historia

Marcelino Champagnat fundó, el 2 de enero de 1817, en la Valla (Francia), un Instituto religioso laical, o Instituto religioso de hermanos, con el nombre de Hermanitos de María. Él lo concebía como una rama de la Sociedad de María.

La Santa Sede lo aprobó en 1863 como Instituto autónomo y de derecho pontificio. Respetando nuestro nombre de origen, nos dio el de Hermanos Maristas de la Enseñanza (F.M.S.: Fratres Maristae a Scholis).

Celebración del Bicentenario, un nuevo comienzo (2 de enero de 2017)

datos básicos

Los hermanos maristas somos hermanos consagrados a Dios, que seguimos a Jesús al estilo de María, que vivimos en comunidad y que nos dedicamos especialmente a la educación de los niños y de los jóvenes, con más cariño por aquellos que más lo necesitan. Somos cerca de 2.500 hermanos, diseminados en 79 países de los cinco continentes. Compartimos nuestra tarea de manera directa con más de 72.000 laicos maristas atendiendo a 654.000 niños y jóvenes.

Marcelino Champagnat, consciente de las carencias de la juventud y asaltado por numerosas peticiones procedentes de muchos lugares diversos, llegó a exclamar “Necesitamos hermanos”. Hoy, en un nuevo contexto social y eclesial, pero con las mismas urgencias, Marcelino repetiría su deseo ampliándolo: “Necesitamos hermanos y hermanas, hombres y mujeres, religiosos y laicos, profesores, animadores de grupo y cooperantes… que quieran vivir el proyecto de la fraternidad”. Este imperativo de Marcelino recoge las palabras de Jesús: “La mies es mucha y los obreros son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies, para que envíe operarios”.

Como María, Marcelino tenía los ojos abiertos. Ella vio las necesidades de su prima Isabel y los apuros de una pareja de recién casados en Caná. Hoy, todos los hombres y mujeres que deseamos seguir a Marcelino, queremos mantener los ojos abiertos a la realidad que nos rodea. Cuando los rostros de los niños y de los jóvenes, cuando las carencias de los pobres y abandonados entran en la retina de una persona inquieta y sensible, no se puede caer en la indiferencia. Si hay un corazón generoso, provocan una respuesta. La escuela ha sido nuestra opción históricamente mayoritaria, pero hoy nos abrimos a nuevos problemas: los niños de la calle, la drogadicción, la pobreza profunda… Para atender tantas situaciones difíciles, necesitamos hermanos y hermanas, hombres y mujeres, religiosos y laicos.

Marcelino fue un apasionado por el Reino de Dios. Entendió que el proyecto de Dios se expresa en el bien del hombre y de la mujer. Fue un místico en acción. Su convicción: “Amar a Dios y afanarse en darlo a conocer y hacerlo amar, ésa ha de ser la vida de un hermano”. La pedagogía y la psicología son indispensables para acercarse a los jóvenes, pero no bastan. Marcelino contagió a los primeros hermanos su pasión por el Reino de Dios. Los educadores y educadoras, los animadores de grupos, los miembros del Movimiento Champagnat…, en la medida que participan del espíritu de Marcelino, se comprometen apasionadamente por el Reino.

Estas personas son un regalo para nuestro Instituto, para la Iglesia y para el mundo de hoy.

Vivir al estilo de María, la Buena Madre. Su lema: “Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús”. María desempeña en la historia de la salvación un papel esencial, pero sin ser protagonista. Como se dice en el teatro: “no existen pequeños papeles sino pequeños actores”. La sencillez y la discreción, la proximidad y la presencia son vividas desde la cotidianidad. Comprometerse con el proyecto de Marcelino al estilo de María significa colaborar sin protagonismo, llevar el mundo a Dios, tener espíritu de servicio, mantener relaciones cordiales… Las actitudes de las personas que comparten el proyecto de Marcelino reflejan la espiritualidad de María.

