Virtudes del H. Francisco

La prudencia

Pensamiento del H. Francisco

Admiremos la bondadosa conducta de la Divina Providencia:
lo que nosotros consideramos males y desgracias,
se convierten para nosotros en fuentes de abundantes gracias y bendiciones.
Si Dios nos aflige con una mano, 
con la otra nos acaricia:
nos envuelve con su misericordia 
y con toda su protección paternal, 
cuando nos echamos con confianza en sus brazos 
y nos entregamos a él completamente y para siempre.

Sus consejos permitían que todo el mundo se pusiera de acuerdo en la caridad…

Oración del H. Francisco, Superior

Dios mío, haz, con tu gracia,
que llegue a ser un H. Superior según tu corazón:
aplicado a todos mis deberes,
solamente ocupado de mi cargo…
no mirando sino a ti, no buscando sino a ti,
no esperando sino en ti, no temiendo sino a ti.

Dame cooperadores celosos,
envíame buenos obreros para tu viña, para tu cosecha.
Otórgame el discernimiento para escogerlos,
la piedad para formarlos,
la sabiduría para emplearlos,
la vigilancia y la bondad para gobernarlos.

Bendecidlos, conservadlos, santificadlos;
haz que sean hombres según tu corazón,
llenos de tu espíritu
y siempre aplicados a su apostolado. 
(H. Francisco: 60 años de historia marista, p-70 ed. Fr.)

LA PRUDENCIA EN LA VIDA DEL H. FRANCISCO

Estamos haciendo una experiencia con el H. Francisco. Las páginas precedentes nos presentaron su fe, su esperanza y su caridad. … Dejémonos sorprender al descubrir las virtudes de prudencia, justicia, fortaleza y templanza. El cuadro puede ser clásico, pero los descubrimientos serán hermosos.

La lectura de los testimonios sobre la prudencia cristiana del H. Francisco, revelan una virtud con muchos matices, una conjugación de fuerzas y cualidades humanas y espirituales, mucho más ricas de lo que se pudiera pensar.

Según los testigos, esta virtud nace de la intimidad con Dios, de la apertura a la sabiduría del Espíritu: “esta prudencia era sobrenatural y fundada en la oración … El H. Francisco no emprendía nada sin haber antes reflexionado, sin haber orado mucho y pedido que se orase. Yo he sido testigo de esta conducta … Recomendaba a Dios, examinaba cuidadosamente, consultaba, tomaba su tiempo y no se precipitaba ni se dejaba ir por la pasión ciega, la obstinación o la vanidad … No Hablaba sin haber pedido la luz del Señor … El buen Dios era su gran consejero”.

Esta virtud es también la escucha de los otros, apertura a todo consejo que pueda dar luz a una situación, a un problema, a una decisión: “ El H. Francisco me parecía un hombre de reflexión, ponderado. Tomaba consejo de las personas sabias”. “ Le gustaba pedir consejo al P. Colin, después de los obispos, de los asistentes … No despreciaba ningún medio humano, pero después se encomendaba a Dios y recurría a los medios sobrenaturales y divinos”.

La prudencia y la sabiduría se dan la mano. Prudente, el H. Francisco era un hombre a quien se acudía voluntariamente para pedir consejo: “Tenía una gran sabiduría y una prudencia sobrenaturales; muchas personas le consultaban. Los directores de los pensionados, aún de los más importantes, venían de vez en cuando al Hermitage para poner sus dificultades al juicio del H. Francisco. He oído muchas veces a los hermanos felicitarse de los sabios consejos que habían recibido. … Cuando se estaba en alguna obra, uno se complacía al recibir sus consejos, lo que permitía que todos estuvieran de acuerdo en la caridad… Salíamos de su habitación animados a seguir sus consejos…. Cuando se le consultaba, nunca respondía enseguida; si el asunto era grave, él esperaba, oraba y reflexionaba. Cuando era necesario, consultaba y después daba una solución justa… Nunca oí decir que el H. Francisco hubiese faltado de prudencia, por el contrario, sé que muchas veces ha retenido y moderado a ciertos hermanos muy imprudentes y temerarios”.

Hay como una acuerdo entre la prudencia y la sinceridad: “Era la misma sinceridad, nunca usaba el disimulo … la franqueza le ponía al abrigo del disimulo”.

