26 de octubre de 2020 CASA GENERAL

Forzar la primavera – H. Ben Consigli

«Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias cesaron, se han ido. Brotan las flores en el campo, llega la estación de la poda, el arrullo de la tórtola se oye en nuestra tierra».  (Cantar de los Cantares 2:11-12)

El Padre Timothy Healy, S.J., un sacerdote estadounidense que fue presidente de la Universidad de Georgetown y de la Biblioteca Pública de Nueva York, decía que cuando estamos congelados en nuestros «inviernos» de ansiedad, de frustraciones pasadas o de impotencia, como cristianos tenemos que «forzar la primavera». Una primavera que renazca fuera de su tiempo habitual, otra estación en medio de pandemia, que nos dé una nueva visión y la valentía para reinventar nuestro mundo. Como líderes maristas, ¿cómo podemos hacerlo, cómo forzar la primavera en nuestro día a día, en nuestro tiempo? A partir de nuestras palabras y nuestras acciones. No es una tarea sencilla, pero es aquello a lo que estamos llamados.

Nos encontramos en diferentes etapas de la pandemia COVID-19 según el país en el que vivimos, tal vez estás en un epicentro o tal vez tuviste la suerte de estar en una comunidad en la que la pandemia no golpeó duramente, o tal vez te tocó vivir personalmente una grave pérdida. Todos estamos tratando de reunir los pedazos de las normas que han saltado por los aires, estamos refugiados en casa, usamos mascarillas, mantenemos el distanciamiento social, tratamos de recuperar liderazgo político, hemos sufrido pérdidas personales devastadoras, vivimos una enorme crisis económica. De muchas maneras, estamos deseando presionar la tecla «reset». Para dar una respuesta como maristas a esta pandemia tenemos que ejercer de forma deliberada la influencia y la responsabilidad que se nos ha confiado. La historia juzgará el impacto de nuestras decisiones sobre las consecuencias de este virus no sólo en nuestras comunidades y provincias, sino también en nuestras regiones y en el mundo en general.

Liderazgo e Innovación

¿Qué tipo de liderazgo funciona cuando las normas existentes pierden su significado o incluso ya no es posible aplicarlas? En estos más de siete meses desde que el virus obligó a cerrar numerosas partes de nuestro mundo, he aprendido que el liderazgo exige saber leer los signos de los tiempos, pensamiento rápido, discernimiento orante, flexibilidad, calma, confianza, visibilidad, comunicación, valentía moral, atención, fe en Dios y toma de decisiones disciplinada. El liderazgo importa, siempre importa.

Ciertamente Marcelino en su vida pasó por momentos de «invierno»: la crisis vocacional de 1822, su enfermedad de finales de 1825/principios de 1826, la fuerte presión de los acreedores que querían que se les pagara, la marcha del Instituto de su primer hermano en 1826, el «abandono» de los padres maristas Courveille y Terraillon que dejaron el Hermitage, la institución de la Ley Guizot en 1833 y el rechazo en 1838 de la aprobación legal del Instituto. Eran tiempos en los que Marcelino sintió la tentación de rendirse, o dudó, aunque por poco, de que las cosas fueran a salir bien. Vemos a un hombre que «rumía» seriamente estas cosas una y otra vez en su corazón, en su mente, para sus adentros, pero que no se deja derrotar por todo ello. Estaba seguro de que si estas circunstancias formaban parte del designio de Dios, «todo iría bien». Este es el tipo de optimismo que Marcelino encarnaba.

Marcelino también fue capaz de ajustar sus planes o sus planteamientos para adaptarse a los cambios en las diferentes situaciones. Tomemos como ejemplo la situación que se creó en 1833 con la aprobación de una nueva Ley de Educación, la llamada Ley Guizot. Esta ley, aprobada el 28 de junio de 1833, exigía que en toda Francia, en las 37.000 comunas del país, todos tuvieran acceso a la educación primaria gratuita. Cada comuna era responsable de tener una escuela primaria en la que todos los maestros tuviesen su brevet (diploma de enseñanza). Los Hermanos o Hermanas pertenecientes a alguna organización religiosa autorizada legalmente para enseñar eran una excepción. Como el Instituto de Marcelino no tenía autorización legal para enseñar, cada hermano tenía que obtener su diploma de enseñanza. Con esta ley, los brevets sólo los otorgaba la Universidad; los antiguos diplomas, si no se habían obtenido en la Universidad, ya no eran válidos. Puesto que el Gobierno no había concedido la autorización legal al Instituto para enseñar, los Hermanos que no contaban con un diploma de enseñanza y cumplían veinte años podían ser reclutados para el servicio militar, que duraba siete años. Está claro que esta nueva Ley de Educación amenazó seriamente la vida del Instituto.

