Carta a Marcelino

H. Louis Marie

1833-05-03

H.Louis-Marie, que más tarde sucederá al H.Francisco como Superior General, tenía 22 años de edad y era director de la importante escuela de La Côte-Saint-André, cuando fue convocado para el servicio militar. El documento es relato emocionado de su presentación a las autoridades militares para inspección de salud. Para su gran sorpresa llega su inesperada dispensa, atribuida a la influencia del arzobispado, en la persona del P.Cholleton. (Cfr. H.Ivo Strobino, nota introductoria al texto, ?Cartas Passivas?)

Lyon, a 3 de mayo de 1833.

Muy Reverendo Padre:

Me encuentro en Lyon desde el 27 de abril. Recibí la orden de presentarme el día 26 a mediodía, cuando debía haberlo hecho el día 25. Salí al día siguiente con el permiso del Sr. Douillet y el visto bueno del querido H.Juan Pedro, y sin tiempo de avisarle a Ud.

Llegué a Lyon el sábado 27. Me fui a ver al P. Pompallier, que me dijo de ir al Sr. Cholleton. Fuí a verlo ese mismo día. Monseñor [el Administrador Apostólico], como Ud. lo sabe, estaba ausente de la ciudad. El P. Cholleton al principio se sintió desorientado. [Pero pronto] el Espíritu Santo le inspiró la idea de ir a ver al Barón de Toria, quien nos recibió amablemente. Al punto salimos los dos y fuimos primero a casa del subintendente militar, que nos envió al capitán de reclutamiento. El Barón y el Capitán se conocían mutuamente. este le prometió que hablaría al General en mi favor. El General me citó para el lunes 29 a las 11 de la mañana. A la hora citada me presenté, pero no tomó ninguna determinación, porque no se presentaron los médicos. El General solamente me dijo, que él no encontraba en mí defectos aparentes. Me convocó para el martes 30. Me presenté al mediodía. El Capitán se encargó de traer a los dos médicos. Ignoro lo que les diría por el camino, pero lo cierto es que, los tenía bien dispuestos, ya que, desde el principio estaban acordes en sostener que yo padecía los defectos alegados. Acto seguido se retiraron los cuatro para deliberar en consejo. Yo oía que el General estaba en desacuerdo y quería citarme otra vez. El Capitán me defendía, como también los médicos, aunque estos con más frialdad, en apariencia. Me salí de la antesala. Quedaron por lo menos tres cuartos de hora deliberando, sea sobre mí, sea sobre otra cosa.

Por fin salió el Capitán, acompañado de los dos médicos. Yo estaba junto a la puerta diciendo en mi interior el Acordaos, y pasando unos apuros terribles. El Capitán se vuelve hacia mí y me dice: Ha sido declarado inútil para el servicio militar. ¡Oh! ¡Dichosas palabras mil veces ansiadas! Le pregunté si tenía que pasar alguna otra revisión. No, ya está todo terminado, me dijo. Vendrá el jueves a las ocho de la mañana para recibir sus documentos. Era el dos de mayo, me presenté con un poco de retraso de la hora citada. Recibí una reprensión muy dura. Le dije que como estaba con el hábito en Lyon, tuve miedo de presentarme así y que me había tardado mucho en conseguir otro tipo de vestido. Pareció quedar satisfecho con esta excusa y mudó su semblante. Me habló entonces con bondad. Me citó para el día siguiente a la misma hora. Aproveché para decirle que, si me permitía presentarme en sotana no fallaría a la hora. Lo consintió con mucho gusto. El día 3 me presenté a las ocho en punto de la mañana, y me dijo: Su asunto ya está terminado, puede marcharse tranquilo. Además, vea su delicadeza, añadió: Le enviaré el Certificado de Licencia Absoluta, pero tendrá que pagar los portes. -Oiga, ¿hay un jefe de Brigada en la Côte?, le pregunté. -Sí, Señor, y se lo enviaré a él, Ud. no tendrá sino que darle sus señas y se lo entregará gratis.

He aquí, mi querido Padre, la historia de la Providencia Divina sobre su servidor. No quiero olvidarme de decirle que, todo el Seminario Mayor ha rezado por mí; que el P. Pompallier ha hecho arder dos cirios ante el altar de la Sma. Virgen, y que debo mi liberación del servicio militar a las oraciones de las almas santas. Todo se lo debo a María, porque humanamente hablando, yo no lo podía esperar. Las razones que aduje no tenían ninguna fuerza. Otro médico a quien consulté, me dijo que si yo alegaba dichas razones, se reirían de mi. Ruego, de todo corazón, a todos los Hermanos que se unan conmigo para bendecir al Señor y a nuestra Buena Madre María. Quiero salir inmediatamente para la Côte en tren hasta Givors. Son las tres y debo salir a las cuatro. Por eso le escribo, como puede ver, corriendo y a vuela pluma. Perdóneme los garabatos. Encomendándome a sus oraciones le pido su bendición. Su afectísimo, abnegado y seguro servidor,

H.LUIS MARIA.

Edición: CEPAM

fonte: AFM 121.2

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