2016-11-25

Contigo Mujer – Desde Tabatinga, H. Iñigo García

Nunca se entra por la violencia dentro de un corazón (Winston Churchill)

El 25 de noviembre de cada año, se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su resolución 54/134 el 17 de diciembre de 1999.

En este 25 de noviembre nos recordamos nuevamente y tristemente la convocatoria a sumar nuestra más profunda repulsa en contra de la violencia, principal y abusivamente, hacia la mujer. Un flagelo que va en aumento, pero al cual no podemos ser indiferentes ni tibios en la defensa de la vida, exigiendo el derecho a ser respetadas. La vida sigue siendo amenazada en el rostro de las mujeres.

Como medida de protesta, y para que nuestras voces sean escuchadas (pues yo también me sumo a tu voz, a tu denuncia, a tu grito) se realizan a través del mundo diferentes marchas exigiendo que se endurezcan las leyes en contra del feminicidio y que se les brinde protección a las mujeres e hijos que están en riesgo de padecerlo. “Ni una menos” es el lema de las marchas.

En estas tierras de la Amazonía, también resuenan relatos de vulneración en que se invisibiliza a las víctimas-protagonistas, porque no cuentan, porque además de ser mujeres, son indígenas (o viceversa). En esta ocasión, los relatos los posponemos (pues la crónica de cada día tiene consignados párrafos en rojo[1]), y nos acercamos de puntillas al espejo de la mujer indígena.

 

“Saludamos a la mujer indígena del campo

que cuida y protege las semillas

por una alimentación nutritiva, sana y libre de agrotóxicos

que dañan la salud de las personas y la biodiversidad.

Saludamos a la mujer de la ciudad y del campo

que juntas luchan por un proyecto social que sea humano e incluyente.

A la mujer estudiante, la mujer trabajadora, la mujer dirigente,

la mujer rebelde y dulcemente revolucionaria,

a las mujeres indígenas en de la pesca,

a las mujeres temporeras, las productoras,

a las jóvenes y las que llevan primaveras acumuladas.

A las sanadoras, que con su arte de medicina natural

tocan el corazón de nuestras dolencias y males

para hacerlas ir a encontrar su sitio en la naturaleza.”

Dicen las Anamuris

(Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indigenas, Chile)

Algunos rasgos culturales que podemos releer e incorporar a nuestra comprensión afectiva (puedes tratar de leerlos sin la acepción indígena, o asumiendo que cada uno de nosotros somos expresión indígena):

Al interior de la cultura indígena la mujer es comparada con la PACHAMAMA, con la Madre Tierra, que es pródiga, fecunda, generosa, dadivosa, que da sin medida y es sinónimo de fertilidad.

Salve Pachamama – mujer que en tu vientre amoroso nos recibes, acoges y mantienes a todos sin distinción.

Emulando a la Pachamama, la mujer, siente que es don y maternidad concebida como protección, cuidado y amor no solo a los suyos sino a todos los seres vivos existentes en la naturaleza.

Ella busca la complementación con el varón (con su pareja) en actividades cotidianas y en las luchas de defensa de su heredad y sus derechos; así, es normal encontrarla en la primera fila, encabezando las movilizaciones y levantamientos reivindicativos.

Reconocemos a la mujer indígena generosa y abierta que siente que “cuando hay, para todos hay”.

Mujer tierra, mujer india, es símbolo y artífice de la resistencia cultural, que se yergue indómita frente a las dificultades problemas, sufrimientos, limitaciones y agresiones; que no se doblega frente a las discriminaciones y exclusiones y que con tenacidad defiende su identidad y valores.

Las mujeres indígenas son oprimidas y excluidas por ser pobres, por ser mujeres y por ser indígenas. Es necesario ver esta triple condición como producto de un proceso histórico-cultural. Las mujeres indígenas a través de los años reproducen esta condición subordinada de indígenas pobres, transmitiendo de generación en generación esta característica como una más de su ser mujer. La subordinación de género determina la forma de existencia en todos los ámbitos de su vida: en la familia, con la pareja, con los hijos e hijas, con la comunidad, con las autoridades, que imponen socialmente este modelo, además de controlar su cumplimento y exigibilidad.

