Carta a Marcelino

P. Catalino Servant

1841-05-29

De la correspondencia pasiva que ha llegado hasta nosotros, esta es la última carta dirigida al P.Champagnat. Su autor es el P.Catherin Servant, de lo cual ya tuvimos ocasión de comentar otras cartas. Presenta la particularidad de haber sido escrita un año después que el P.Champagnat falleciera. Esto es explicable a las inmensas distancias y a la pobreza de comunicaciones. Esa carta, como las demás del P.Servant, esta llena de respeto por el Fundador y de estima por los Hermanos de la comunidad de l?Hermitage, a quien dedica la parte final del texto, verdadera página de consejos espirituales. De la misma forma como aún no había sido enterado de la muerte del P.Champagnat, tampoco sabía nada de otro triste hecho, acontecido apenas un mes antes en la isla de Futuna: el martirio del P.Chanel, su compañero en las misiones. En esta carta él no dice nada sobre este martirio, señal de que lo ignoraba. El propio P.Servant será el continuador del apostolado del P.Chanel en la isla de Futuna, de 1842 hasta 1856. (Cfr. H.Ivo Strobino, nota introductoria al texto, ?Cartas Passivas?)

Hokianga, Nueva Zelandia, a 29 de mayo de 1841

Muy Rev. y querido Superior:

Como miembros de la familia de María, nos amamos sin vernos y aún sin conocernos; ni los cargos, ni los tiempos, ni las distancias podrían constituirse en obstáculo para la caridad que nos une: ?Qué hermoso es vivir unidos como hermanos?.

Sé, mi Rev. Padre, el interés que Usted pone en nuestra misión, y doy por supuesto que le resultará grato conocer las pequeñas anécdotas que ahora puedo comunicarle

Aunque nuestros nativos, gracias a su relación con los blancos, empiezan a perder su estilo retrogrado, dejan sin embargo entrever rasgos de gran simpleza. Un jefe me decía cierto día para convencerme de la necesidad de verlo con frecuencia para instruirlo: cuando yo rezo no sé otra cosa qué decirle a Dios sino estas palabras: ?¡0h Dios mío, no tengo nada que decirte sino que te amo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!?

Nuestros nativos, por lo menos la mayoría, han iodo ya varias explicaciones sobre los mandamientos de la Ley de Dios. La primera vez que se les hizo un pequeño desarrollo de esas leyes divinas, algunos decían que las encontraban muy acordes a la razón. No sé si será prudente problematizar a la población de Hokinaga, Nueva Zelandia, pero varios europeos que ahí se encuentran y los pobres Maoríes, serán realmente los más fieles en obedecer los mandamientos de la ley de Dios?

El siguiente hecho esclarecerá mi pensamiento. Un europeo, solicitaba a un neófito convenciera a una de sus hermanas cayera en el mal. Entonces el neófito fue a buscar su pequeño libro de oraciones y se lo mostró diciendo: ?Yo creo en Dios y aunque tu me dieras todos los bienes del mundo, yo no consentiría en ofenderlo?.

Hace un tiempo, varios nativos estaban reunidos reflexionando sobre su fragilidad, y no teniendo todavía suficiente instrucción sobre el sacramento de la reconciliación me preguntaron si no había algún modo de salir de una caída que alguien cometiera después de su bautismo. Les respondí que Nuestro Señor Jesucristo había instituido el sacramento de la reconciliación para perdonar los pecados después del bautismo; recibieron mi respuesta con gran satisfacción. Por lo demás, no parece que les resultará muy difícil la confesión. No les cuesta mayor problema declarar sus faltas, tanto en público como en privado. Varios neófitos se han acercado al sacramento de la reconciliación.

Instruyendo a un joven sobre ese sacramento, como yo le decía que tenía que declarar todas las faltas mortales, me respondió ingenuamente que él no cometía faltas mortales. Después me preguntó si la confesión era algo bueno, y al oír me respuesta afirmativa quiso de inmediato confesarse. Entonces le dije que era mejor después de recibir más instrucción acerca del sacramento. Los objetos de culto agradan a los nativos. Les encantan las cruces, las medallas y los rosarios; con frecuencia nos instan a que se los proporcionemos. Una mujer me pedía cierto día mi rosario, y, ante mi respuesta negativa, me replicó: ?tu me predicas desprendimiento de las cosas materiales, no estarás acaso apegado a tu rosario?

