Carta a Marcelino

P. Catherin Servant

1840-05-14

Nueva carta del buen P.Servant, misionero en la Polinesia, con narrativa simple y espiritual de sus actividades. Tiene el mismo estilo todas sus otras misivas, dirigiéndose al P.Champagnat siempre con grande respeto y amistad, tratándolo como Superior, y recordando la influencia positiva recibida en l?Hermitage. Aprovecha el viaje de una embarcación que regresa para Europa para redactar esa carta. (Cfr. H.Ivo Strobino, nota introductoria al texto, ?Cartas Passivas?)

a 14 de mayo de 1840

Hete aquí que un navío francés zarpa mañana para Francia. Aprovecho la oportunidad para escribirle unas líneas.

Estoy todavía en ?Baie des Iles?, tal como hace algunos meses se lo hacía saber. No me encuentro de ocioso. Además del trabajo que me doy haciendo escritos en la lengua nativa, que Monseñor me encarga, cada día doy una pequeña instrucción a los nativos; y los domingo predico en inglés.

Entre los neófitos y los catecúmenos de este centro, los hay que llevan una vida del todo edificante, y que se distingue por la sencillez de su fe y la inocencia de costumbres. Hace poco tiempo, una neófita me contaba que, encontrándose enferma, se puso en oración toda la noche, y que al amanecer ya estaba totalmente recuperada.

De cuando en cuando tengo la oportunidad de visitar a los nativos enfermos en sus respectivas tribus, de llevarles los socorros de nuestra religión y de instruirlos y prepararlos para la recepción del bautismo. Nunca olvido dar el nombre de María, al menos a una persona por tribu. Al hacer mis pequeñas correrías, exigidas por mi ministerio [sacerdotal], algunos nativos me han mostrado el lugar donde el capitán Marion, 67 años de edad, fue asesinado. Es una montaña pequeña cubierta de árboles de gran sabor que los lugareños llaman kaari. Cuando lo mataron, su cuerpo fue colocado sobre la arena, que ya está sobre la ladera de la montaña. A dicho lugar se le llama Manawaoro.

De acuerdo a la información que me han dado algunos nativos, el capitán Marion traía a bordo a su mujer y a tres de sus hijos. Entre ellos se encontraba una niña, a quien decían Miki. Como ésta tuvo ganas de comer pescado, Marion desembarcó en un sitio llamado Terawiti.

Tal sitio era donde hacía cortar árboles para mástiles de su navío. El jefe del lugar, llamado Arauhi había ofrecido resistencia a tal proyecto, no sé exactamente porqué, pero el caso que por ello fue castigado. Entonces, este jefe gestó en su cabeza el asesinato del capitán Marion. Llevó a cabo su crimen ayudado por uno de los suyos llamado Kurikuri.

Los nativos conservan todavía un canto que habían compuesto en ocasión del asesinato del capitán francés. Helo aquí: Naura, o miki o tangi ki te ika i mate ai Marion Kurikuri i he¬rehere hangareka i Arauhi i mate ai Marion. (Victoria, oh Miki. Es el deseo de pescado. Marion está muerto. Kurikuri ha sido encadenado por la astucia de Arauhi. Marion está muerto.)

Vuelvo, mi reverendo Superior, a la continuación de la narración de mis ocupaciones, como información para usted. Actualmente estoy visitando con cierta frecuencia a un prisionero. Se trata de un pobre nativo que asesinó a un inglés. Se encuentra en la cárcel en espera de su sentencia de muerte.

Durante una pequeña entrevista que tuve con él, le propuse las ventajas que él tenía de morir en el seno de la Iglesia Católica, pues había sido educado por dos herejes. Me dijo que nunca había sido tan malo como cuando estaba, y que estaba dispuesto a volverse católico

Mientras que lo instruía acerca de las principales verdades de nuestra religión, cuando le hablé del infierno como la casa a la que estaba destinado, le indiqué que sin embargo dependía de él mismo evitar el infierno e irse al cielo preparándose a recibir la gracia del bautismo.

Después de mi primera visita, un pastor protestante vino al encuentro del prisionero en cuestión, pero por lo que cuenta el carcelero, el prisionero no se dignó dirigirle la palabra.

Otra pequeña historia que le hará bendecir a la Divina Providencia. Hace pocos días fui a llevar socorro a nuestro establecimiento de Wangaroa. Es un viaje de un día, ordinariamente por mar y prácticamente sin peligro alguno, sobre todo cuando el mar está tranquilo.

Después de haberme edificado con la pobreza de los Padres de Wangoroa y de su alojamiento tan modesto, que me hacía pensar en Nazareth, volví a Baie des Iles. Durante la travesía me tope con un mar terriblemente agitado. No me era posible regresarme a causa de los vientos contrarios tan fuertes. Al ver que no podría soportar la impetuosidad de las olas con mi navecilla tan frágil, dirigí la embarcación hacia la orilla. Pero la barca se llenó de agua antes de llegar a la orilla. Con un esfuerzo extra que hicimos, yo y los dos marineros que me acompañaban, logramos alcanzar la orilla a pesar del furor del oleaje.

Ahí en la orilla, pasé la noche en una choza de los nativos, abandonada de largo tiempo atrás y convertida en guarida de lagartijas. Esos animales inoportunos interrumpen nuestro sueño con sus gritos agudos y su cantidad enorme, pero los preferimos a tener que padecer las molestias de los vientos huracanados.

Al día siguiente, el mar estaba del todo tranquilo. Nos embarcamos de nuevo. Pronto el mar y el viento se vuelven contra nosotros. Nos vimos constreñidos a evitar la entrada hacia ?Baie des Iles? y a continuar hacia el sur.

Estaba oscuro, nos esforzamos de ganar tierra, pero no encontrábamos sino rocas contra las cuales temíamos ser estrellados. Nos quedamos en el mar, transido de frío. Al día siguiente, a base de remos pudimos ganar tierra, y después caminamos hacia un lugar abandonado y desierto.

SERVANT, mis. ap.

Edición: CEPAM

fonte: Cahier 48L.41

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