Las mujeres indígenas de los distintos países se diferencias entre sí por sus niveles de liderazgo, su trayectoria organizativa, su acceso o no a la formación, sus vivencias personales y, porque no, en las separaciones fronterizas que han dividido a más de un pueblo. Pero más allá de las fronteras territoriales, las mujeres comparten una lucha colectiva, aquella dada por sus pueblos y organizaciones indígenas, una lucha por la supervivencia y por el reconocimiento pleno de sus derechos, derechos que les da el ser originarios y originarias de estas tierras indígenas y junto a ellos, las demandas de las mujeres se comienzan a oír en foros y encuentros: mayor participación, respeto a su palabra, a su dignidad.

Miles de mujeres indígenas que no tenían un espacio para expresar su palabra y su sentir de mujer, ahora es posible, gracias a la lucha cotidiana que las mujeres han dado en sus organizaciones y a las mujeres no indígenas, quienes creen en procesos colectivos y en la búsqueda de alianzas en las que se entrelacen distintos aprendizajes, rostros y experiencias.

Las mujeres indígenas han comenzado a ser respetadas como líderes, que buscan no sólo la justicia y respeto a sus pueblos y a sus formas de vida, sino que además están en proceso de cuestionamiento a la discriminación y exclusión que han vivido por ser mujeres en sus pueblos y de la que en sus comunidades no han estado exentas.

Mujeres que a punta de fusil han tenido que abandonar sus territorios, que han visto morir a sus hijos y esposos; mujeres que a pesar de las tristezas y del dolor de madre, de esposa, de hija reclaman, exigen justicia; mujeres que a pesar de la violencia en sus territorios y de la ofensa a sus sitios sagrados siguen caminando con la fortaleza que da la esperanza de un país con la paz que se merece. Estas mujeres comienzan a aparecer en el escenario público y político como actoras políticas válidas, mujeres que han tenido que enfrentar los obstáculos para llegar a donde están: exclusión, descalificación, por ello la lucha de las mujeres indígenas no es gratuito, es un proceso constante de negociación de poderes.

Podemos decir, entonces, que las mujeres indígenas no sólo se perfilan como nuevos sujetos sociales sino como mujeres con voces y liderazgos fuertes, con nuevas miradas sobre el mundo, en donde la voz de la mujer sea respetada y escuchada.

Precisamos cambiar las costumbres cuando afectan la dignidad de las mujeres. Hoy es un día de celebración por tantas vidas que nos han precedido, por las vidas que nos han dado la vida, por las vidas arrebatadas pero hoy ensalzadas con profundo respeto y dignidad.

La violencia contra la mujer en todas sus formas es una violación de los derechos humanos (Michelle Bachelet)

Ruah, aliento del Dios-de-la-Vida en nosotras y en nuestras vidas,

sigue moviéndonos bajo tu viento aquí-allí, entonces-ahora

en esta Tierra, también Madre y Casa Común de todas.

 

Agradecido, con corazón de madre

(Obrigado, com coração de mãe)

Iñigo García (IO)



[1]Brasil, que tiene una ley específica para penalizar el feminicidio y otra para condenar las agresiones de género, tiene una tasa de 4,8 homicidios por cada 100.000 mujeres, la quinta mayor del mundo según datos de la Organización Mundial de la Salud. Los números de 2013 (últimos datos objeto de estudio) revelan que 4.762 mujeres murieron asesinadas. La mayoría de los homicidios de (50,3%) fueron cometidos por familiares de la víctima y un 33% por su compañero o excompañero. Los datos más recientes sobre violaciones sexuales revelaron 45.460 casos en 2015, una reducción del 10% respecto a 2014, que no necesariamente significa una caída de los abusos sino que puede implicar menos denuncias. En números absolutos, São Paulo y Río de Janeiro lideran las estadísticas, pero son los Estados del interior los que alcanzan tasas de hasta 60 violaciones por cada 100.000 habitantes. (El País, edición 24 noviembre 2016)

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