24 de noviembre de 2011 MéXICO

Contentos y agradecidos con el Onorúame-Eyerúame

“Me acuerdo que el 26 de enero de 1961, o más bien la víspera, el entonces superior de aquí de nosotros, el P. Benjamín Tapia, me dijo: ‘Mañana temprano quiero que estés en la pista’.” – así empieza su narración el hermano Jesuita Sergio de la Rosa, quien hace 50 años era el encargado de ir a la pista de aterrizaje en Sisoguichi, casi el único medio de acceso de ese tiempo – “Me dijeron que venía un avión y fuera a recoger unos pasajeros. Llegó el avión y vi que bajaban tres personas allí y luego me enteré que era el hermano Provincial de los maristas, el H. Jesús Rodríguez. Con él venía el que fue el primer superior de la comunidad marista aquí, Miguel García y alguien que, aunque esté aquí presente, me impresionó verlo, se me hacía muy penetrante su mirada y como que estaba viéndolo a uno por dentro: Jaime Nieto, aquí presente el Doctor. El mismo avión se regresó a Chihuahua y había cierta incomodidad porque era el mes de enero y en aquellos años pues nevaba mucho hacía unos días que había nevado y estaba muy frío el viento de la Sierra. Regresa el segundo vuelo y en él venían el H. Jesús Hernández y Benjamín Murillo, lo recuerdo como muy bonachón, siempre sonriente, muy amable… hice con todos ellos muy buena amistad…”

Así fue como arrancó el panel al comienzo de la fiesta para conmemorar el 50° aniversario de la llegada de los Hermanos Maristas a la Tarahumara. La Sierra Tarahumara está situada al sur del Estado de Chihuahua, México, y en ella vive este grupo étnico, que se denomina así mismo “rarámuri” (el de pie ligero). La fiesta se realizó en Sisoguichi, en el corazón de la Sierra, a partir del jueves 7 de julio a medio día.

Por la tarde de ese día nos narraron sus experiencias de los primeros años de la fundación algunos de los protagonistas: el hermano Sergio, que sigue todavía en Sisoguichi, el Dr. Jaime Nieto, miembro de la comunidad fundadora, y los hermanos Cristóbal Castillo y Carlos Preciado. También el hermano Noé Sotelo, exalumno de los primeros años del Instituto Sisoguichi, nos contó sus aventuras.

Motivados por estos bonitos recuerdos dialogamos con las preguntas ¿Qué experiencias has tenido con los maristas? ¿En qué te ayudó a ti como persona y como familia el compartir  con los maristas? ¿Qué es lo más importante que han aportado los hermanos maristas a la Sierra Tarahumara en estos 50 años? Se formaron cuatro grupos para compartir nuestras reflexiones. Los equipos estuvieron integrados por indígenas, por mestizos serranos y los dos últimos por mestizos foráneos, sobre todo jóvenes voluntarios y exvoluntarios. El diálogo fluyó muy profundo, expresando con gozo y agradecimiento las diferentes vivencias personales. El día lo cerramos con la cena y con una fogata en la que algunos de los actuales voluntarios ofrecieron una  impresionante muestra de malabares.

Al día siguiente, viernes 8 de julio, después de un sabroso desayuno preparado con la ayuda de las Hermanas Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, continuamos la reflexión por grupos con las preguntas siguientes: De la realidad de nuestros tiempos ¿qué es lo que facilita y qué es lo que más nos preocupa y es una dificultad para la misión marista en Tarahumara? ¿Qué esperamos de los maristas para los siguientes años en la misión de la Tarahumara?

Durante la presentación de cada grupo fue muy agradable el constatar tantas cosas que han marcado nuestras vidas, quedando resaltada la mano de María de Guadalupe que ha guiado nuestro caminar durante todos estos años. Los secretarios de cada grupo expresaron también nuestros deseos de que la misión marista siga adelante ante la difícil situación que estamos viviendo. Nos asombramos de que ahora somos muchos los maristas, hermanos y laicos, indígenas y mestizos, de dentro y de fuera de Tarahumara, que soñamos junto con San Marcelino en la educación evangelizadora de los niños y jóvenes serranos. Terminamos el momento de reflexión con la participación libre de los invitados y pidiéndole a María de Guadalupe que nos siga llevando de su mano.

