28 de abril de 2023 CASA GENERAL

Derecho de los Niños a la Educación

Al caminar siempre nos estamos ‘cayendo’, y tenemos que hacer el esfuerzo por buscar el equilibrio” (Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga – La vida contada por un sapiens a un neardenthal)

Cuando hablamos de educación lo estamos haciendo de un proceso, de un continuo, de un camino que podríamos decir que dura toda la vida. Por ello, podemos unirnos a la frase que introduce este artículo. En todo proceso de aprendizaje, de educación, los nuevos aprendizajes provocan en la persona una constante búsqueda de equilibrio. Como educadores, como Maristas, siempre estamos en busca del “equilibrio”, en busca de dar estabilidad a los niños y jóvenes a quienes queremos ayudar en su educación.

La educación, en su sentido amplio, consiste en ofrecer a los niños y jóvenes las herramientas necesarias para que puedan desarrollarse plenamente. Un desarrollo que ha de contemplar todas las áreas de la personalidad. Y sí, este es uno de los objetivos esenciales de la educación Marista, especialmente entre aquellos que tienen más dificultades en acceder a este derecho reconocido por las Naciones Unidas.

Las Naciones Unidas, en el artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos recuerda este derecho de todo ser humano. Niños y jóvenes focalizan nuestro esfuerzo principal en la educación, si bien también los Marista estamos comprometidos en la educación de personas adultas que no tuvieron la oportunidad cuando eran niños o jóvenes. No faltan presencias Marista que ayudan a jóvenes adultos, a madres, a personas migrantes…Existen proyectos especialmente enfocados en la educación de las niñas, quienes muchas veces tienen una mayor dificultad en el acceso a la escuela.

Marcelino, desde el inicio de la fundación del Instituto Marista, explicaba claramente en qué consistía la educación: “Para educar a los niños hay que amarlos, y amarlos a todos por igual”. Y podríamos seguir con la invitación a adoptar los medios necesarios para proporcionarlos las herramientas para tal fin.

En este sentido, nuestro papel de educadores, de líderes en una educación cristiana y marista, y por lo tanto en una educación integral, nos obliga a “ponernos en los zapatos del otro”, tal como nos recordaba el H. Emili Turú (Superior General, 2009-2017) en su escrito Nos dio el nombre de María. Porque para educar, porque para amar, es necesario “conectar el ámbito de las ideas y de la razón, pero también el mundo de los afectos” (H. Óscar Martín, Consejero General).

Educadores y catequistas, así nos quería Marcelino. Educar en la ciencia, en el conocimiento, en la sociedad, en la fe, en la espiritualidad… Educar plenamente. Este sigue siendo hoy, en pleno siglo XXI, nuestro reto.

Marcelino “se entregó a la educación y evangelización de los jóvenes, atendiendo con prioridad a los más abandonados” (Circular H. Ernesto Hogares de Luz). Esta sigue siendo hoy, en pleno siglo XXI, nuestra prioridad.

Terminamos este artículo recordando las palabras del H. Ernesto, en su circular, deseando que “toda misión que realizamos sea un espacio de luz, que replique y multiplique la experiencia de un hogar de luz … junto a los jóvenes”. Una luz que alumbre nuestro caminar y el de nuestros jóvenes, que no es otra que la de Cristo resucitado. Una luz que nos equilibra como personas, como cristianos y como Maristas.

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H. Ángel Diego García Otaola – Director del Secretariado de Solidaridad

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