Encuentro del Consejo General con jóvenes de Europa

10.02.2005

Sigüenza, España, 20-23 enero de 2005

En el marco de las actividades de este año vocacional, el Consejo General programó un encuentro con un grupo de jóvenes europeos que se celebró en Sigüenza (España) los días 20 al 23 de enero.
La comisión, formada por los Hermanos Ernesto Sánchez, José Larrea, Marco Cianca, Valeriá Simón y Théoneste Kalisa, fue la encargada de organizar estas jornadas de escucha y diálogo en las que participaron todos los miembros del Consejo General.
Con este encuentro, el Superior General y su Consejo escucharon de los propios jóvenes qué significa seguir a Jesús y ser cristianos en la sociedad de hoy y cuáles son las dificultades y los desafíos a que tienen que enfrentarse los jóvenes del viejo continente europeo.
Los 45 jóvenes que acudieron a Sigüenza conocían la vida marista y participan ahora directa o indirectamente en actividades apostólicas organizadas por los Hermanos. Fue también una ocasión óptima para intercambiar impresiones, provocar reacciones y para hacer sugerencias sobre nuestro modo de vivir la vida consagrada en Europa.

Discurso pronunciado en la clausura de la reunión por el Superior General

El 21 de enero de 1994, me diagnosticaron un tumor cerebral. Recuerdo muy bien ese día. Una ligera nevada caía desde temprano en Pelham, Nueva York, la ciudad donde estaba situada la residencia provincial. Cuando salía para mi cita de las 4 de la tarde con el doctor, un amigo de California, que estaba de visita, me preguntó si quería que me acompañara. Sin embargo, algo me decía que tenía que hacer solo este camino.
Ya en el consultorio, me llevó sólo un momento leer la cara de la doctora: las noticias no eran buenas. Siéntese, me dijo. Le voy a explicar lo que hemos encontrado y luego le diré lo que le recomendamos.
Tiene un tumor cerebral de un tamaño considerable: 5 centímetros de diámetro. Está localizado en el centro de su cabeza. Aunque hoy comenzaremos con el tratamiento para reducir su tamaño, habrá que intervenirle quirúrgicamente. Entonces, la doctora me dio el nombre del neurocirujano al que yo debía llamar y algunos otros datos. Por último, me miró directamente a los ojos y me dijo: Debo decirle que si sigue un año más con el tumor, usted ya no lo contará. Yo tenía 46 años.
Y bien, ¿por qué yo les cuento esta historia personal al terminar estos días de encuentro? Porque ese tumor y su tratamiento cambiaron el curso de mi vida. A la esposa de un buen amigo le ha dado por empezar a hablar de un antes y de un después del tumor de Seán para subrayar la diferencia. Y, mirando hacia atrás, no me sorprende que el tumor que me visitó en la mitad de mi vida se anidara en mi cabeza, porque desde ahí había vivido yo la mitad o más de mis cuarenta años. Desde entonces, he realizado un cambio de domicilio: ahora tengo mi hogar más en mi corazón que en mi cabeza. Me ha parecido un lugar más complicado para pasar mis días, pero infinitamente más gratificante.
Quisiera sugerir que algo similar hemos vivido estos días pasados: un camino desde la cabeza al corazón. Este fin de semana ha sido un tiempo rico de intercambio. Muchos de nosotros nos encontramos como extraños la tarde del jueves, pero nos hemos ido conociendo mejor a medida que íbamos compartiendo durante este tiempo nuestros puntos de vista, actitudes y visiones sobre la Iglesia, la vida y la misión maristas.
Y había mucho en juego, ya que estuvimos hablando de aspectos de nuestras vidas que, al fin y al cabo, son los más importantes: identidad, intimidad, fe y pertenencia a una comunidad de creyentes.
Y, quizás más importante, haya sido esta pregunta que siempre nos estaba rondando: ¿Qué espera Dios de mí, qué me pide Dios ahora y en el futuro?
Los miembros del Consejo General de los Hermanos Maristas vinimos aquí para estar con vosotros, para escucharos, para tratar de entender mejor la visión del mundo y de Iglesia que moldea las actitudes de los jóvenes europeos hacia la vida religiosa y hacia nuestro Instituto en particular.
Lo que esperáis de la Iglesia está claro; y habéis sido igualmente sinceros al expresar vuestra frustración con esta institución. Es evidente que todos valoráis la vida del Espíritu, pero muchos de vosotros habéis hablado claramente de la dificultad que experimentáis para encontrar vuestro puesto en las estructuras religiosas tradicionales de hoy. Algunos estáis fuertemente comprometidos en la vida eclesial, en la liturgia y en las actividades de vuestra parroquia local; sin embargo, tantísimos otros sois todavía peregrinos en busca de un lugar que podáis considerar vuestro hogar espiritual.