La prudencia se convierte en un clima de vida. Algunos testigos atribuyen a la prudencia los éxitos que el H. Francisco conoció durante su vida.: “la prudencia del H. Francisco ha sido probada por el éxito en las grandes y difíciles obras que emprendió y llevó a buen fin. Por ejemplo: la unión con los hermanos de Viviers y de Saint Paul y, de una manera general, el gobierno del Instituto”.
(Fuente: Positio super virtutibus: Informatio, p 60-64)


Justicia


Pensamiento del H. Francisco

¡Qué ceguera y qué tremenda locura 
la de pasar toda la vida hilando con la mayor seriedad del mundo
y con toda la aplicación de su espíritu,
telas de araña
que la muerte barrerá en medio segundo!
(H. Francisco: 60 años de historia marista, p. 155 ed. Fr.)
Oración del H. Francisco

Divino Corazón de Jesús,
concededme el compartir para amaros 
siempre, y siempre más.
Recibid, oh Sagrado Corazón,
todos mis pensamientos, mis deseos,
mi libertad, mi memoria, mi voluntad,
mis acciones y mi vida.
Recibid mis sufrimientos y mis penas. 
Me entrego todo a vos para siempre. 
Señor,
todos los instantes de mi vida son tuyos;
todas mis acciones son tuyas.
Haz que las termine, por tu gracia,
únicamente con el fin de agradaros
y de serviros.
(Cuaderno de notas, Summ. P. 555 ed. Fr.)

La justicia

Como virtud cristiana, la justicia no tiene nada que ver con los asuntos de los tribunales. Consiste en el sentido que se da a Dios el culto y la gratitud que se le debe, que conoce y profesa su obra, y, al mismo tiempo, es un profundo respeto hacia los demás, hacia sus derechos, su autoridad y su trabajo.

Es hacia esta comprensión que se dirigen los testimonios sobre la justicia: “ Recuerdo que el H. Francisco era muy diligente en todos sus deberes hacia Dios, dirigiendo a él todos sus afectos, rindiendo a los santos el culto que les es debido… Es necesario hablar de las bendiciones extraordinarias concedidas por Dios a su Instituto, y de llevar a los hermanos a reconocer todos los favores recibidos de Dios … En sus instrucciones hablaba muchas veces de la acción de gracias: “Queridos hermanos, el bien se hace, demos gracias a Dios … ¡Ah! No cesemos de darle gracias …En sus cuadernos habla muy a menudo de la gratitud a Dios y a María … Creo que el H. Francisco ha dado a cada uno lo que le era debido, según su conciencia, que era un poco timorata. A Dios era la adoración, su amor; a los santos, el culto que se les debe, según las reglas litúrgicas, de las cuales nunca se alejaba”.

Ese sentido de la justicia también se reflejaba en las personas que estaban en su entorno: sus colaboradores más cercanos. “Este digno superior respetaba y hacía respetar la autoridad de cada persona. Le he escuchado hablar del reconocimiento que debemos al papa, que le había recibido con cariño en Roma … Y ¿qué respeto no tenía hacia los sacerdotes, los obispos y todas las autoridades eclesiásticas? Su corazón desbordaba en gratitud al regreso de su viaje a Roma para pedir a Nuestro Santo Padre, el Papa Pío IX, la aprobación de las reglas del Instituto….”

El respeto y la gratitud, como matices de la justicia, se acompañaban naturalmente del amor: “nunca criticaba a sus sucesores …Un padre de familia no podría tener tanto apego, tanto amor sincero por su congregación”. Una señora a quien había pedido trabajo, dice: “Recuerdo que el H. Francisco era muy justo. Habiéndome pedido algunos trabajos de aguja, vino a arreglar las condiciones con mis padres y siempre fue muy justo con los pagos, y muy delicado”. La experiencia de otra señora es parecida: “…Mi marido, que era comerciante de paños, me lo dijo muchas veces. El H. Francisco era siempre muy justo, muy delicado, muy afable; en las compras que hacía nunca regateaba, quería que se tuviese una ganancia legítima”. Otros testimonian: “El siervo de Dios era muy agradecido por los favores recibidos. Puedo citar su gratitud especial a la señora de la Granville … Tenía mucho cuidado en respetar los derechos del prójimo, muy agradecido cuando se le hacía algún servicio… Las novenas se sucedían a favor de los bienhechores… En el óbito de un bienhechor, hacía que se recitara el oficio de los difuntos…Rezaba muy a menudo por sus padre y les quería mucho”.