¿Cuál fue la respuesta práctica y creativa de Marcelino? De entre las cartas que se han conservado, tenemos dieciséis que Marcelino escribió al padre Mazelier, Superior de la Congregación de los Hermanos de la Instrucción Cristiana de la Diócesis de Valence, en relación con la fusión de sus dos grupos. ¿Por qué? En primer lugar, porque el grupo de Mazelier recibió autorización legal para enseñar en 1823… así su grupo de hermanos respetaba la Ley Guizot. Marcelino no quería correr el riesgo de ver que sus hermanos (de veinte años o mayores) tenían que irse para hacer siete años de servicio militar o pagar una gran cantidad de dinero a otros jóvenes para que hiciesen el servicio militar en su lugar. Por lo tanto, llegó a un acuerdo con Mazelier y le confió a aquellos de sus hermanos que iban a cumplir veinte años. Todo este proceso comenzó cuando los primeros cuatro Hermanos Maristas fueron a St.-Paul-Trois-Chéteaux el 13 de junio de 1835 y se prolongó durante los años siguientes (hasta que el Instituto y el grupo de Mazelier se fusionaron en 1842):

«Un año más acudimos a usted para pedirle que ayude a los cuatro Hermanos que le envío. Sin el servicio que usted nos presta, estos cuatro Hermanos estarían verdaderamente en peligro». ( Carta al Sr. Francois Mazelier; St. Paul-Trois-Chéteaux, Dréme; 1836-05-08; PS 065 )

Enviando a los hermanos que estaban a punto de cumplir veinte años a Mazelier, Marcelino cambió su posición y sus ideas para adaptarse a la realidad política y social que tenía delante con el fin de lograr su principal objetivo: que los Hermanos educaran a los jóvenes de la zona. Otra razón por la que Champagnat estaba dispuesto a adaptarse a las circunstancias se observa en su carta de julio de 1836 a Mazelier:

«El Superior General de la Sociedad (Jean Claude Colin) me ha comunicado el proyecto de unión del que usted le había hablado y que yo mismo rumiaba desde hace mucho tiempo. Después de haberlo estudiado juntos, creemos que esta unión redundará en la mayor gloria de Dios y en el bien de la religión. Ambos tenemos el mismo fin, la educación cristiana de los niños y, para conseguirlo, empleamos los mismos medios con muy pocas diferencias». (Carta al Sr. Francois Mazelier; St. Paul-Trois-Chéteaux, Dréme; 1836-07; PS 066)

El objetivo de ambos grupos era el mismo: la educación cristiana de los jóvenes. Marcelino estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario para asegurar que esta importante labor continuara. Cambió el paradigma para responder a la realidad a la que se enfrentaba. «Forzó» la primavera. 

El cambio necesario para un nuevo mundo

Además de la exigencia de cambiar rápidamente, en estos últimos meses hemos tenido que afrontar otros desafíos, como rediseñar el aprendizaje en línea, hacer reuniones de personal improvisadas, reflexionar sobre el impacto económico del virus y desarrollar cursos acelerados en los programas de formación inicial, por mencionar algunos. A pesar de los temores y las preocupaciones que ha causado esta pandemia, muchos maristas se han mantenido más atentos que nunca, usando todo el ingenio, probando nuevas prácticas y buscando la innovación posible. Esto requiere valentía y resiliencia. Estas son experiencias de las que queremos aprender para el futuro, para cuando volvamos al punto cero. En tiempos de grandes desafíos, me parece importante tener una base sólida a la hora de actuar y tomar decisiones. La empatía, la compasión y el discernimiento han sido, una y otra vez, áncoras vitales para mí durante cualquier crisis, a menudo dando lugar a respuestas y respuestas, no inmediatamente obvias. Necesitaremos estas áncoras de salvación —y más— para ir discerniendo cómo será nuestra misión marista y qué será en el futuro. Las preguntas presentadas a los delegados del XXII Capítulo General en Rionegro, Colombia, siguen resonando, ahora más que nunca, durante esta pandemia:

  • ¿Qué nos llama a ser Dios?
  • ¿Qué nos pide Dios que hagamos?

En su reciente circular «Hogares de Luz», el Hno. Ernesto describe el tipo de liderazgo que Marcelino exhibió y nos anima a seguir sus pasos:

«Marcelino estuvo siempre atento para descubrir la voz de Dios en los acontecimientos y en profunda oración. Su audacia lo llevó a ser abierto y flexible para dar nuevas respuestas sin quedarse estancado en esquemas prefijados. Se entregó a la educación y evangelización de los jóvenes, atendiendo con prioridad a los más abandonados. Y todo esto lo hizo construyendo fraternidad, formando hogares de luz. Intuyó que el testimonio grupal siempre es más potente que el individual. Los maristas de Champagnat llevamos en nuestro ADN estas y otras características que nos transmitió Marcelino y que hoy nos siguen iluminando». ( Hermano Ernesto Sánchez Barba, Hogares de Luz, p. 28)

¿Volveremos a la «normalidad» cuando pulsaremos la tecla «reset»? Espero que no. Hemos aprendido a no desperdiciar. Hemos aprendido a virtualizarlo todo: comunicaciones comunitarias, reuniones, visitas, educación, servicios de oración, formación y seminarios. Durante el confinamiento, hemos tratado de construir un espíritu de fraternidad en nuestras comunidades y en nuestros hogares. Hemos aprendido a hacer las cosas de manera diferente ―lo que es valor añadido y lo que no lo es― y albergamos la esperanza de que seguiremos creando una imagen imborrable de lo que es ser marista. No perdamos estos avances cuando recuperemos la normalidad. Juntos, «forcemos la primavera».


H. Ben Consigli, Consejero general

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