Carta a Marcelino

P. Catalino Servant, S.M.

1839-10-15

El intercambio de correspondencia entre los misioneros de la Oceanía y los Superiores en Francia, no era fácil pues dependía siempre de alguna embarcación que fuese en la dirección que interesaba. El tiempo de espera era largo. En ésta su carta el P.Servant habla de la recepción de correspondencia del P.Champagnat escrita casi dos años antes. Relata con llaneza sus actividades de misionero, haciendo algunas descripciones pintorescas de los desplazamientos, por mar y por tierra. Interesante destacar el grande amor y la grata remembranza que conserva de l?Hermitage. (Cfr. H.Ivo Strobino, nota introductoria al texto, ?Cartas Passivas?)

A.M.D.G.

Santa Maria de Okianga, Nueva Zelanda, a 15 de octubre de 1839

Respetable Superior y querido Padre:

[1] Acabo de recibir al mismo tiempo dos de sus cartas, una fechada el 23 de diciembre de 1836, y la otra del 31 de marzo de 1838. Los rasgos edificantes que me cita y los éxitos de sus Establecimientos que me menciona me causan una gran alegría. ¡Qué querido es para mí su recuerdo y el de sus buenos Hermanos! ¡Cómo puedo olvidar una casa que era para mí una estancia de paz, y donde tenía ante mis ojos más de un ejemplo de edificación! ¡Cómo me gusta volver con frecuencia en espíritu a esa casa de retiro donde tengo la confianza de pensar que se reza sinceramente a Dios por mí!

[2] Aquí se luchan numerosos combates contra el enemigo de la salvación de los hombres; se está en batalla y es preciso esperar que se conseguirá la corona. Son muy necesarias las armas de la paciencia, la desconfianza en sí mismo, la confianza en Dios y una profunda humildad; pero desdichado de mí si soy tan débil, tan sensible y despojado de la confianza en Dios!

[3] ¿Qué hago aquí, muy querido Padre? de tiempo en tiempo corro a derecha, a izquierda, navegando siempre por el río de Okianga; este río tiene una infinidad de ramales que van en todos los sentidos y que comunican con todas las tribus. Si se quiere visitar a los naturales, los viajes no se hacen sino por el agua. El lugar que habitamos es un punto central para las tribus que se han convertido a la fe católica, pero estas tribus están bastante alejadas de nosotros; la más cercana está una legua de aquí; las otras a dos, tres, cuatro, cinco, seis leguas. Lo que hace aquí difíciles las comunicaciones con los naturales, es que no se puede partir sino con una marea favorable que supone al menos una demora de cinco horas y media; sobre todo en invierno, con frecuencia llegan grandes vientos que hinchan las olas y hacen la navegación casi impracticable. Con bastante frecuencia las frágiles embarcaciones de los naturales zozobran, pero ellos, como son hábiles nadadores, se sacan fácilmente de apuros, sin embargo hace poco ha sucedido un desdichado accidente: dieciséis naturales herejes, queriendo atravesar el río en un tiempo muy malo, se han hundido todos con excepción de una señora que se ha salvado nadando; pero no hay que temer tanto por los misioneros que saben evitar este tipo de imprudencias, y que, por otra parte, tienen embarcaciones más sólidas que las de los naturales.

[4] Si las comunicaciones con los naturales son difíciles por agua, no lo son menos por tierra, con frecuencia se necesita uno de los naturales para que sirva de guía, así de imperceptibles a la vista son los caminos. No hace mucho que habiendo estado en la obligación de llevar los auxilios de nuestra santa Religión a una señora inglesa, aquejada de una grave enfermedad, atravesé esta parte de Nueva Zelanda, en toda su longitud, en un viaje de alrededor de tres días. Salí sin dinero, sin tabaco de fumar que es la moneda del país, pero no me faltó nada de lo necesario; algunos católicos pagaron a los naturales para que me acompañaran y hasta los protestantes se dieron el gusto de ofrecerme hospitalidad. ¿Pero por qué camino era preciso andar? figúrese un sendero muy estrecho, a través de montañas cortadas a pico que encontramos a cada instante y que hace falta trepar con manos y pies; a derecha y a izquierda se hallan filas de árboles casi impenetrables que es cómodo agarran cuando se está en peligro de caer; figúrese también torrentes innumerables que es preciso atravesar sobre las espaldas de los naturales a quienes la impetuosidad de la corriente hace vacilar. Haciendo camino, nos encontramos un árbol tumbado sobre un torrente de 30 ó 40 pies de profundidad. No percibí el abismo sino cuando estaba en medio del árbol, no fue hasta entonces que los naturales me dijeron de estar alerta, entonces agarré el árbol y me arrastré encima, al modo de los reptiles. Al fin el viaje se hizo felizmente y llegué a administrar los sacramentos a la persona enferma.

[5] Pero, querido Superior, no le hablo más que de viajes. No tendré algo más esencial que decirle, a saber, la conversión de los infieles de Nueva Zelanda. ¡Oh! ¡Qué rica es la mies aquí! ¡He aquí que no sé cuántas tribus que se dicen todas católicas! Hay ya más de cien naturales bautizados, y muy pronto algunas tribus enteras podrán recibir la gracia insigne del bautismo.

[6] El Padre Baty, que Monseñor ha designado director de esta Misión, sabe ya suficiente de la lengua de los naturales para instruirles, y pronto estarán completamente satisfechos en su gran avidez de ser instruidos. Pero una cosa nos ocupa actualmente, es el traslado de este Establecimiento, pues aquí la localización no puede convenir a causa de la escasez de madera y de agua, que, sobre todo en el buen tiempo, están lejos de dar abasto para el uso de la casa y de los naturales que vienen en gran número a la misa del domingo; el lugar que Monseñor ha designado está en frente, al otro lado del río. Allí los naturales católicos podrán fácilmente construir sus casitas para descansar hasta que vengan a vacar a la oración; allí también será fácil erigir una capilla cuya necesidad es muy urgente. Hasta ahora un pequeño apartamento ha servido de capilla, pero se está muy incómodo. Esta construcciones en madera exigen grandes gastos, pero así lo esperamos, muy querido Superior, la Providencia en la cual Ud. cuenta con tanta confianza, y que los misioneros deben invocar con razón en todo tipo de circunstancia, no dejará de venir en socorro nuestro con la cooperación de almas piadosas que tienen a pechos la gloria de Dios y la salvación de las almas.

[7] Para acabar, muy querido Padre, le ruego me permita expresar a nuestros queridos Hermanos, un sentimiento de mi corazón, y ya que mi recuerdo no está todavía borrado de su memoria, que quieran recibir con agrado este testimonio de mi más sincero afecto. Termino, Reverendo Padre, dígnese recibir… etc.,

SERVANT, Misionero.

Edición: CEPAM

fonte: CSG 01, 289

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