8 de julio de 2005 IRLANDA

Live 8 para cancelar la deuda

Durante muchos años, la Iglesia ha estado pidiendo la reducción o la cancelación total de la deuda que los países en vías de desarrollo habían acumulado con los países desarrollados. El papa Juan Pablo II, en muchos de sus mensajes de la Jornada Mundial de la Paz, había insistido en que estas sumas constituían un obstáculo para el desarrollo, y proponía, en la Tertio Millenio Adveniente, el Jubileo del Año 2000 como el tiempo oportuno para pensar en una reducción significativa o en una total condonación de la deuda internacional.

El Reino Unido, que este año preside la cumbre del G-8, ha elaborado, con vistas a la reunión prevista para el 6-8 de julio, un intenso programa para hacer que los países implicados pongan a disposición al menos el 0,7 por ciento de su PIB y con la perspectiva de llegar al 1 por ciento. Ésta es la postura adoptada por los ministros económicos en el encuentro de preparación del G-8, con vistas a cancelar las deudas que numerosos países han contraído con el Fondo Monetario Internacional, con el Banco Mundial y con el Banco Africano para el Desarrollo por un monto de casi 40 mil millones de dólares.

La medida atañe a 18 países, de los cuales 14 son africanos. En los próximos 18 meses, está prevista la puesta a cero de las deudas de otros 9 países por un total de 55 mil millones de dólares. Otros 11 Estados se beneficiarán de la condonación cuando sus gobiernos respeten las condiciones impuestas: democracia real, gobierno honesto, transparencia.

La iniciativa puede definirse ciertamente de histórica, ya que aligera a los Estados endeudados de considerables cargas financieras. Es una medida, en cierto modo, inevitable, ya que muchos Gobiernos no sólo no pueden extinguir la deuda, sino que además no logran ni siquiera pagar los intereses respectivos. Es como amputar una pierna con gangrena para salvar la vida de una persona.

Se trata, en el fondo, de admitir claramente la quiebra del sistema de ayudas al desarrollo que ha estado funcionando durante 50 años y que ha transformado esas ayudas en deudas astronómicas, con el consiguiente perjuicio para los acreedores, no sólo por el dinero prestado sino también por el dinero entregado como donación. Las ayudas no se han invertido, directa o indirectamente, en actividades productivas, sino que han sido malgastadas.

El Pontificio Consejo de Justicia y Paz alaba la iniciativa tomada por Tony Blair en vísperas de la reunión del G-8; pero tal medida podría quedarse ambigua, si el dinero que, tras esta decisión, quede disponible, no se utiliza para proporcionar oportunidades de desarrollo real y sostenible a la gente de los países afectados. Esto se podrá garantizar sólo cuando se ofrezcan bienes de primera necesidad, como agua potable, servicios de saneamiento seguros, asistencia sanitaria de base, posibilidad de instrucción…
Desafortunadamente, también existe otra posibilidad: que se utilice el dinero puesto a disposición no para construir la vida sino para sembrar la muerte.

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