La persecución

“Un hermano marista no debe tener otra política que Cristo” (H. Laurentino)

Esta carta del H. Laurentino nos da a entender hasta qué punto los Hermanos de España eran conscientes de que el martirio se presentaba como algo concreto en el horizonte de sus vidas y de que la subida al Calvario había ya comenzado.

Hoy nos gustaría olvidarnos de todo eso. Nuestra sociedad se ha vuelto más tolerante y valoramos mejor los horrores que fueron perpetrados de uno y otro lado en lo que denominamos “guerra civil española”. Y puede que nosotros mismos estemos tentados de considerar a nuestros Hermanos mártires como unas de tantas víctimas políticas: Las cosas y las fuerzas políticas del momento eran así.

En efecto, es muy raro que la dimensión política esté ausente de un martirio. Aún en la muerte de Jesús de Nazaret los actores y las motivaciones políticas estuvieron muy presentes, y Juan el Bautista fue decapitado porque una muchacha danzó al gusto de un rey idiota. Pero es mártir aquel que es matado porque en él se querría matar a Dios, a Cristo y a la Iglesia y demoler todo lo que construye al hombre y organiza a la sociedad según los valores del Espíritu.

Los Hermanos eran muy conscientes de que debían evitar la trampa y el pretexto de la política. El H Laurentino les escribía en febrero de 1933: Ahora más que nunca hemos de apartar la política de nuestras casas, así como cuanto pudiera fomentar desuniones y bandos. ¡Qué triste espectáculo ofrecería el religioso que se declarase partidario de algún sector político… El religioso, o por lo menos el hermano marista, no ha de tener más política que la de Cristo.

Los que mataron a los Hermanos en España expresaron claramente el proyecto de expulsar a Dios del corazón de los hombres y de la sociedad. Fue el choque de dos ideas diferentes: el hombre prometeico y el hombre iluminado por la fe en Dios. El testimonio del H. Atanasio (Elías Arizu Rodríguez) confirma esta explicación.: “Yo tuve relación con los jefes de la revolución, llamado por ellos mismos para salir de España. A Aurelio Fernández, Portela, de la FAI, Eroles y Ordaz les pregunté por qué nos perseguían y asesinaban y ellos respondieron que personalmente no tenían nada contra nosotros, pero que nosotros profesábamos ideales completamente opuestos a los suyos y que ellos querían exterminar. Por consiguiente la única razón de la muerte de tantos siervos de Dios fue el odio a la Iglesia y a sus ministros” Intención claramente confirmada por otro de los jefes de la revolución a otro Hermano: “Nos hemos propuesto en toda España, y sobre todo en Cataluña, acabar con todos los que huelen a cera.” Los dirigentes del Comité revolucionario de Balaguer repiten la misma cantinela al H. Hipólito, director de la casa de Avellanas: “Traten ustedes de abandonar esta zona lo ante posible. De lo contrario lo pasarán muy ma,l porque nosotros no queremos ni religión ni personas religiosas. Nuestra religión es la humanidad.”

La cruda realidad de los hechos, habla también de auténtica persecución. De las cerca de cien casas que el Instituto tenía en España, en 44 de ellas hubo víctimas, 11 fueron incendiadas, muchas docenas fueron saqueadas y las profanaciones de nuestras capillas y de objetos sagrados son innumerables. Si fueron 172 los Hermanos asesinados, los que conocieron las cárceles, las torturas y las persecuciones fueron varios centenares. “Al declararse el movimiento revolucionario del 18 de julio de 1936, en seguida las iglesias y conventos fueron incendiados, expoliados y devastados; los sacerdotes y religiosos perseguidos de muerte, muchísimos fueron asesinados… y el culto impedido totalmente hasta terminar la guerra en enero de 1939.”

Hoy experimentamos una fuerte emoción ante el gran número de mártires de Rusia en el período marxista y admiramos su testimonio silencioso de la fe. Nuestros Hermanos de España lo merecen tanto como ellos y por los mismos motivos. Nos enseñan cómo amar y cómo permanecer fieles en los casos extremos. Ejemplos de humanidad y de santidad, son un tesoro precioso de nuestra Familia Marista; son nuestros intercesores y nuestros hermanos.

La lucha que hoy experimentamos es sencillamente más disimulada, pero en los medios de comunicación y en las leyes sociales constituye también un enfrentamiento constante entre dos ideas del hombre: el que no tiene otro horizonte que la mortalidad absoluta, hijo del absurdo, y el hombre de la luz, hijo de Dios, Fuerte en la esperanza y en la libertad que da el amor; violencia cotidiana, sin efusión de sangre, pero no sin efusión de vida.

Una mirada sobre nuestros mártires nos ayudará a dar a Dios y al hombre una respuesta audaz, íntegra, fiel, que abre las puertas a la esperanza.