Bastantes nos habéis dicho que la comunidad marista os ha proporcionado ojos nuevos para mirar el mundo, y que, en el pasado, se os procuró un marco de referencia con el que entender la Iglesia, la fe, el culto, la experiencia de Dios. Y hay un punto que ha quedado muy claro en vuestras reflexiones de los últimos días: la influencia y el impacto que han tenido en vuestra vida uno o dos Hermanos en particular, uno o dos que eran lo que decían ser: hermanos que habían entregado su vida a ayudar a que los jóvenes descubrieran ese Dios viviente y actuante que había en sus propias vidas.
Vosotros, chicos y chicas jóvenes, también tenéis que enfrentaros ahora a vuestros propios desafíos. La cuestión de la identidad: ¿Quién soy yo y qué aprecio o valoro más en la vida? A la vez que os esforzáis por responder a esa pregunta, tenéis que afrontar la tarea de decidir qué valores moldearán y guiarán vuestra vida en este primer capítulo, y en los posteriores.
Luego está la cuestión de la intimidad. ¿Quién me interesa? ¿A quién le intereso yo? Siempre que se habla de intimidad surge también la cuestión de la sexualidad. Por desgracia, en tantísimas culturas de hoy, se ha reducido la sexualidad a la conducta sexual-genital. Sin embargo, lo que se expresa con este término y con esta experiencia es mucho más rico. La sexualidad tiene que ver con el cómo me percibo siendo hombre o mujer, cómo percibo mis reacciones afectivas con los miembros del mismo sexo o del otro sexo, cómo expreso mi interés, la ternura y el amor por otra persona. Necesitamos también encontrar un sistema ético que nos ayude a tomar decisiones en esta área.
Muchos estáis luchando también por encontrar ese puesto de trabajo estable en donde pondréis a prueba vuestra creatividad y con el que podréis, al mismo tiempo, ¡pagar las facturas! Para algunos, el viaje hasta ahora ha sido una plácida travesía; para otros, sin embargo, la ruta está llena de desvíos, de giros equivocados y de multas de tráfico.
Pero hay una cuarta y última tarea que cuenta más que todas éstas: la búsqueda del Sueño de vuestra vida. Ese sueño es algo que se desarrolla para la mayoría de nosotros durante los años juveniles, a menudo, como respuesta a la machacona pregunta de los demás: ¿Qué vas a hacer con tu vida? Normalmente nuestra respuesta es vaga, porque ese Sueño no está al principio muy claro; pero, con el tiempo, va cobrando forma.
Las profesiones que ejercemos durante la vida están íntimamente relacionadas con este Sueño. Porque en el centro del mismo, está el Sueño, el proyecto que Dios tiene para nosotros y nuestra vida. Ciertamente, esa pregunta insistente ¿En quién o en qué pongo yo mi corazón?, se encuentra en el centro de vuestro Sueño y proyecto de vida y del mío.
Cada uno de nosotros tiene una vocación. Tanto si estamos casados o solteros, o si somos un hermano, una hermana o un sacerdote, tenemos una vocación. Y esa vocación es la de anunciar la llegada del Reino de Dios y su cercanía.
Pero hay algunas diferencias. Un Hermano se compromete además a vivir plena y radicalmente el proyecto evangélico como objetivo y meta de su vida. Debe dar una respuesta revolucionaria a la Palabra de Dios. Esto es lo que le hace diferente, no mejor, pero sí ciertamente diferente. Y en estos días, nos habéis estado interpelando para que nosotros seamos aquello que decimos ser en nuestra misión, con los destinatarios de nuestra misión y con la sencillez de nuestra vida.
Una última cosa: muchos de vosotros sentís quizás algunos días que estáis actuando como adultos. Es este un sentimiento común que se da en la mayoría cuando tiene veintitantos años. Caminamos, hablamos, actuamos y reaccionamos como adultos, y otros se relacionan con nosotros como si fuéramos adultos; pero, por alguna razón, pensamos que alguien descubrirá que no sabemos sencillamente lo que estamos haciendo.
Estos días han surgido muchas cuestiones importantes, y algunas han sido inquietantes. Por ejemplo: Si Jesús ocupa un puesto tan central en la historia de nuestra religión y del mundo, ¿cómo es que le olvidamos tan rápidamente, o le dejamos de lado, o ignoramos en gran medida el desafío que trae su mensaje?
Conocer a Jesús siempre me ha parecido algo así como saber quiénes son tus padres. Es cierto: los podemos clasificar únicamente como fuentes de información.
Pensad, por un momento, lo diferente que sería nuestra vida si no supiéramos quiénes fueron nuestros padres. Sí, sólo se trata de información, pero de una información muy importante.
