Entrevista con el H.Giovanni Maria Bigotto, Postulador General

24.11.2005

A. M. Estaún.

El H.Giovanni Maria Bigotto es el Postulador General del Instituto. Está encargado de las causas de nuestros santos maristas. Habitualmente reside en Roma, pero este verano ha estado en Madagascar, dando retiros a los hermanos. Ha pasado 33 años de su vida allí y todavía pertenece a esa provincia.

Nos alegramos de que hayas hecho tu voto de estabilidad en la vida marista. Felicidades.
Sí. Fue el 16 de julio, sábado, día de Nuestra Señora del Carmen, cuando hice el voto de estabilidad en la capilla de los Hermanos Maristas de Mahatamana, Antsirabe. Fue en la misa de clausura de un retiro que acababa de dar a los hermanos de Madagascar, y ellos me acompañaron con sus oraciones cuando yo me comprometía mediante este voto en el momento previo a la comunión. Le había pedido al H. Sylvain Ramandimbiarisoa, Provincial, que apoyara su mano sobre mi espalda durante la emisión del voto.

¿Voto de estabilidad? ¿Puedes decirnos qué significa para un marista un voto de estabilidad y qué supone?
Yo volví a leer en aquel momento el artículo 170 de las Constituciones, que habla del voto de estabilidad y expresa bien lo que sentía por dentro:
Llegados a la edad en que percibimos mejor la armonía entre nuestra vocación personal y nuestra pertenencia a la familia religiosa que nos ha nutrido de su propia vida, podemos, cuando el Espíritu Santo nos lo inspire, solicitar emitir el voto de estabilidad.
Este paso expresa nuestro deseo de responder a la fidelidad de Dios, testimoniar nuestra gratitud a Santa María y al Instituto. Deseamos, también, reafirmar ante los Hermanos nuestro deseo de vivir con generosidad el ideal marista
Dialogando con Seán le expresé igualmente un cierto temor: ¿Qué más puedo yo hacer, ahora que los años avanzan y la salud se resiente? Pero he comprendido que el voto no significa necesariamente hacer más, sino sencillamente manifestar un gesto de amor.

¿Qué es lo que te ha impulsado a comprometerte mediante este voto?
Yo era muy consciente de que este voto ni es obligatorio, ni se lleva, ni es ya un requisito para determinadas responsabilidades. Como muchos otros, estaba al tanto de las críticas teológicas que se han hecho respecto a él. Despojado de estas cosas a lo mejor el voto tiene un poco más de sentido.
En la oración me venía regularmente el deseo de emitirlo. Eso ha durado años. Era un deseo de dar gracias a Dios después de muchos años de vida religiosa, 48 años; un deseo de volver a darme a él con más lucidez. Cuando hice los primeros votos tenía 19 años, en la profesión perpetua 25. Creo que hice esos votos con generosidad, pero ¿qué sabía yo de la vida?
Ahora que me acerco a los 67 años, he recorrido ya una buena parte de mi vida. He conocido sus alegrías, sus contratiempos, los momentos de gracia y pecado, las responsabilidades y el gozo del anuncio explícito de Cristo a los jóvenes. Sobre todo podía leer la fidelidad del Señor, la paciencia del Espíritu cuando la vasija de arcilla se agrietaba entre sus manos, siendo tan frágil. Sabía también que María me había dado la mano en los primeros días de la muerte de mi madre. Tenía yo entonces 11 años, y pocos meses después iba al juniorado de Gassino, con los Hermanos.
Sí, era sobre todo la necesidad de dar gracias a Dios y de reemprender el camino con él, como hacen las parejas casadas que vuelven a declararse su amor después de muchos años de vida juntos.

Tú sitúas este gesto de fidelidad en el contexto vocacional que se ha creado en el Instituto con el Año de la Vocación Marista. ¿Qué es lo que sientes de cara al futuro?
Me venía un cierto temor al leer la segunda parte del artículo 170 de las Constituciones:
Por el voto de estabilidad nos comprometemos a sellar nuestra fidelidad con un amor más delicado al Señor; a promover comunidades fervorosas y fraternales, que favorezcan el progreso espiritual de los Hermanos y el despertar de vocaciones; a poner todo nuestro empeño para orientar al Instituto en la dirección del carisma del Fundador; y a perseverar, aun en medio de las mayores dificultades personales o de nuestra familia religiosa.
¿Cómo asumir todo eso? Fue entonces cuando me vino la certeza de que éramos por lo menos dos al hacer el voto: Cristo y yo. Si por mi lado hay mucha fragilidad, del lado del Señor hay un amor fuerte, fiel, constante, que permite la audacia de seguir adelante.
Y para que el voto conserve su viveza, su frescor, y no caiga en la rutina o el olvido, todas las mañanas vuelvo a ponerlo entre la manos de María con la confianza de que en sus manos florecerá, llevará frutos; flores y frutos que desconozco absolutamente, pero que sé que no faltarán. Ésa es la certidumbre y la paz que María sabe poner en el corazón y en la vida.
Dos aspectos han venido a enriquecer este voto: sin que yo lo hubiese calculado la emisión fue un sábado y fiesta de la Virgen del Carmen. Para mí es una señal que la Buena Madre me da. El otro aspecto es que el voto viene en este año especial de las vocaciones que estamos viviendo en el Instituto.

De todos modos, no os olvidéis de rezar un poco por mí y por nuestra familia religiosa.

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