Pero la fiesta apenas comenzaba. El grupo de asistentes nos trasladamos a las instalaciones del Instituto Sisoguichi para tomarnos la foto del recuerdo. En seguida comimos una sabrosa barbacoa, acompañados por el grupo musical Los Triunfadores de Norogachi, que vinieron a amenizarnos la tarde con alegre música norteña. Se fueron integrando cada vez más invitados. Estuvieron los amigos rarámuri que venían de Chinatú, Norogachi y Bawinocachi. También los voluntarios que apoyaron en los internados indígenas de esas comunidades durante el curso escolar. Vinieron hermanos y exhermanos que dieron parte de su vida en la Sierra Tarahumara. Estuvieron presentes amigos sacerdotes, religiosas y laicos con quienes compartimos la labor pastoral y educativa. Nos dio gusto que también nos acompañaron vecinos de la localidad y de otras poblaciones vecinas, tanto rarámuri como mestizos, para vivir la fiesta como a Dios le gusta que se haga.

Por la tarde comenzó la fiesta rarámuri del yúmari –acción de gracias– con el saludo a la cruz, guiado por cantadores rarámuri de Bawinocachi, Norogachi y Chinatú. Fuimos pasando a saludar a la cruz, desde los 4 puntos cardinales, pues Onorúame –Dios– está en todos los rincones del mundo. En seguida nos saludamos los participantes, pues todos somos importantes en la fiesta. Comenzamos a danzar el yúmari, formando una línea, caminamos yendo y viniendo hacia el altar de la cruz, acompañando a los cantadores. Más adelante comenzaron a danzar los diferentes grupos de matachines acompañados de la guitarra y el violín. Bailaron matachines de Chinatú, Norogachi, Bawinocachi, Sojáwachi, etc. Empezaron dentro de la Iglesia y luego se pasaron a danzar frente a las cruces instaladas en las canchas de juego de la Escuela. Bailando matachín hasta el amanecer agradecemos a Dios por lo que nos da y le pedimos que se reacomode la armonía en la comunidad.

Por la noche, hicimos un paréntesis en la danza para iniciar la celebración eucarística presidida por nuestro Señor Obispo, Rafael Sandoval, acompañado por los padres Gabriel Parga, exhermano marista, y por Gilo y Neftalí, padres jesuitas. Después de las palabras de bienvenida, tuvimos el acto penitencial y la Liturgia de la Palabra, centrada en la parábola del sembrador. El Señor Obispo nos dirigió la homilía y los gobernadores indígenas también nos ofrecieron su nawésare o sermón dicho en su idioma rarámuri. También nos ofrecieron su mensaje el H. Manuel Franco, Chiquilín, representante del H. Provincial y otros amigos. Así continuamos la fiesta, reflexionando y “soñando” la Palabra durante la noche, algunos a través de la danza y otros tomando algunas horas de sueño.

En la madrugada del sábado 9 de julio los cantadores ofrecieron a Onorúame la ofrenda de las tortillas y el tónari –carne– que se compartirá más tarde. Antes de comer, se debe convidar a Dios de lo que él nos ha dado para todos. Como a las 8 de la mañana continuamos nuestra celebración eucarística, con el canto del ofertorio, animado por varias hermanas religiosas de Sisoguichi y otros amigos. Después de resaltar el momento de la consagración terminamos la eucaristía compartiendo el cuerpo y sangre de Cristo en la comunión.

También finalizamos la celebración del yúmari recibiendo una “curación”, a través de una bebida ritual y una aspersión. La fiesta se continuó a través del tónari –caldo de res– que se comparte a todos los asistentes y del teswino, bebida de maíz fermentada, que tomamos a lo largo del día en casa de los fiesteros. En esta ocasión las familias de Beto, Lupe y Graciela, se ofrecieron amablemente a prepararlo con más de una semana de anticipación.

Así terminamos la fiesta, contentos y agradecidos con el Onorúame-Eyerúame  –el Dios Padre-Madre– que nos ha cuidado durante estos 50 años, y con todas las amigas y amigos que han hecho posible que la obra marista haya crecido y llevado el mensaje de Jesús y María, al estilo de Champagnat, a través de estas barrancas y montañas de la Sierra Tarahumara.

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