En mi opinión, se puede decir lo mismo del conocimiento de Jesucristo. Su vida, su doctrina, sus esperanzas, sus sueños y proyectos para vosotros y para mí: sólo es información. Pero, parecido al impacto que supone saber quiénes son nuestros padres, conocer a Jesús tiene la capacidad de cambiar nuestras vidas.
También habéis mencionado la realidad social de Europa hoy. Vuestra generación está trabajando, con otros que viven en esta parte del mundo, en el desarrollo de una nueva conciencia europea. Se percibe aquí un sentimiento de orgullo cuando realizáis estas tareas.
Este fin de semana, nos habéis dado muchas ideas útiles para nuestra vida de Hermanos. Por ejemplo, aunque recalcáis por una parte el regalo que ha supuesto para vosotros el carisma de Marcelino y la vida con los hermanos hasta la fecha, también nos recordáis que hay numerosos laicos y laicas que ven diferencias generacionales llamativas entre nosotros, del miedo al cambio y de una falta de comprensión existente en algunos hermanos sobre la participación de los laicos. Algunos de vosotros habéis tenido la sensación a veces de que algunos hermanos os ven como sustitutos necesarios aunque incómodos en nuestras obras educativas.
También sois conscientes de que para algunos colegas vuestros, trabajar en una escuela marista es sólo un trabajo; no buscan una implicación mayor. Os entristece pensar que también pueda suceder lo mismo entre los hermanos.
En este contexto, y sin mencionar obviamente todas las intuiciones e ideas que habéis compartido, nos animáis a que demos algunos pasos. En primer lugar, nos animáis a que trabajemos contra el miedo y los malentendidos estableciendo espacios regulares de diálogo entre Hermanos y los laicos y laicas.
Segundo, nos animáis a que ofrezcamos la posibilidad de una mayor corresponsabilidad en la misión. Más hermanos tienen que estar en puestos en los que tengan más contacto con los jóvenes; al mismo tiempo, hay muchos laicos competentes que pueden ocuparse de los trabajos administrativos. Nos animáis a que examinemos esta situación y a que actuemos en consonancia con los documentos de nuestros Capítulos y de otras reuniones.
Tercero, nos animáis a que brindemos nuevas oportunidades de comunidades mixtas de Hermanos y laicos. En el pasado, se han ensayado varios modelos, algunos todavía existen hoy. Debemos aprender de nuestra experiencia cuando construyamos estas nuevas oportunidades para el futuro.
Por último, nos animáis a que trabajemos en la clarificación de la identidad del Hermano Marista y del laico o laica que reivindica como propio el carisma de Marcelino Champagnat. Todos sabemos que ese sueño o carisma del Padre Champagnat fue regalado a la Iglesia y no a los Hermanos Maristas. Tenemos que dedicar tiempo a entender mejor el camino que estamos realizando como Hermanos y laicos, y a celebrar sus puntos comunes y sus diferencias.
El tiempo es breve y mis reflexiones de ahora son parciales. Para concluir, quisiera que recordáramos todo lo que Marcelino Champagnat era -sólo tenía 27 años- cuando fundó los Hermanos Maristas. Prácticamente, no poseía nada: una vieja casa en LaValla, dos candidatos para su Instituto a los que les faltaba formación e instrucción, y muchas deudas.
Lo que sí tenía Marcelino era un sueño, y una pasión. Y su pasión alimentó ese sueño que llegó a extenderse a 77 países de todo el mundo en los últimos 200 años y a convertirse en un movimiento en el que todos estamos comprometidos. Hoy necesitamos esa visión, ese coraje, la audacia de este sencillo sacerdote de pueblo y padre marista.
La vocación a la vida religiosa es algo así como el enamorarse. Por lo general, no es amor a primera vista; se parece más bien a ese proceso por el que una persona pasa de ser un simple conocido a ser un amigo, y después, alguien muy especial. Pero siempre debe haber pasión en el centro de toda vocación a la vida religiosa, una pasión por Jesucristo y su Evangelio.
Marcelino lo dijo de forma muy sencilla: Amar a Dios, sí, amar a Dios, y hacer que Dios sea conocido y amado; tal debe ser la vida de un hermano. Hoy este reto se dirige a todos nosotros, a Hermanos y laicos por igual. Hoy tenemos que estar, sin lugar a dudas, a la altura de las circunstancias, pues en nuestro mundo existen muchos niños y jóvenes pobres que necesitan urgentemente escuchar la Buena Nueva de Dios.

Seán D. Sammon, fms
Sigüenza, España, 23 enero 2005

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