La justicia cristiana es un estilo de vida donde el sentido, el respeto de Dios y de los otros y la gratitud, producen el comportamiento del justo y ofrece a Dios, a los santos y a los hombres, una especie de presencia y de promoción humana”.
(Fuente: Positio super virtutibus: Informatio, p 64-68)



TEÓLOGOS E HISTORIADORES

Antes de que la causa sea examinada por la diócesis donde falleció el siervo de Dios, se pide a los teólogos y a los historiadores que examinen los escritos del siervo de Dios.

Se escogen dos teólogos de común acuerdo entre el autor de la causa y el obispo que debe abrir el proceso en su diócesis. Se somete a esos dos teólogos los escritos públicos primero y, más tarde, los privados: cartas, artículos, conferencias, notas del siervo de Dios.

Los teólogos tienen un doble papel:
1- Verificar la conformidad de los escritos con la fe de la Iglesia.
2- Hacer un bosquejo del retrato espiritual del siervo de Dios tal como se deduce de sus escritos. Ese retrato puede ser sumamente útil y rico.

También se confían los escritos públicos y privados a dos historiadores con una doble finalidad:
1- Deben garantizar la autenticidad de esos documentos.
2- Sobre todo, deben describir la personalidad humana que se deduce de esos escritos.

El trabajo de los teólogos y de los historiadores se incorpora a la totalidad del dossier de la causa. Su opinión ayudará en el proceso diocesano donde se llama a testimoniar a los amigos que vivieron con el siervo de Dios.


Templanza

Pensamiento del H. Francisco

Actuar por amor 
y no por temor.
El temor es como la helada
que endurece, encoge, embota, destruye.
El amor es como el calor
que dilata, ablanda, regocija, anima.
(H. Francisco: 60 años de historia marista, p. 201 Ed. Fr.)

Pensad en Jesús a menudo,
pensad también en María,
madre de Jesús y nuestra madre;
estaba al pie de la cruz,
sufría con Jesús,
y es allí donde llegamos a ser sus hijos,
ya que Jesús nos la ha dado como madre.
Nuestra Señora de los Dolores,
Nuestra Señora de la Piedad,
Nuestra Señora de la Compasión.
Somos los hijos de su dolor,
los miembros sufrientes de Jesús,
su Divino Hijo,
que sufre en nosotros y otorga el premio a nuestros sufrimientos.
Por tanto, somos, en este estado,
muy queridos del corazón maternal de María.
Ella nos ama,
ella nos asiste
como una madre llena de ternura y,
si no nos libera pronto de nuestras penas,
es que ella sabe lo mucho que los sufrimientos 
nos son ventajosos.
(H. Francisco: 60 años de historia marista, p. 342, Ed. Fr.)

La templanza

La templanza es la expresión del dominio que uno tiene de sí mismo, es uno de los dones del Espíritu. Y este dominio se expresa sobre todo en el cuerpo, por la frugalidad, por la moderación que pone freno a la codicia natural.

“El siervo de Dios tenía entre los hermanos una gran reputación de templanza y de mortificación en las comidas. No sabía lo que era una buena comida. No se preocupaba de la calidad de la comida que se le servía… Bebía solamente agua con un poco de vino, y con preferencia el agua del Gier. Era, decía él, el mejor de los vinos… Durante algún tiempo yo estuve cerca de su mesa en el comedor. Se hacía servir como el resto de la comunidad, como los novicios, excepto un vaso de agua del Gier, que él tomaba regularmente después de cada comida. Era su café, decía alegremente… Nunca quiso nada de especial, ni durante su enfermedad … Un día, en una casa donde era recibido como Superior, se le sirvió más de lo que permitía la regla. Con un ademán amable hizo que se devolviera lo que era demás… Se cuenta que alguien había llevado a su mesa algunas truchas del Gier disimuladas en una tortilla, para que fueran aceptadas. Hizo que se enviara el plato a los enfermos, diciendo que no había para todos”.

La templanza va más allá de la frugalidad: “Sabía dominar su cuerpo con la mortificación, era perfectamente maestro de sus sentidos, especialmente de sus ojos… tenía un aspecto modesto … era siempre tranquilo y moderado en su lenguaje…”. Varios testigos hablan de que se daba disciplina y que llevaba sobre su cuerpo un gran cinturón de hierro, con ganchos afilados. Sin embargo, añaden: “Nos prohibía hacer penitencias extraordinarias sin su permiso”. Uno de sus sobrinos nos comenta que llevar el cilicio era una costumbre de familla. Su madre, hermana del H. Francisco, lo llevaba antes de casarse…”. 
(Fuente; Positio super virtutibus: Informatio, p 68-73).


