Cuatro preguntas sobre la canonización

H. Benito Arbués

¿Por qué la Iglesia canoniza?

Todo grupo humano o religioso necesita “modelos de referencia”, líderes que sean expresión de sus ideales o metas . Y cuando estos personajes no los encontramos en la vida real nos sentimos desorientados. No dudo que en la experiencia y en la mente de cada uno de vosotros y vosotras está presente el recuerdo de personas que han tenido un impacto positivo en vuestro crecimiento humano y espiritual. ¿Recuerdas qué personas han sido punto de referencia en la orientación de alguna etapa de tu vida? ¿Qué santos o santas han influido en ti?

La Iglesia es un grupo humano-divino que también necesita líderes como expresión de sus ideales evangélicos en cada etapa de la historia. Necesita modelos de referencia, hombres y mujeres, que con su vida, han puesto de manifiesto un estilo y una forma evidente de ser discípulos de Jesús. Tiene necesidad de ellos siempre pero, de modo especial, en etapas de transición. En esas situaciones complejas y de cambio, necesita personas intuitivas, con carisma, profetas, personas que propongan utopías de esperanza y conduzcan hacia esas metas. Algo parecido se puede decir de un instituto religioso o de la misma sociedad.


¿Cómo se hace un santo o una santa?

En la vida normal, la Iglesia ha establecido unos procesos para autentificar la santidad de algunas personas a fin de presentarlas a la comunidad eclesial y al mundo como hombres o mujeres “santos”, es decir, modelos de vida evangélica, testigos sobresalientes de la fuerza del Espíritu Santo en el mundo.

Los procesos que concluyen con la canonización requieren serios trabajos sobre la vida, los testimonios y la irradiación espiritual que después de su muerte sigue suscitando la vida de una persona cristiana. Entre los signos necesarios para una canonización se requiere una señal milagrosa atribuida a la intercesión de esa persona. Normalmente suele ser la curación de una enfermedad, ocurrida de forma inexplicable, cuando los médicos ya no tienen soluciones a partir de los adelantos con que la medicina cuenta en ese momento concreto. En el caso del P. Champagnat el milagro se realizó en la persona del hermano Heriberto Weber el año 1976, en el Uruguay.

Son varias las personas que preparan la información y los documentos necesarios para cada proceso de canonización. Al responsable directo se le llama “Postulador de la Causa”. Por parte del Vaticano hay expertos que estudian y autentifican los hechos presentados, si es el caso. En este grupo de personas se incluyen médicos que ejercen su profesión y, además, prestan este servicio en los asuntos de su competencia.

Actualmente los seglares pueden ser “Postuladores”. Conozco uno que dejó el trabajo de abogado y optó por este servicio eclesial. Me comentaba que esta experiencia le está siendo muy valiosa para su vida cristiana y con fino humor añadía: “Mi esposa me dice que hago “santos” a otros pero que yo no lo soy”.


¿Para qué sirven los santos y santas?

¿Qué quiere decir que una persona es reconocida como “santa” por la Iglesia? ¿Significa que nació “santa” y que vivió la perfección cristiana siempre y sin límites de ningún tipo?

Cuando la Iglesia canoniza a alguien y lo propone como modelo de vida cristiana, lo que nos está diciendo es esto: dejaos formar… dejad que el amor de Dios os transforme (os convierta)… dejad que vuestro corazón responda generosamente a ese amor de Dios. El amor es más fuerte que la muerte (y el pecado es muerte); el amor triunfará en vosotros si le dejáis. Tal como hizo Marcelino Champagnat.
Creo que hay que situar la canonización en el normal desarrollo de una vida cristiana que se deja guiar por el Espíritu de Dios. Alguien que sin dejar de experimentar los propios límites (e incluso pecados) se abre con generosidad a la gracia e intenta con decisión dejar que el Espíritu moldee en su vida la imagen de Jesús. “Revestirse de Cristo”… “Tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (cf. Col. 3, 12-16).

Con frecuencia se tiende a igualar al “santo” con la milagrería. Pero no. El santo no es un superhombre. No es un “extra-terrestre”. Santo es uno que hace con su vida algo que los demás no suelen hacer. Buen número de personas: nacen, crecen, juegan, comen y beben, trabajan, desean, aman, traicionan, se arrepienten de ser vulgar y lo siguen siendo, piensan en sí mismas pero ignoran a los demás… el recuerdo de tal vida se diluye pronto. A nadie le interesa, porque fue una vida “sin vida”.

