Carta conjunta de las Superioras y Superiores de las cuatro ramas maristas

31/01/2008

Las Superioras y Superiores generales de las cuatro ramas maristas, Judith Moore, smsm, Monica O?Brien, sm, Jan Hulshof, sm, y Seán Sammon, fms, han dirigido una carta conjunta a ?sacerdotes, hermanas, hermanos y laicos llamados a vivir el carisma marista?. El título de la carta es ?Vida y misión maristas, dones del Espíritu para nuestro tiempo? y lleva fecha de 1 de enero de 2008, fiesta de Santa María, Madre de Dios.
Esta iniciativa ha surgido ante el hecho de que las cuatro ramas de la Familia marista van a celebrar Capítulo general en breve. En el mes de junio de este año 2008, comenzarán las hermanas maristas, tres meses más tarde harán lo propio las hermanas maristas misioneras, congregándose en su casa de la Via Cassia romana. Los sacerdotes y hermanos de la Sociedad de María, así como los Hermanitos de María, les seguirán al cabo de un año, con Capítulos previstos para la segunda mitad de 2009.

Vida y misión maristas, dones del Espíritu para nuestro tiempo

Roma, Italia
1 de enero de 2008, Fiesta de Santa María, Madre de Dios

Queridos sacerdotes, hermanas, hermanos y laicos llamados a vivir el carisma marista:

En el mes de junio de este año 2008, un grupo de hermanas maristas del mundo entero se reunirán en Roma para celebrar su Capítulo general. Tres meses más tarde harán lo propio las hermanas maristas misioneras, congregándose en su casa de la Via Cassia romana. Los sacerdotes y hermanos de la Sociedad de María, así como los Hermanitos de María, les seguirán al cabo de un año, con Capítulos previstos para la segunda mitad de 2009.

También los laicos maristas, hombres y mujeres, de todas las latitudes han mostrado vivo interés en las sesiones capitulares que van a tener lugar en el plazo de estos dos próximos años. Su movimiento es mundial por naturaleza, pero debido a la diversidad que existe en sus estructuras y a la ausencia de un único liderazgo para sus muchos rostros, la comunicación directa con ellos puede resultar difícil. Sin embargo, hacemos alusión a este sector importante de nuestra vida marista varias veces a lo largo de este mensaje, y esperamos que su contenido sea compartido no sólo con nuestros hermanos y hermanas en la vida consagrada, sino también con los miembros del laicado.

Un Capítulo general es una bendición para toda congregación religiosa, ya que significa para ésta un intenso momento de esperanza. Los que toman parte en un Capítulo no sólo tienen ante ellos la tarea de evaluar el pasado reciente del grupo, sino también la de mirar hacia adelante y establecer objetivos para su futuro inmediato.

En calidad de superiores de las cuatro ramas que llevan el nombre de maristas, aprovechamos este tiempo de preparación de nuestros próximos Capítulos para decir unas palabras sobre el proceso de renovación que se está desarrollando en nuestras familias religiosas. Deseamos transmitiros algo de lo que se nos va a pedir a todos nosotros, si queremos vivir en plenitud el espíritu de esperanza que había en el seno de aquel grupo de jóvenes sacerdotes y seminaristas, que un día se reunieron en Fourvière e hicieron promesa de fundar nuestra Sociedad. Ojalá que estas líneas sirvan para honrar su coraje y valentía, a la vez que nos ayudan a todos a enriquecer nuestra reflexión y oración.

Unas palabras sobre nuestros orígenes

Los hombres y mujeres que fundaron las ramas de la Sociedad de María eran soñadores y activos. Soñadores capaces de contemplar un futuro, y activos a la hora de materializar esos sueños. La mano de Dios, que no el destino, hizo que las vidas de Marcelino Champagnat, Jeanne Marie Chavoin, Juan Claudio Colin, y once misioneras pioneras se entrelazaran en la historia. Ansiosos de renovar la Iglesia de su tiempo, y llenos de celo evangélico, se lanzaron a una común aventura que dura hasta nuestros días.

Ellos vivieron en un mundo que no se diferenciaba mucho del nuestro. Un mundo caracterizado por rápidos cambios sociales, marcado por movimientos revolucionarios que aún estaban recientes, con una Iglesia que trataba de encontrar su sitio de nuevo. Un mundo, en suma, que tenía una necesidad desesperada de oír la Buena Noticia de Dios. Nuestros fundadores y fundadoras dieron respuesta a esta realidad desafiante, aportando su fe, su espíritu misionero, su deseo de servir a la Iglesia en los ambientes marginados de la sociedad, su espíritu de sencillez y generosidad.

La visión inicial de los primeros maristas abarcaba a sacerdotes, hermanas, hermanos y laicos. Aquellos protagonistas de los orígenes estaban verdaderamente ansiosos de hacer marista el mundo entero. En el corazón de su proyecto estaban Jesús y María. Jesús era el centro y la pasión de sus vidas; María, su madre y discípula más relevante, les señalaba el camino para ir en pos de Él. Ella ocupó un lugar especial en su peregrinación de fe, y en la de los miembros de los grupos que fundaron.

