Seán D. Sammon, FMS – Cochabamba

31.01.2003

PALABRAS PRONUNCIADAS CON OCASIÓN DE LA APERTURA DE LA REUNIÓN DEL CONSEJO GENERAL AMPLIADO EN COCHABAMBA,BOLIVIA
Hermanos, permítanme unas palabras de bienvenida. Si la capacidad para los idiomas no es mi plato fuerte, sí lo es la bienvenida sincera y sentida que les doy. Se la trasmito en nombre de Luis y de los miembros del Consejo General: Emili, Peter, Pedro, Antonio, Theoneste y Maurice. Ellos, más Ernesto, de la Administración general, y los hermanos que han conformado los Equipos de Visitas llevan en la región varios meses. Los miembros del Consejo general, con la colaboración de estos hermanos, acaban de terminar cuatro fructíferos días de preparación de este encuentro.

La reunión que estamos iniciando constituye la tercera fase de las visitas a la región. Empezamos nuestro trabajo con una serie de retiros, conscientes de que el mensaje del Capítulo era bien claro: necesitamos un despertar espiritual y un cambio de corazón para que la renovación auténtica arraigue y se profundice. Pueden ayudarnos la planificación pastoral y otros métodos de organización, pero, si Jesús no se convierte en el centro de nuestras vidas, la tuya y la mía, y si nuestra confianza en María no es tan fuerte como lo fue en Marcelino, fracasaremos a la hora de asumir en plenitud el reto que tenemos por delante: el renacer de este Instituto y de esta misión que tanto amamos. Lo que requerimos es una revolución del corazón: del tuyo y del mío.

Se cumplen ahora cien años de cuando 900 de los 1500 hermanos que existían en Francia, en ese momento, dejaron su país. Las leyes de secularización fueron de tal calibre que los hermanos se enfrentaron a un posible desastre. Sin embargo, creativos en el pensar, audaces en la acción e incondicionales en su fe, dieron pasos que han hecho posible que nuestro Instituto esté hoy presente en 77 países, trabajando para llevar a cabo su misión de evangelizar a los niños y jóvenes pobres. Ellos dejaron Francia y partieron a países de los que no conocían el idioma, ni comprendían su cultura. Posiblemente, partieron sin considerar los riesgos a los que se estaban exponiendo.

Hoy, se nos presenta a nosotros el desafío de ser tan creativos, audaces y confiados como lo fueron estos 900 hermanos. Esta región del Instituto es rica en recursos humanos y espirituales. Ustedes disponen de un número grande de hermanos jóvenes, una vasta gama de instituciones, hermanos bien formados y preparados para servicios pastorales, para servicios de liderazgo en las Provincias y en los Distritos y para la formación. Al mismo tiempo, como en cualquier otra parte de nuestro Instituto, ustedes encaran desafíos que deben ser enfrentados si quieren completar la renovación. Pido al Señor que en estos días que vamos a pasar juntos, los podamos compartir porque tenemos raíces comunes con Marcelino en su pasión por Jesús, en su confianza incondicional en María, en su carisma y en sus sueños.

Marcelino se asombraría al ver los recursos que existen hoy en nuestro Instituto, y pienso que perdería, a veces, su paciencia con nosotros. Después de todo, cuando nos fundó, tenía poco más que dos muchachos campesinos sin educación, y una casa que podría describirse respetuosamente como necesita reparación. Pero Marcelino Champagnat tenía un sueño y ese sueño lo cambió todo porque, al fin y al cabo, era el sueño de Dios para su vida.

Ese sueño ha cambiado las vidas de más personas de las que podamos imaginarnos. Ese sueño ha traído la Buena Noticia de Jesucristo a las vidas de muchos jóvenes pobres. Ese sueño nos desafía hoy a enfrentar el futuro de la vida y misión maristas aquí, en América Latina, con audacia, con esperanza y con fe en Jesucristo y en su Buena Noticia.

¡Bienvenidos!

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