Nos hacen toda clase de consultas aún para los detalles mínimos; hay quien nos pregunta si en caso de guerra no podrían llevarse consigo los restos de sus padres; otros si está permitido cocinar los domingos (la herejía tacha de falta grave el prepararse tal día sus alimentos); otros más quisieran arrancar un atamira del cementerio donde reposan los restos de sus antepasados y nos invitan a ir a ese lugar para hacer oraciones que expulsen de ahí a sus antiguos dioses, a quien llaman, Satanás.

¡Ay! que esos pobres nativos son amables cuando se convierten al Señor. Los queremos y ellos a su vez nos quieren. He aquí una pequeña muestra: encontrándome cierto día en un sitio lleno de helechos, me dieron dos niñas que me acompañaran. Estas criaturas hacían grandes esfuerzos para atravesar los helechos y se tumbaban a lo largo para liberarme el sendero. Cuando logré pasar un sitio escarpado una de ellas gritó: ?¡ay, que alivio!

Reverendo y querido Padre, tendría aún muchos detalles que contarle, sin embargo quisiera consagrar algo del espacio de la hoja que me queda libre para dirigir algunas palabras a nuestros Hermanos. ¡Mis queridos Hermanos en Jesucristo, que la paz del Señor esté con ustedes! Que felices somos porque nos sabemos hijos de Dios. Él es nuestra vida y muriendo a nosotros mismos vivimos en Él. ¡Qué alegría por haber dejado atrás los bienes terrenos. Pero ¿qué digo? ¿Qué hemos dejado? Lo tenemos todo con Dios. Él es el único gran bien que encierra todos los demás en Sí.

¡Ay, si pudiésemos vivir y morir en Él! ¡Si pudiésemos decirle desde lo más hondo del corazón: ?Dios mío, me abandono alma y cuerpo en tu divino servicio; estoy dispuesto a hacer cuanto plazca a tu divina voluntad, aún cuando tuviese que caminar por la senda del sufrimiento y las humillaciones.?

La vida no pesa sino al que no ama a Dios. Entonces, por qué preocuparme de mi vida. Dejemos que actúe la divina providencia; entre más amemos a Dios, más tendrá sus ojos sobre nosotros y nos proporcionará lo necesario para lograr nuestra salvación.

Muy queridos Hermanos, si ustedes quieren llegar a ser santos, permanezcan humildemente pegados a la cruz de Jesucristo; tomen esta cruz como su consuelo; pidan al divino Maestro que cree un corazón puro y renueve el fondo de su alma. Que ponga en ustedes un espíritu de rectitud y de apartar el corazón del pecado. Vayamos al Señor que nos llama; vayamos a Él apoyados únicamente en su misericordia. Si aprendiésemos a usar bien de su gracia, adquiriríamos a todo momento bienes inefables. ¡Mucho ánimo, pues! El combate dura poco y el triunfo es eterno.

Ah, ojalá pudiésemos amarlo tanto como el desea ser amado. Todo debería resultarnos sin valor ante el amor de Dios, la esperanza de poseerlo.

Mis queridos Hermanos, vuelvo a mi primer pensamiento: muramos a nosotros mismos para sólo vivir por Dios. Que el sea nuestro apoyo. Si tenemos que combatir contra los enemigos de la salvación, él combatirá a nuestro lado puesto que nosotros combatimos en favor de su causa. Si nos toca sufrir, él nos asistirá puesto que sufrimos por él. Vivamos y muramos por Jesucristo ya que él vivió y murió por nosotros. ¡Que la paz del Señor esté siempre con ustedes!

Por favor, guárdenme un rinconcito en sus oraciones. Les Padres Besson y Matricon encontrarán aquí mi saludo y recuerdos de mis sentimientos llenos del más acendrado afecto.

SERVANT m. apost

Edición: CEPAM

fonte: Original autográfica, AFM, en el dossier: Cartas Servant

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