y ser capaces de asumir la vivencia de esta vocación; es a lo que hoy llamamos “ser discípulos misioneros”.
El 2 de enero de 1817 -hace 200 años- el hoy San Marcelino Champagnat, motivado por la amistad con varios compañeros que habían sido ordenados sacerdotes el año anterior, fundó en La Valla (cerca de Lyon) los Hermanitos de María. Para esto contó con la disposición de dos jóvenes, a quien él mismo inició en la formación cristiana y pedagógica, aunque posteriormente -ya en la práctica- solicitó a un maestro que colaborada en el mejoramiento de los primeros Hermanos.
Junto a 1817, hoy recordamos el año 1903, cuando los primeros Hermanos venidos de Francia fundaron en Cienfuegos y, de esa forma, trajeron el polen del carisma Marista a nuestra querida Isla. Abruptamente esta presencia se dispersó en 1961, al ser nacionalizado todo el sistema educativo, hasta que, en el 2001, dos Hermanos mexicanos, un salvadoreño y un cubano, volviesen nuevamente a Cienfuegos y, posteriormente, a La Habana (y esperamos una tercera comunidad en Holguín) para animar a los catequistas, a los asesores y animadores de la pastoral juvenil, favorecer y orientar las misiones en barrios que carecen de templo, ya que han crecido-alolargodecasi60años-lejosdelcentro de los pueblos y ciudades donde están concentrados los templos.
Actualmente el 22º Capítulo General sesiona cerca de Medellín, Colombia, y los Hermanos han elegido al Hno. Ernesto Sánchez como nuevo Superior General, y al Hno. Luis Carlos Gutiérrez, como Vicario General. El primero es mexicano, y el segundo, aunque español de nacimiento, su apostolado lo ha realizado en Centroamérica y Puerto Rico. El lema que los anima es: “Un nuevo La Valla”.
Demos gracias a Dios por la presencia del carisma Marista en la Iglesia y cuanto ha significado y significa entre los cubanos, especialmente en aquellos que fuimos sus alumnos y que, con sano regocijo, nos identificamos como sus Antiguos Alumnos.
Recemos por los Hermanos y por los Antiguos Alumnos ya fallecidos. Que la semilla caída en tierra, como dice la canción, “al llegar el tiempo oportuno, de cien granos por uno en tiempos de primavera”.
Hoy, queridos todos, imitemos a María e Isabel en el abrazo de los Antiguos Alumnos Maristas, integrando las generaciones -tanto las que permanecen en Cuba como los que han emigrado, así con cuantos han crecido bajo el mismo carisma- y uniendo los colegios en cuyas aulas estudiamos, miremos a lo Alto y alabemos a nuestro Dios “porque ha hecho grandes cosas en favor de nosotros”, y así queremos reconocerlo en esta Santa Eucaristía.