Santo (o santa) es una persona que dedica su vida (no sólo algunos años) a que algunas cosas importantes cambien. Y para cambiar lo que está mal no hay más técnicas que cambiar la propia vida y ponerla al servicio del Reino de Dios. Está claro que no es posible “ganar todo el mundo sin perder la vida” (cf. Mt. 17, 22-23) sin darla generosamente y por amor y sin una actitud de rectificar y superar los errores (¡conversión!). Y esa es la trayectoria de los santos y santas. Todo santo tiene sus límites. Y los reconoce (precisamente ésta es una buena señal de que se vive auténticamente la conversión, la purificación, la santificación). El santo nunca dirá: “Señor, yo no soy como los demás” (cf. Lucas 17, 11-13). Es consciente de su real debilidad. No tiene falsas humildades.

Un día preguntaron a un anciano monje qué hacían en el monasterio, y él respondió: “¡Bueno! Caemos y nos levantamos, caemos y nos levantamos…”. El hecho de que hayamos optado por vivir nuestra fe cristiana de forma coherente o nuestra vocación como Hermanos consagrados, no nos pone al abrigo de las dificultades para llegar a ser adultos en Cristo. El crecer en madurez exige que atravesemos períodos de crisis. Y en esas situaciones tenemos necesidad de un entorno en el que podamos caer y levantarnos mientras andamos titubeando hacia el Reino de Dios. ¿Nos sirven de apoyo nuestras comunidades o grupos de vida cristiana en ese momento?

Personalmente siento la canonización de Marcelino Champagnat como un don de Dios y un regalo de la Buena Madre para toda la Familia Marista. Para los hermanos es una gracia que nos reafirma en nuestra vocación como consagrados laicos que deseamos seguir a Jesús tras las huellas de Marcelino evangelizando a los jóvenes mediante la educación. Para las personas seglares y sobre todo, para los jóvenes, la canonización es la justificación del amor y admiración que sienten por Marcelino y la confirmación de que, en la vivencia del Evangelio, en Champagnat tienen un modelo a imitar.


¿Cómo celebrar la canonización de Marcelino?

Los hermanos del Consejo General hemos compartido nuestras expectativas sobre la canonización y el significado que para nosotros tiene, en este momento concreto de la vida del Instituto, de la Iglesia y teniendo en cuenta la niñez y la juventud, porque ellos y ellas están en el centro de la misión que nos transmitió Marcelino.

De forma breve indico algunos de nuestros deseos y esperanzas:

a) Creemos que la canonización es un don, una gracia y una oportunidad para iniciar una nueva etapa en el Instituto, en la que hermanos y “personas seglares que se sienten maristas” asumamos compromisos en la línea del carisma y de la espiritualidad de Champagnat. Se trata de animarnos a mirar hacia delante para “renacer”, sin detenernos en la alegría de ver realizado lo que durante tantos años hemos deseado y pedido.

b) Valoramos este acontecimiento como un tiempo favorable para profundizar en nuestra espiritualidad tal como lo expresan nuestras Constituciones : “La espiritualidad que nos legó Marcelino Champagnat tiene carácter mariano y apostólico. Brota del amor de Dios, se desarrolla por nuestra entrega a los demás y nos lleva al Padre. Así armonizamos apostolado, oración y vida comunitaria” (C 7).

c) Deseamos vivirla como un acontecimiento eclesial que nos ayude a integrarnos más en la Iglesia local y diocesana. En la canonización podemos encontrarnos todos: hermanos y seglares con quienes compartimos misión y espiritualidad, las cuatro congregaciones maristas, otras familias religiosas con quienes estamos muy cercanos en la misión y en un estilo de vida consagrada muy similar como son los “Institutos de hermanos”.

d) Nos gustaría celebrarla con otras congregaciones e instituciones que, como nosotros, esperan la canonización de alguno de sus “beatos o beatas”. Y a esto nos mueve el deseo de ampliar nuestra visión de la Iglesia y compartir el mismo acontecimiento con otras familias religiosas.

e) Nos sentimos impulsados a situarnos, como Marcelino y con él, ante un mundo que se nos ofrece como “mies abundante” y que espera segadores. Un mundo de jóvenes que espera encontrarse con el “hermano” amigo, presente y cercano a su realidad, compañero de ruta con quien compartir la búsqueda de Dios, el “hermano” que ama y que como Marcelino “cada vez que se encuentra con un niño, con un joven… sienta deseos de decirle cuánto lo ama Dios”. Por ello nos gustaría que los niños y jóvenes, ellos y ellas, estén muy presentes, sean protagonistas activos, porque son los amigos y las amigas de Marcelino.

f) Queremos estar abiertos al Espíritu para dejarnos interpelar por las situaciones del mundo (injusticia, pobreza, marginación …). Se trata de descubrir y responder con el corazón de Marcelino a los “Montagne” de hoy. Abrigamos la esperanza de “re-leer el carisma marista, mirar con ojos de Champagnat, apropiarnos de su corazón” para que el Instituto Marista opte más decididamente por los pobres, porque ellos tienen derecho a nuestra preferencia.

H. Benito Arbués,
Superior General – 1998