Cada rama conserva con amor las expresiones favoritas mediante las cuales se manifiesta este vínculo con María, por ejemplo ?llamados por la graciosa elección de María? o ?María nuestra Buena Madre?. La madre de Jesús revela un único rostro dentro de las distintas ramas de la Sociedad. Esta mujer de honda fe, con el tiempo, se convirtió para todos nosotros en un modelo de lo que la Iglesia puede y debe ser. Cuando el padre Colin viajó a Roma en 1833 en busca de la aprobación de la Sociedad, llevaba impresa en su corazón la imagen de una Iglesia mariana.

Dones del Espíritu en el momento presente

Nosotros somos hoy depositarios de los dones que el Espíritu trajo a la Iglesia a través de cada uno de nuestros fundadores. Las circunstancias de nuestro tiempo nos retan a redescubrir los carismas que descansan en el corazón del movimiento marista, para vivirlos de nuevo a la luz de los signos de los tiempos. Pero fracasaremos en esta tarea si no dejamos que Dios penetre en nuestros corazones e ilumine nuestros planes, nuestras esperanzas y sueños, nuestras vidas en definitiva.

Nosotros estamos llamados a vivir los carismas que reconocemos con el nombre de maristas. Cada uno de ellos es un don de Dios para nuestra Iglesia. Cada uno de ellos tiene una función importante que cumplir en la renovación de la Iglesia, en favor de los hombres, mujeres y niños de hoy. Pero para que nuestras congregaciones respectivas puedan llevar adelante esta misión, antes tienen que dejarse encender y transformar por el fuego del Espíritu. De unos años a esta parte, hemos ido comprendiendo cada vez mejor la naturaleza del carisma, y el papel que éste desempeña en la vida de toda congregación religiosa. El papa Pablo VI lo describió acertadamente, cuando nos recordaba que el carisma era nada más y nada menos que la presencia del Espíritu Santo. A nosotros ahora nos toca preguntarnos con honradez: ¿estamos realmente dispuestos a dejar que el Espíritu de Dios, que estuvo tan activo y tan vivo en nuestros fundadores, viva y aliente dentro de nosotros hoy?

Nuestros próximos Capítulos generales ante los retos actuales

Nuestros fundadores, ellos y ellas, fueron personas ordinarias que respondieron de manera extraordinaria a la gracia de Dios en sus vidas. Si bien era cierto que cada uno de ellos tenía unos dones especiales, todos ellos tuvieron que luchar con sus limitaciones, su pecado, su necesidad de redención. A pesar de eso, fueron audaces y osados en dar su respuesta a la crisis de innovación que sufría la Iglesia en el contexto de la Francia post-revolucionaria.

Al contrario que muchos de sus contemporáneos, ellos miraban hacia el futuro para encontrar las respuestas, sin caer en la tentación de buscar las soluciones en el pasado. En este sentido, nuestros fundadores fueron verdaderos pioneros.

De un modo semejante, a nosotros hoy, como congregaciones, también se nos plantean cuestiones importantes. El mundo y la Iglesia atraviesan una época marcada por la rapidez de los cambios. Ningún campo de la vida permanece intacto, ya se trate del medio ambiente, las tecnologías de la información y comunicación, las relaciones humanas, la vida espiritual, u otros muchos aspectos. También nuestras congregaciones han experimentado sus cambios correspondientes, con el envejecimiento de sus miembros, la afluencia progresiva de vocaciones procedentes del hemisferio sur, la reestructuración de numerosas provincias, y los nuevos horizontes de misión.

La historia ha conducido a cada una de las ramas por diferentes caminos. Ahora tenemos mucho que aprender unos de otros, y mucho que compartir. En estos momentos en que los miembros de las cuatro ramas maristas nos preparamos para los próximos Capítulos, es bueno que fomentemos entre nosotros un sincero espíritu de colaboración recíproca que contribuya al desarrollo de la vida y misión de toda la familia marista. Animamos a los miembros de cada una de nuestras congregaciones a participar en una seria reflexión con los demás miembros de la familia marista, y a hacer una lectura conjunta de los signos de los tiempos. ¿Seremos capaces de escuchar los gritos de nuestro mundo y responder juntos con apertura y generosidad de espíritu?

A la vez que trabajamos en unión para construir otro nuevo siglo de vida y misión, hemos de ir estrechando los lazos con las personas laicas que, inspiradas en el carisma marista, arden en deseos de compartir nuestra común espiritualidad y misión. Codo a codo con ellos, esforcémonos por ayudar a que nazca una Iglesia mariana. Y pidamos al Señor que nos conceda la misma generosidad de corazón que dio a Juan Claudio Colin, Jeanne Marie Chavoin, Marcelino Champagnat, y Françoise Perroton junto con las otras pioneras.

Y así, según nos vamos acercando a nuestros respectivos Capítulos generales, hagamos lo mismo que nuestros fundadores: ¡pongámonos en pie y a trabajar! Recemos también para que Dios nos dé un corazón como el de María, a fin de que permanezcamos atentos a su Palabra y podamos traer a su Hijo a nuestro mundo, siendo de esa manera, como Ella, testigos de la Buena Noticia de Jesús.

Con nuestros mejores deseos,

* Jan Hulshof, SM
* Judith Moore, SMSM
* Monica O?Brien, SM
* Seán Sammon, FMS

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