22 de octubre de 2007 GRECIA

Valentía, espíritu de fe y capacidad para vivir en la incertidumbre

El H, Seán Sammon, Superior General, visitó Grecia con motivo de la celebración del centenario de los Hermanos Maristas en aquel país, y asistió al oficio religioso que se celebró el día 17 de septiembre en la catedral de Saint Denis de Atenas. Celebró la misa Mons. Nicolas, arzobispo católico de Atenas, acompañado del nuncio apostólico, Mons. Patrick Coveney, y un grupo de sacerdotes ex alumnos de los Hermanos.
Más de 600 amigos y antiguos alumnos asistieron a la ceremonia y pidieron a Dios que la labor pedagógica y social de los maristas en Grecia siga adelante en los años futuros.
Al terminar la eucaristía, el H. Seán se dirigió a los asistentes con estas palabras:

Reverendos monseñores y sacerdotes, estimados compañeros de apostolado, miembros del movimiento marista, invitados y amigos de nuestro Instituto, hermanos míos.
Hace falta valentía para empezar un proyecto nuevo. Valentía y mucho espíritu de fe, e incluso una cierta capacidad para vivir en la incertidumbre. Éstos son los elementos que se necesitan cuando comenzamos algo nuevo.
Al celebrar los 100 años de vida y misión marista en Grecia, no podemos por menos de recordar la valentía, la fe, la capacidad de vivir en la incertidumbre que tuvieron aquellos hermanos que llegaron aquí hace un siglo. Como pasa siempre con los misioneros que se van a otras tierras, ellos quizá carecían de la preparación requerida para llevar a cabo la tarea que les había sido encomendada, pero eran hombres que amaban a Dios, estaban llenos del mismo Espíritu que inspiró a Marcelino, y tenían una confianza sin igual en María
Desde el mismo momento en que establecieron la primera escuela, la de Saint Denis, en un lugar céntrico de Atenas, hasta el día de hoy, los hermanos encontraron siempre una cálida acogida, una diócesis que pronto les abrió sus puertas, y muchas manos extendidas para ayudarles en su misión.
Aquellos que vinieron hace un siglo a plantar las semillas de la vida marista en esta antigua tierra marcada por la sabiduría y la diversidad, eran suficientemente intrépidos para comprometerse con el Espíritu Santo. Estaban encendidos con el fuego de la palabra de Dios y sentían la pasión de transformar las vidas de los jóvenes. Con el transcurso el tiempo, llegaron a saber lo peligroso que es tomarse en serio la presencia del Espíritu de Dios, pero, al igual que María, tuvieron confianza y dejaron que Dios tomase la iniciativa.
A nosotros se nos presenta hoy un reto semejante, el reto de renovar en este tiempo y hora el sueño de Marcelino Champagnat. Él era un sencillo cura de aldea y padre marista que recibió de Dios la inspiración de fundar una congregación dedicada a la evangelización de los jóvenes a través de la educación. Marcelino nunca fue un alumno brillante, tuvo que pelear mucho con los estudios. Pero con esfuerzo, amor de Dios y deseo de cumplir su voluntad consiguió finalmente llegar a la meta.
No obstante, la educación marista no es una educación como la que se pueda ofrecer en cualquier otra parte. Marcelino quería que los hermanos y sus compañeros seglares estuviesen siempre en medio de los jóvenes, que se preocuparan especialmente por los despreciados, los marginados, los excluidos, que sembraran un espíritu de familia entre sus alumnos, que demostraran amor al trabajo, y que todo lo hicieran al estilo de María. Recemos para que venga otro siglo marcado por la gracia de Dios y la fidelidad a sus designios.
Si algo tiene que hacer una escuela marista, es enseñar a los jóvenes a soñar. A tener grandes sueños, aspirando a cambiar nuestro mundo a mejor y a hacerlo junto con otros en el nombre de Jesús. Que sea éste nuestro reto para los años futuros.
Quiero dar las gracias al señor arzobispo y a los sacerdotes por habernos acogido como a hermanos y habernos permitido realizar nuestra vida y nuestro apostolado entre vosotros. Os agradecemos vuestra paciencia y vuestra afectuosa delicadeza.
Gracias también a los que comparten la misión con nosotros, y a los miembros del movimiento Champagnat y otras fraternidades maristas. Nosotros compartimos la fe, la pasión por Jesús y su Buena Noticia, el deseo de transformar las vidas de los jóvenes. Que Dios nos ayude a crecer en el conocimiento de su voluntad y sus caminos a lo largo de los años.
Vaya mi gratitud igualmente a vosotros, invitados y amigos del Instituto marista, por vuestro interés y apoyo. Que sigamos contando con ello otros cien años.
Gracias, finalmente, a vosotros, hermanos de la comunidad marista. A nosotros se nos ha encomendado un tarea preciosa, la de evangelizar a los jóvenes. Que María sea nuestro modelo, Marcelino nuestro compañero y Jesús nuestra pasión al tratar de hacer exactamente eso: ser mensajeros de la Buena Noticia de Dios para los niños y los jóvenes, en especial los pobres.
Gracias.

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