Marcelino rompe los esquemas de la época cuando se esfuerza por conseguir la igualdad de oportunidades: “He comprendido la urgente necesidad de crear una sociedad que pueda dar a los niños de los pueblos la buena educación que otras Congregaciones dan a los de las ciudades, pero con coste inferior”. El último Capítulo General proclama: “Nos sentimos llamados a insistir en la solidaridad como dimensión esencial de nuestra educación y a poner nuestras obras al servicio de los pobres. Porque, hoy más que nunca, aumenta el número de pobres y marginados a los que no se les anuncia el evangelio, nos sentimos llamados a recrear la experiencia Montagne por fidelidad a Cristo y a Marcelino, a educar en solidaridad y para la solidaridad como poderoso instrumento de evangelización”.

Los carismas de los fundadores se han entendido como un don para el Instituto que han creado. Hoy, desde una visión eclesial nueva, los carismas se conciben como un don para la Iglesia. La espiritualidad y la misión de Marcelino no es una exclusiva de los hermanos, sino que se abre a todas aquellas personas, hombres y mujeres, que quieren plasmar en su vida los valores maristas, que quieren participar, cada uno desde su lugar, del proyecto fundacional de Marcelino. Los hermanos tienen un sentido especial, pero hoy comparten su espiritualidad y su misión con muchos jóvenes animadores, con profesores y profesoras, con el Movimiento Champagnat de la Familia Marista, con tantos otros que ven en el itinerario de Marcelino una invitación a realizar su propio camino de crecimiento humano y espiritual.

Marcelino nos dejó una herencia. No basta conservarla. Hay que actualizarla y refundar continuamente el Instituto para dar las respuestas a los problemas de hoy desde la óptica de Champagnat. El H. Benito nos recuerda en su circular: “Caminad en paz, pero de prisa”: “Refundar es reorientar efectivamente el Instituto en la línea de las intuiciones e intenciones que tuvo el Fundador en los orígenes de la Congregación”.

En Marcelino, existe la profunda convicción del valor de la vocación del hermano: “¡Qué importante es su tarea! ¡Qué sublime!”, escribe al H. Bartolomé. En cada época histórica hay que leer los signos de los tiempos para descubrir la manera de comunicar a los jóvenes el amor de Dios y liberarlos de los problemas que los atenazan y les impiden alcanzar su plenitud. Hoy, tal como está el mundo de la infancia y de la juventud, ser Marista, hermano o seglar, es posible, vale la pena serlo y consagrar a ello toda la vida”. Así lo comprenden muchas personas que, al actualizar las intuiciones de Marcelino, están refundando el Instituto marista.

Las Constituciones dicen: “Vamos al encuentro de los jóvenes allí donde están. Somos audaces para penetrar en ambientes quizás inexplorados, donde la espera de Cristo se manifiesta en la pobreza material y espiritual”. Los seguidores de Marcelino precisamos la audacia para vivir en lugares de frontera donde la presencia del evangelio no resulta fácilmente accesible a los jóvenes. En muchos lugares del Instituto, se está realizando un discernimiento para detectar las necesidades profundas del mundo juvenil. Las nuevas presencias se realizan de acuerdo con estos criterios. Los hermanos compartimos con los seglares estas preocupaciones y realizamos conjuntamente esta tarea.

Los hermanos somos conscientes de nuestras limitaciones: obras que no tienen como atención preferente a los pobres, carencia de vocaciones en algunos países, dificultad de intervenir en el mundo juvenil, insuficiente inculturación de algunas comunidades, relaciones no bastante ajustadas con los seglares, falta de pasión por el evangelio y el Reino de Dios, la llamada a construir y vivir otro estilo comunitario… La realidad nos recuerda la distancia que existe respecto de nuestros sueños. Si éste fuera nuestro único punto de referencia, cundiría el desánimo. Nos formulamos la misma pregunta que María: “¿Cómo será esto realidad?”. La respuesta del ángel conserva toda su validez: “Lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios”. No ver la distancia entre el sueño y la realidad sería cerrar los ojos e instalarnos en el conformismo. Desesperarnos significaría dejar de confiar en la fuerza y el poder del Señor. Esforzarse por dar pasos concretos en la línea del carisma de Marcelino es nuestro reto y nuestra responsabilidad.