Fortaleza

Pensamiento del H. Francisco

Cuando nos recreamos, es necesario recrearse bien.
Os recomiendo mucho este artículo,
es más importante de lo que podemos figurarnos. 
Y no es sin razón que se ha puesto entre nuestros medios de perfección.
Por tanto, haced lo posible para que las recreaciones 
sean agradables a vuestros hermanos.
No os metáis en agobios por vuestros alumnos.
Necesitáis vuestros recreos.
Es mejor que los alumnos aprendan menos
y que se vinculen a los hermanos y que les amen,
a que protesten y encuentren que los hermanos
les tratan duramente para hacerles trabajar.
(H. Francisco: 60 años de historia Marista, p. 222 Ed. Fr.)

Es del corazón de María
que, por la sangre,
vivifica la de Jesús; 
y es del corazón de Jesús
que, por la gracia,
santifica el de María.

(H Francisco: 60 años de historia marista, p. 341, Ed. Fr.)

Fortaleza

Esta virtud nos lleva a vivir la propia vida cristiana con energía. Es un aspecto del amor a Dios y al prójimo que hace que nos demos con integridad, constancia, paciencia. Esta fuerza está hecha de serenidad, del dominio de uno mismo, de apertura a la voluntad de Dios y, al mismo tiempo, mantiene una dulzura humana que nos permite una verdadera comunión con los que sufren.

“Vi una vez al capellán durante un recreo, preguntarle si estaba cansado. El H. Francisco respondió: ‘Oh, uno nunca se cansa cuando hace la obra de Dios’. Sé que cuando el H. Francisco se despidió, nos dijo que haría todo lo que pudiera por su Instituto … A pesar de sus enfermedades, practicaba la regla, y yo veo en eso una prueba de su energía. Cuando sus fuerzas físicas habían disminuido, la fuerza moral le permitía hacerse violencia para trabajar todavía. Pero donde brillaba su fuerza de alma, era en la energía constante en practicar la regla y en exigirla a los hermanos. Nunca le vi desanimado, sino siempre enérgico; sabía cómo animar a los demás. Lo que es sorprendente es que, con una salud tan débil, pudo hacer tanto trabajo… Aunque sufría, pues estaba enfermo, nunca se le oyó quejarse de su mal y pocas veces se le veía tomar medicinas. Llevaba sus sufrimientos con paciencia y resignación a la voluntad de Dios”. El capellán del Hermitage dice: “¡Era tan paciente durante su enfermedad!; jamás me dijo una palabra de queja. Decía: ‘ ¡Sufro lo que quiere el Buen Dios!’ . Se disculpaba porque causaba molestias a los otros. ‘Os causo tantas molestias’ . Un novicio nos dice: “Veo aún a ese buen anciano, con el aspecto calmado y alegre, con la cara siempre sonriente, con la palabra dulce y persuasiva, …Cierto, se veía que su conciencia estaba tranquila, a pesar de que sus sufrimientos eran grandes: tenía una parte del cuerpo paralizada y, además, llevaba un horroroso cilicio; nada de esto alteraba la serenidad de su alma. Era normal que dijéramos entre nosotros, los novicios: ‘El H. Francisco es un santo’. Aunque él sufría, nunca se quejaba, pero mostraba una gran compasión por los sufrimientos de los demás. Se diría que sufría él mismo los sufrimientos de los otros’. Otro hermano lo veía de esta manera: “El siervo de Dios nunca careció de fuerza cristiana ni de paciencia en sus varias pruebas, enfermedades, dificultades, tribulaciones. Nos daba a todos la impresión de una perfecta posesión de sí mismo por su porte exterior, constantemente digno y enérgico… Creo que el H. Francisco siempre ha sido enérgico. Por ejemplo: a la muerte del Padre Champagnat, cuando todos se desanimaban. Los ejemplos de los santos le daban fuerzas”.

Esta fuerza no se obtiene sin esfuerzo: “El H. Francisco se esforzaba para mantenerse calmado. Su temperamento nervioso le llevaba a excitarse, a hacer reprimendas cuando veía alguna infracción de la regla, pero se dominaba … Permanecía impasible ante las contrariedades, aunque su temperamento era sensible … Daba reprimendas cuando era necesario, pero lo hacía siempre con dulzura y nunca culpaba a los hombres.
(Fuente: Positio super virtutibus, p. 74-78)