Hermanos Maristas
Los hermanos maristas son hombres consagrados a Dios, que siguen a Jesús al estilo de María, en comunidad, y se dedican especialmente a la educación de los niños y de los jóvenes, con más cariño por aquellos que más lo necesitan. Son personas que abrazan la vida religiosa con un compromiso público adquirido mediante los votos de practicar los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, según las disposiciones propias de los seguidores de San Marcelino Champagnat.
Nuestra identidad: ser hermanos
Nuestra vocación de religiosos hermanos es, en la Iglesia, memoria profética de la dignidad común y de la igualdad fundamental de todo el Pueblo de Dios. Somos hermanos de Cristo, hermanos entre nosotros y hermanos de todos, especialmente de los más pobres y necesitados. Hermanos para que reine mayor fraternidad en la Iglesia y el mundo. Seguimos a Jesucristo, nuestro Señor, mediante profesión pública de los consejos evangélicos; y conformamos nuestras vidas con el Evangelio, en el servicio fraterno. (Constituciones y Estatutos n. 2).
Discípulos de Marcelino Champagnat
El amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo nos hace compartir el carisma de Marcelino Champagnat e impulsa todas nuestras energías Nuestra identidad: ser hermanos Discípulos de Marcelino Champagnat hacia este único fin: SEGUIR A CRISTO, COMO MARÍA, en su vida de amor al Padre y a la humanidad. Vivimos este ideal en comunidad.
Contemplamos la vida de María en las Escrituras para hacer nuestro su espíritu. Sus actitudes de madre y discípula de Jesús configuran nuestra espiritualidad, nuestra vida fraterna y nuestra participación en su misión de engendrar la vida de Cristo en la Iglesia. Conforme a nuestro lema: “Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús”, la hacemos conocer y amar como camino que nos lleva a Él. Formamos comunidad en torno a María, nuestra buena Madre, como miembros de su familia. De San Marcelino Champagnat heredamos las tres virtudes de humildad, sencillez y modestia. Como él, vivimos la presencia de Dios, a quien encontramos en el misterio del pesebre, de la cruz y del altar. Inspirada en la casa de Nazaret y la mesa de La Valla, nuestra vida fraterna está marcada por el “espíritu de familia”, que está hecho de amor, perdón, apoyo mutuo, olvido de sí, apertura a los demás y alegría. (Constituciones y Estatutos n. 3).
Nuestra misión: dar a conocer a Jesucristo
Nacida del Espíritu, la misión que Marcelino confió a sus hermanos fue “dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar”. Nos entregamos, junto con otros maristas, a la evangelización y educación de los niños y jóvenes, especialmente de los empobrecidos, los más necesitados y los que viven en las periferias geográficas y existenciales. A través de nuestra vida y presencia, los jóvenes, sus familias y las comunidades a las que pertenecen, se dan cuenta de que son amados personalmente por Dios. El bienestar, la seguridad y la protección de los niños y jóvenes son una importante prioridad y primera responsabilidad de cada hermano, de cada comunidad y obra marista y de todo el Instituto. (Constituciones y Estatutos n. 4).