13 de agosto de 2005 VATICANO

Haz que un día también nosotros podamos compartir tu misma gloria

En el corazón del mes de agosto la liturgia celebra con solemnidad la Asunción de la santísima Virgen María al cielo. Este es un día de esperanza y de luz, porque todos los hombres, peregrinos en la tierra, pueden vislumbrar en María el destino glorioso que les espera.
La contemplamos como signo de esperanza segura. En efecto, en María se cumplen las promesas de Dios a los humildes y a los justos: el mal y la muerte no tendrán la última palabra.
Por más oscuras que puedan ser las sombras que a veces cubren el horizonte, y por más incomprensibles que resulten algunos acontecimientos de la historia humana, no perdamos jamás la confianza y la paz. La fiesta de hoy nos invita a confiar en la Virgen María que, desde el cielo, como estrella resplandeciente, nos orienta en el camino diario de la existencia terrena.
En efecto la Virgen prosigue su obra junto al Rey de la gloria, como abogada nuestra y dispensadora de los tesoros de la redención. María ayuda a comprender que sólo su Hijo divino puede dar sentido pleno y valor a nuestra vida. Así alimenta en nosotros la esperanza hacia la que estamos encaminados como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia.
Virgen Madre de Cristo, vela sobre la Iglesia! Haz que un día también nosotros podamos compartir tu misma gloria en el Paraíso, donde hoy has sido elevada por encima de los ángeles y con Cristo triunfas para siempre.

Angelus

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