16 de diciembre de 2010 CASA GENERAL

¿Por quién doblan las campanas?

En estos días en que celebramos el nacimiento de Jesús, me parece que es bueno preguntarse por el sentido de esta fiesta. Nos ayuda San Atanasio de Alejandría, un Padre de la Iglesia oriental del siglo IV, quien afirmaba con audacia que ?el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios?. San Atanasio nos transmite una visión cristiana de Dios, pero también una determinada manera de ver a la persona humana. Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios. ¡Qué sublime dignidad de la persona humana, llamada a tan alta vocación! Nos reconocemos peregrinos hacia Dios, junto con todos los hombres y mujeres del planeta. Nos sentimos hermanos y hermanas, compartiendo no sólo nuestra común humanidad, sino también nuestro futuro. Pero cuando meditamos en la maravillosa dignidad de la persona humana, enseguida nos interpela la realidad de nuestras sociedades. Resulta difícil hablar de dignidad cuando 1.400 millones de personas deben vivir con menos de un dólar al día. O cuando los derechos se ven pisoteados continuamente. O cuando la violencia arrastra con su espiral de odio a personas inocentes? Como creyentes en Jesucristo, nos sentimos no sólo interpelados, sino comprometidos ante el dolor ajeno. Así lo recordaba John Donne, un poeta inglés de finales del siglo XVI: ?Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti?. El mensaje de Navidad es que hay lugar para la esperanza, pese a tantos signos en contra. Los datos de que disponemos sobre la realidad social nos abruman, pero una mirada más profunda nos abre a la esperanza. Por todas partes se ven brotar signos de fraternidad universal: personas concretas que se comprometen, tantas veces de forma anónima, para hacer posible que otras personas puedan no sólo reconocer sino también gozar de su dignidad como hijos e hijas de Dios. FMSIncluso en medio de las situaciones más duras y terribles, hay lugar para la esperanza. Etty Hillesum, joven holandesa de religión judía, escribía en su diario un año antes de ser deportada a un campo de exterminio donde fue ejecutada: ?Dios mío, estos tiempos son tiempos de terror. Esta noche, por primera vez, me he quedado despierta en la oscuridad, con los ojos ardientes, mientras desfilaban ante mí, sin parar, imágenes de sufrimiento. Voy a prometerte una cosa, Dios mío, una cosa muy pequeña: me abstendré de colgar en este día, como tantos otros pesos, las angustias que me inspira el futuro? Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por adelantado. Sin embargo, hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad: no eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos?.El testimonio de Etty nos recuerda a los miles de personas que, en los cinco continentes, han decidido ?ayudar a Dios?, conscientes de que las campanas están doblando por ellos. Sé que hay muchos maristas de Champagnat que así lo están haciendo día a día, llenos de esperanza y de alegría. Lo pude comprobar hace unos meses, durante mi estancia en Haití, donde se está luchando contra todas las adversidades para abrir un futuro mejor para los niños y jóvenes de ese maravilloso país. O como sé que se está haciendo en Ciudad Juárez, una ciudad mexicana en la frontera con los Estados Unidos, considerada una de las ciudades más violentas del mundo: nuestros hermanos y hermanas están no sólo llevando a cabo una magnífica labor educativa, sino también intentando establecer puentes de reconciliación entre grupos rivales. Tan sólo dos ejemplos entre los muchos que podría recoger. Gracias, maristas de Champagnat, por vuestro compromiso inquebrantable por la dignidad de la persona humana. Hace algo más de un año, los miembros del XXI Capítulo general nos invitaban a salir de prisa, con María, hacia una nueva tierra. Y, en forma de oración, le decían: ?Tu apertura, fe y libertad son una invitación para que nuestros corazones también se abran al Espíritu que tu hijo Jesús nos regala?. ¿Vamos a continuar dejándonos interpelar por María de la visitación durante el próximo año 2011? ¿Seremos capaces de avanzar sin miedo hacia nuevas tierras?Con la respuesta de nuestras vidas vamos a ?ayudar a Dios? a tomar carne y a construir el Reino. Y haremos que la Navidad no se limite a un solo día y que sea realmente feliz. Feliz Navidad. _______________H. Emili Turú, Superior general

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