23 de octubre de 2006 GRECIA

Intervención de M. Kostas Dimitri

Dedicamos una mañana a la reorientación y profundización de nuestra misión especial para dar una educación mejor a nuestros alumnos. Esta mañana retomamos esas reflexiones deteniéndonos en las diferentes situaciones a las que San Marcelino Champagnat hubo de hacer frente para realizar su visión educativa, conoceremos su profunda confianza en Dios y su entera disponibilidad para con Él.

Ya que estamos todos invitados a trabajar en este Centro, tenemos igualmente la obligación de conocer bien su misión especial y la nuestra. Ésta es la llamada que escuchó San Marcelino cuando se encontró cara a cara con la ignorancia completa del mensaje evangélico que reinaba entre los niños de los medios rurales en Francia. San Marcelino estaba convencido de que su visión y misión venían de Jesucristo y la Santísima Virgen. Ellos le inspiraron y le ayudaron a llevar a cabo su obra. Bajo su mirada emprendió esta gran aventura, con mucha confianza y amor para sus hermanos y los niños y jóvenes. Siguiendo su ejemplo, nosotros estamos invitados a participar de la misma misión, con la misma confianza y el mismo amor por Jesús y María, por los niños que nos han sido confiados y por los que comparten con nosotros la misma misión.

No podemos participar en la misión marista si no compartimos el carisma de Marcelino que está en la base de todo proyecto marista.
No podemos comprender la grandeza de nuestra misión, que asumimos juntos, Hermanos y seglares, si como el Hermano Julio y sus compañeros mártires por amor y por fe, no compartimos la misma fe, el mismo amor y la misma audacia.
No podemos estar seguros del éxito de nuestra misión si no tomamos conciencia de que «Dios lo quiere».

No podemos distinguir las señales de Dios, que nos habla por la voz de los niños que tenemos que educar, sobre todo de los desheredados, si nos falta fe.
No podemos responder a las preguntas de nuestros alumnos si no estamos dispuestos a escucharles. Si, como Marcelino, no estamos atentos a las inspiraciones del Espíritu Santo.

No podemos hacer distinción entre la voluntad de Dios y la nuestra, si no nos dejamos iluminar por Él, Luz y Vida.
No podemos llamarnos educadores maristas si no sentimos a María como nuestra Buena Madre, como prototipo de confianza en Dios.

Tenemos una visión común. La misma que dio a San Marcelino hace casi 200 años, la fuerza de llevarla a cabo. Su motivación única era «dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar». La educación fue para él el medio más apropiado de conducir a los niños y jóvenes a la fe y a la experiencia de Dios, a convertirse en «buenos cristianos y buenos ciudadanos». Todos conocemos su frase «No puedo ver a un niño sin que me entren deseos de decirle cuánto lo ama Dios».

Para hacer nuestra la misión de Marcelino y para dar seguimiento a su proyecto educativo, debemos tener la misma fe y el mismo celo apostólico que él.
¿Cómo podemos transmitir el mensaje salvador evangélico, si nosotros mismos no creemos?
¿Cómo podemos hacer que nuestros alumnos sientan la dimensión del amor de Dios, si no la sentimos nosotros mismos?
¿Cómo podemos hablar a nuestros alumnos de valores cristianos y profundamente humanos, si no los vivimos nosotros mismos?
¿Cómo podemos invitar a nuestros alumnos a buscar el encuentro personal con Cristo y ayudarles a creer que este mismo Cristo es fuente de vida y esperanza, si nosotros mismos no creemos en Él?

Dios ha escogido a Marcelino Champagnat para llevar su mensaje de amor y esperanza a los jóvenes de su época. Él nos invita a hacer lo mismo hoy.
A veces caeremos, nos cansaremos, nos desalentaremos. Pero con la fuerza de la fe y nuestro amor por Dios y por la misión que Él nos ha confiado, encontraremos la fuerza necesaria para continuar. Es un combate que tenemos que librar constantemente. No olvidemos que las mayores dificultades se encuentran en nosotros mismos. Nuestros esfuerzos quedan bloqueados por nuestra indiferencia, por nuestra falta de colaboración, por nuestro egocentrismo, por nuestras presunciones, por la búsqueda del provecho personal de todo tipo y nos olvidamos de nuestra verdadera misión los objetivos de nuestra vocación de educadores…

En los numerosos seminarios que hemos organizado, cada uno ha tenido la oportunidad de descubrir sus riquezas personales y las de los otros, de orden intelectual, espiritual, afectivo. Tenemos que compartir estas riquezas con nuestros colegas, con los niños, con los padres que nos confían a sus hijos. No olvidemos tampoco nuestras obligaciones hacia una sociedad que tiene tanta necesidad de verdaderos valores, de donación personal, de amor.

Pongamos estas riquezas a disposición de toda la comunidad educativa, pero sobre todo a disposición de los que tienen necesidad de ella. No olvidemos que nosotros trabajamos en una escuela cristiana y marista. No buscamos el elitismo, el éxito por el éxito. Debemos estar orgullosos de la confianza que nos muestran los padres al confiarnos a sus hijos, haciendo a veces verdaderos sacrificios para poder traerlos a nuestro centro.

Conocemos la gran preocupación que tenía Marcelino por los pobres y los niños marginados. Estos niños que otros rehúsan, abandonan y a veces desprecian. Estos niños tienen necesidad de nuestra atención, de nuestra ayuda. Es nuestro carisma…
Emprendamos este nuevo curso teniendo la misma visión que Champagnat.
Con «un corazón sin fronteras»,
Con audacia y esperanza,
Con fe en Dios, seguros de que cumplimos su voluntad,
Con mucho amor por todos.

En el corazón de nuestra misión y de nuestro apostolado sigamos los tres principales consejos de nuestro Fundador: la presencia de Dios, la confianza y la protección de María, con mucha sencillez, humildad y modestia.

VOLVER

Acerca de las próximas beatificaciones...

SIGUIENTE

Analizar experiencias y programar actividades...